volver
Eugenio d'Ors
presentación | vida | obra | pseudónimos | retratos y caricaturas | galeria fotográfica |dibujos |entrevistas| enlaces   
RETRATOS LITERARIOS
JOSÉ MARÍA CHACÓN Y CALVO
RECUERDOS DE XENIUS
(Diario de la Marina, La Habana, 30-IX-1954)

Sabía de su larga enfermedad. Don Leopoldo Panero, el ilustre poeta y ensayista, huésped de nuevo de La Habana con motivo de ls Segunda Bienal Hispano-Americana, me contó que Don Eugenio d'Ors tenía la ilusión de venir en estos días a Cuba, y hubiera sido ése el primer viaje a una tierra que vivía en sus más hondos recuerdos de la infancia. La madre del gran escritor era cubana nativa, de Manzanillo, y en Oriente tenía «Xenius» algunos deudos. De uno de ellos, el doctor Forment, periodista muy distinguido, me hablaba d'Ors con devoción, aunque creo que no llegó a conocerlo nunca. En 1923, con motivo de la gran tragedia de Santa Cruz del Sur, escribió el glosador una conmovedora página en «El Debate», que no sé si llegó después a alguno de sus libros. Creo que debe formar parte de algún volumen del Glosario, en su segunda época, la madrileña, cuando el maestro deja su lengua catalana, en la que nos dio, entre otras obras maestras, «La bien plantada», para escribir principalmente en español.

En estos años —especialmente en el lustro de 1924 a 1929—, veía con mucha frecuencia a d'Ors. En sus glosas, que aparecían entonces en «A.B.C.», me citaba con frecuencia y me llamaba paisano suyo. Y como pocos lectores conocían la ascendencia cubana del escritor, y menos que él se consideraba tan cubano que creía tener derecho aún a aspirar a la misma Presidencia de la República (creo que Orestes Ferrara le dio esta interpretación de nuestra Constitución, vigente entonces), fui para muchos un escritor catalán, viejo y buen amigo del glosador.

Y había en él, en su hablar pausado, en voz muy baja, con un tono siempre de viva cordialidad, un acento indefinible. ¿El acento del hombre que se acerca a la cultura por muy diversos caminos y que sabe, así, muchas lenguas? No lo sé, pero me pareció tan americano ese acento suyo, que cuando Alfonso Reyes me presentó a él, yo que no le conocía ni por retrato siquiera, y que como pasa casi siempre en las presentaciones había oído muy mal los nombres, le pregunté al mexicano universal de qué pais de Hispano-América era ese escritor. Y muy asombrado Don Alfonso me respondió: «Pero, ¿no lo conocías? Si se trata de Xenius».

Frisaría entonces en los 40 años. Sus volúmenes del «Glosario», al principio en lengua catalana, el poema —no puedo llamarle sino así— de «La bien plantada», que tuvieron una gran difusión, sus grandes empresas de cultura en un alto cargo de la Mancomunidad de Cataluña, la Dirección de Instrucción Pública, sus controversias con Puig y Cadafalch, el lider catalán de tan vigorosa personalidad, su honda decepción que le lleva a Madrid, su increíble fracaso en unas oposiciones a cátedra —la de Psicología en la Universidad Central— con el corolario de un homenaje que le rinden grandes figuras españolas, entre ellas Azorín (de estas célebres oposiciones de d'Ors, hay un comentario, que es un homenaje a Xenius al par que una viva protesta por aquellas justas, en las páginas finales de «Los valores literarios», una obra esencial en la crítica azorinesca), su colaboración, a ratos polémica, en «A.B.C.», el comentario que llegaba de fuera enjuiciando esta vasta y diversísima labor, que exponía fragmentariamente todo un sistema filosófico, comentario en el que había expresiones como la de «El Sócrates moderno» (ese es el título de un ensayo del pensador alemán Vogel, aparecido en 1917), y «El ojo de Europa», el enciclopedismo, en fin, de su Glosario, todo hacía de Eugenio d'Ors una de las figuras centrales de la vida intelectual española.

Anualmente publicaba uno o dos volúmenes. El glosario castellano competía en amplitud, en vivacidad, en hondura de pensamiento, con la brillantísima etapa catalana, con el «Glosari». Se delineaba la «Filosofía del hombre que trabaja y que juega». Hacía incursiones en la poesía dramática, como en su tragedia «Guillermo Tell», que da ocasión a una agria polémica con Don Eduardo Gómez Baquero, el siempre ponderado «Andrenio», que en esta ocasión perdió un poco de su característica ecuanimidad…

