Eugenio d'Ors
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RETRATOS LITERARIOS
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JOSÉ ALFONSO
«Siluetas literarias. Eugenio d’Ors»
La Estafeta Literaria, núm. 132, 7-VI-1958, p. 4.
Aunque ya lo había leído mucho, no conocí personalmente a don Eugenio d’Ors hasta el año 1927, en el homenaje a «Azorín» en Pombo, patrocinado por Gómez de la Serna. Recuerdo que a los postres, en la hora de los brindis, se levantó a hablar don Eugenio, entre una densa expectación. Poseía gran empaque intelectual.  Se refirió a los «clásicos» comentados con tanta enjundia por «Azorín». Y solicitó de éste que no abandonara semejantes evocaciones a «aquellas almas que han existido y que, por falta de sensibilidad, están sufriendo antes de entrar en el Empíreo de la contemporaneidad». Don Eugenio terminó su brillante intervención con estas palabras:—¡Caridad, «Azorín», por las benditas almas del Purgatorio!
La fina ironía de don Eugenio d’Ors fue celebrada grandemente. Evoco ahora a este inolvidable maestro de escritores, que era en España como una antena que recogía todas las ondas hertzianas de la cultura universal. Y un Adelantado del Espíritu. Hombre de ingenio fino, llevó la zumba y las buenas sales áticas a los campos adustos de la Filosofía. Conceptuado como el primer crítico de arte de Europa, tuvo juicios definitivos para las obras de pintores famosos. A Dalí, cuando se hallaba en la cumbre de la publicidad y del éxito, casi lo desintegra con una frase lapidaria. Se dice que fue a ver «La madona de Port-Lligat», uno de los lienzos más elogiados del pintor de Cadaqués, e hizo el comentario siguiente: —¡Esto es el juego de la oca!
El inolvidable escritor, que dijo una vez que el chicle era la fosfatina del existencialismo, solía hacer vida de tertulia y acudía a todas las exposiciones pictóricas. Hallándose en una de éstas, se detuvo ante un óleo, y calándose el monóculo lo examinó con detención.
—¿Acaso gana el cuadro observado a través de un cristal? —le preguntó, curioso, un acompañante.
—Sí —contestó don Eugenio—, pero contemplado a través de un cristal… esmerilado.
Otro día se encontraba en una reunión literaria con el editor Janés, cuando dijo éste que iba a crear un premio de novela para jóvenes que no hubieran cumplido los veinticinco años.
—Es usted un corruptor de menores —le advirtió don Eugenio con socarronería.
Siempre circularon por ahí anécdotas en las que se pretendía fijar su «idiosincrasia». Como aquella en la que, al acabar de dictar un artículo a su secretario, le invitó para que lo leyera éste.
—¿Lo ha entendido usted? —le preguntó.
—Sí, señor —contestó el secretario.
Y don Eugenio pensó para su capote: «Esto no debe estar perfecto».
Tuvo el autor de Cuando ya esté tranquilo cierta fama de escritor enrevesado. Pero nadie con más claridad que él para expresar un concepto. Yo recuerdo que definió a los poetas en «albaricocáceos» y «melocotonáceos», al igual que Unamuno los clasificó en «sólidos» y «gaseosos». Ambas son definiciones geniales. Y daríamos nombres en seguida.
El hombre que le dio a la anécdota categoría recogió en un delicioso librito llamado Gnómica una serie de pensamientos de gran finura y hondura. Yo invito a los que dicen que no entienden al escritor para que se den un paseo por estas páginas magistrales.

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Última actualización: 21 de septiembre de 2009