Eugenio d'Ors
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RETRATOS LITERARIOS  
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
ALLÍ DONDE ELLA    
Le oí contar a Antonio Machado que, en cierta ocasión inadecuada, y en cierta ciudad ocasional de Cataluña, un señor canoso, inflado y suavón, entró en una peluquería de moda y preguntó si le teñirían el pelo como de blanco. El peluquero contestó: “De blanco, precisamente, no señor, pero tengo un tinte muy elegante que le pone violeta”. “Pues hombre eso es lo que yo quería”, exclamó el tal al peluquero. Y Antonio Machado añadía tosiente como del tabaco: “creo que no es necesario aclarar que el que quería tener violeta el pelo era Eugenio d’Ors, E. d’Ors, El Güaita, Xenius, etc., y todo con g y con x, las letras que yo detesto tanto.
Pero violeta platino, como Stokowski, el cursi internacional primero o segundo de la espectacularidad, que pide a los foquistas del teatro que le persigan las manos con el foco mientras dirije, para que se las vean las señoras, esas señoras nacionales o estranjeras que no entienden bien los idiomas (música, pintura o literatura) y que son las que promueven cierto tipo de éxito tan grato a Stokowski y a El Güaita, segundo o primer cursi internacional. Yo no conozco a nadie más parecido a Stokowski ni a nadie más parecido a d’Ors que d’Ors o Stokowski. Sólo le falta a Stokowski escribir mal, como d’Ors, hablar ya habla como d’Ors con todo el acento posible en su supuesta propia lengua (Unamuno solía decir que d’Ors tenía acento hasta en catalán) como sólo le falta a Xenius dirijir una orquesta a lo Stokowski, cosa que hubiera colmado su ilusión, aunque cuando da una conferencia parece que está dirigiendo un concierto susurrado de moscas.
Yo no sé exactamente qué es cursi y que no. Creo que todo el mundo puede ser cursi en algo. Para mí cursi significa afectado, redicho, falso, por ejemplo. Todo esto que Eugenio d’Ors es desde que nació. Y si cursi es lo que yo creo, yo no soy afectado, ni redicho, ni espectacular.
Procuro pasar inadvertido, no cultivo el público, ni me interesa adular a las señoras más o menos internacionales. Desde luego me gusta el color malva, como me gustan todos los colores. Si lo cito mucho es porque Andalucía, en cuya blancura de cal el sol bate tanto las luces, el malva transparente es uno de los matices más bellos. Y en cuanto a la j, aparte de que el apellido Jiménez pocas veces lo escribe nadie con g, me gusta llamarme J.R.J. y haber nacido en el año 1881, una coincidencia que le hubiese gustado mucho a Eugenio d’Ors, de mi misma edad, 63 años.
Pero basta, vamos al hecho concreto: ¿por qué escribo yo j en vez de g y s en vez de x en los casos en que no es necesaria ni la g ni la x? Desde que yo era niño me acostumbré a usar un magnífico Diccionario de autoridades de la lengua española, que era de mi familia. Una enciclopedia abreviada en dos grandes tomos, en donde más que en la más numerosa enciclopedia, encontraba yo todo lo que quería. Esta enciclopedia creo que está en mi piso de Madrid y no puedo ahora recordar su fecha pero sé que ya mis abuelos la tenían. Pues bien, en él la j se usa en todos los casos en que yo la uso y lo mismo la s. Yo me acostumbré a la j y s escritas de ese modo y, aunque de más joven no me decidí a escribirlas, siempre estuve tentado de hacerlo. Cuando yo volví a Moguer después de muchos años de ausencia y viajes, encontré de nuevo el diccionario, me lo llevé a Madrid y entonces decidí el cambio. Pero aparte de esto yo tengo, si no me lo han robado como tantos otros libros, obras donde también la j y la s se usan como yo las uso, por ejemplo una preciosa edición impresa en París de las obras completas de “Fígaro”. Cuando yo hablo además pronuncio poco la g y la x. Y si la escritura es posterior a la palabra y su copia ¿por qué no escribir como se habla? En los clásicos encontramos la esclamación O sin h como yo hoy la escribo, ombre sin h etc. No se olvide tampoco que en Andalucía, sobre todo en el norte hacia Jaén la j se pronuncia muy rajante. De modo que esto en mí no es afectación. Puede que sea como dice Gerardo Diego, chifladura. ¿Y quién no tiene chifladuras? ¿No fue una chifladura en Gerardo Diego su libro sin puntuación y sin mayúsculas, una chifladura vulgar? ¿Y cuántas no tiene Eugenio d’Ors? Tantas como cursilerías. Recuerdo ahora mientras voy escribiendo muchas anécdotas sobre la cursilería de Xenius. Entre ellas recuerdo haber oído a una señora batalladora y catalanista muy amiga de El Güaita en la época en que él lo era (ya sabemos que d’Ors ha “chaqueteado” mucho ¿no se dice así ahora en España?) que d’Ors le aconsejaba que añadiera siempre en las pájinas a cualquier folleto o portada una orla gris, amarilla o violeta. Yo en cambio he sido siempre partidario de la simplificación, de la desnudez. He suprimido hasta las rayas en los libros. Picasso pintó alguna vez picadores, toreros y caballos sin ropa ni atavíos ni útiles y así el toreo pasó a la eternidad. D’Ors durará lo que dure la guardarropía.
Acabo por donde debí empezar. En la glosa del Novísimo Glosario titulada “Las Violetas” que me ha movido a escribir esta nota, escribe Eugenio d’Ors:… “¿Por qué tan bello (el violeta), siendo así que en cualquier cosa que no sea la violeta, el color violeta es tan desagradable? O por lo menos cursi, con esa especial cursilería gratuita y epicena que tiene igualmente la letra j desde los tiempos de un poeta que se empeñaba en escribirla y hasta en exijirla allí donde ella no debe estar”. “Allí donde ella” sobra, d’Ors, debió usted decir y “hasta en exijirla donde no debe estar”. Pues así escribe siempre El Güaita. Si yo pongo una j allí donde ella no debe estar, no hay una línea donde d’Ors no ponga tonterías, “allí donde ellas no deben estar”.
¿Qué valor se necesita para escribir crítica literaria cuando se escribe como Eugenio d’Ors? Cuando yo hacía la revista “Índice”, el grupo más joven, que me acompañaba, ideó un espectáculo que consistía en una representación teatral caricaturesca.
Y un poeta debutante entonces que vive hoy en la Argentina me dejó aquel número que se llamaría “Xenía, la esperanza, o la Rumba Volapuk”, desde entonces, van 25 años, Eugenio d’Ors no ha aprendido todavía a escribir en español, entre otras razones, sin duda, por conservar acento estranjero. La escala de la cursilería de la España literaria contemporánea, tiene muchos grados, pero ni Gómez de la Serna ni yo siquiera, hemos conseguido nunca llegar al sitio adonde está por derecho propio Xenius, Sevigné de Retortillo.


Inéditos, “Los papeles secretos de JRJ”, Revista El Cultural de El Mundo, pp. 8-9, 3 de julio de 2002.

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Última actualización: 9 de enero de 2006