Y de súbito, una nueva lucha en la vida del pensador, que en ensayos leídos en la Residencia de Estudiantes —«Aprendizaje y heroísmo», 1915, «Grandeza y servidumbre de la inteligencia»— y a lo largo del nuevo Glosario nos daba páginas imprescindibles en una antología de la prosa castellana. La Academia Española acababa de reformar sus estatutos. Mejor dicho, el Gobierno de Primo de Rivera los había modificado por un Real Decreto. Como decía, al comentar el hecho, Don Francisco Rodríguez Marín, que era un maestro de la erudición española y a un tiempo un muy donoso ingenio, ya no era la Academia de la Lengua, sino de las Lenguas, pues en la corporación estaban representados los grandes grupos regionales de España: el catalán-valenciano-balear, el gallego, el vasco, … Y d'Ors aspiró a representar a Cataluña, y no cabe duda de que su obra de altísima significación en las dos lenguas daba una base muy firme a su pretensión. Pero, en parte, la obstaculizaba la conveniencia política. Había dos académicos en la representación de la lengua catalana. Un candidato indiscutible era Don Antonio Rubió y Lluch, el amigo entrañable de Menéndez y Pelayo, que realizó en Cataluña una labor erudita y crítica de mucha similitud con la de Don Marcelino. Era también un gran americanista. La otra plaza era la de la disputa. Un gran líder político de Cataluña apoyaba a Manuel de Montoliu, crítico y erudito distinguidísimo. Don Eugenio d'Ors se encontraba un poco solo. No tenía más visible apoyo que el del gran periódico en donde colaboraba desde su llegada a Madrid, el «A.B.C.».

Quise recoger impresiones de amigos muy queridos de La Española, como mi maestro Don Ramón Menéndez Pidal, que desde la muerte de Maura dirigía la corporación, y Don Francisco Rodríguez Marín, y pensé que iba a sufrir el creador de «La bien plantada» un nuevo desengaño. Todos conocían el valor altísimo de la obra orsiana, pero no les parecía muy política la designación. ¿No había roto violentamente el glosador con los organismos de Cataluña? Si la reforma de la Academia tenía una finalidad política, no se cumpliría con la elección de d'Ors. Y quizá esta consideración fue la que a la postre dio el triunfo al autor de «La filosofía del hombre que trabaja y que juega». Un insigne historiógrafo, el marqués de Villa Urrutia, de las dos Academias (de la Historia y de la Lengua), de cuya buena amistad tengo los más vivos recuerdos y con quien como pariente y paisano (había nacido en La Habana, y era descendiente del famoso intendente Don Alejandro Ramírez) podía hablar con cierta confianza, me hizo ver que ya tenía varios votos para d'Ors de colegas suyos en ambas corporaciones. Y Don Antonio Ballesteros, el tratadista egregio de la Historia de España, gran conocedor de los secretos de una elección académica, fue como el máximo director de esta «campaña electoral» en favor de Xenius. Por él fui a la Sierra, en un día de invierno, para visitar en una solitaria posesión campestre al Duque de Maura, cuyo voto creíamos decisivo. Por cierto que d'Ors me acompañó en el auto hasta un pueblo próximo, en el que no encontró otro refugio que una taberna más que café que parecía ruidoso en extremo. Cuando regresé con aire triunfal, Don Eugenio no podía disimular su disgusto por la larga espera en ese lugar inhóspito, y recuerdo bien sus palabras de protesta: «todas las academias del mundo no valen esta prueba de ruido que he tenido que sufrir».

Pero el voto de Duque fue para nuestro amigo, y un jueves por la noche —las sesiones de la Academia eran los miércoles— celebramos en la hospitalaria casa de Don Antonio Ballesteros el triunfo académico de d'Ors.

Después fue Xenius secretario del Instituto de España —formado como el de Francia por representaciones de las Academias Nacionales—, pero creo que nunca llegó a leer su discurso de recepción, que yo pude conocer inédito y que envolvía una justificación del neologismo. Como no sucedía a nadie, Don Eugenio se creaba un antecesor: el gran repúblico Don Francisco Pi y Margall, de quien hacía un bellísimo elogio. Parecía que en esto seguía también una tradición de cubanía.

Habla el cable que nos trae la triste nueva de que un hijo del pensador, le atendió como médico. No es hijo único como da a entender la información. Es el segundo. Le conocí de niño, como a sus otros dos hermanos: Victor, el arquitecto, que es el mayor, y Álvaro, el menor, que es un romanista conspicuo, profesor de Derecho Romano en la Universidad de Santiago de Compostela, de cuyos estudios en esas disciplinas me habla con grandes elogios el doctor Andrés Trujillo, mi caro compañero en la Universidad de Villanueva, que es de las mentes jóvenes más lúcidas de Cuba y a quien veo como una autoridad en la misma materia de la que es maestro Don Álvaro d'Ors, mi joven e inolvidable amigo. Para él, como para sus hermanos, Víctor, el arquitecto y Juan Pablo, el médico, va el vivo recuerdo de un amigo lejano en este duelo íntimo, que lo es también de manera profunda de la cultura hispánica, que con la muerte de Xenius ve desaparecer a uno de sus más eximios maestros.


Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 18 de junio de 2007