Eugenio d'Ors
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INICIATIVAS EDITORIALES
 
Calendario y lunario. La Vida Breve
por un Ingenio de esta Corte (Blanco y Negro, 11-III-1928)
Miércoles

Agítense al viento, estremézcanse de gozo, tíñanse de oro y grana las hojas de este carnet de Vida Breve, porque su Almanaque, el almanaque que alojaron, dos años ha, al abrirse uno nuevo, ahora ha reaparecido en París… ¡Y cómo ha reaparecido! Decir que vestido de fiesta es no decir nada. Que de pontifical, decir poco. Poco e inexacto, toda vez que la colección en que ha aparecido, lejos de cualquier alarde de pompa, se vio asistida, en su elegante bautizo, por el hada, entre otras, de la Sobriedad. Pongamos, mejor, que el Almanaque sale vestido con todos los primores del arte y de todas las perfecciones de la artesanía. Con decir que lo ha editado A. L. A. está dicho todo.

Y conste que el hablar de él aquí es obra de puro alborozo, sin ninguna promiscuidad de impulso al reclamo. El libro no se vende. Tirado en 300 ejemplares numerados, únicamente los adherentes a A. L. A. tienen derecho a él. Como en el caso de La Mojiganga de la Muerte, de Calderón (La Mojiganga de la Muerte… Almanac de la Vie Brève…; como decía la duquesa d'U**: «Los títulos sólo, ya pagan la suscripción»), se podrá en ésta decir que, a quien madruga, Dios le ayuda. Hay que oler dónde guisan, en esto del libro de arte y saber dónde caen las arcas, guardadoras del buen paño que en ellas se vende. Cualquier día traigo yo aquí un nombre ni una dirección. Daca, daca. Moins l'ou est des amis, plus l'ou rit. Y ojalá pudiese aplicarse a los tirajes de bibliófilo aquel cálculo de las comidas exquisitas: «Más que el número de las Gracias, y menos que el número de las Musas».

Exquisita, la edición del Almanaque de la Vida Breve, lo es también de veras. Por de pronto, ya resulta ejemplar, ceñida, penetrante, la versión francesa de Jean Cassou. Hay en ella verdaderos hallazgos de expresión. Por ejemplo, aquel midi à quatorze heures, del breve prologuillo. Cassou, aunque hispanófilo, es un hombre que sabe muy bien el español. Y que, dentro de una publicación de corte romántico, estará siempre como en su casa.

En el Almanaque, el romanticismo no ha inspirado sólo a la tipografía. Ésta, con tipos tan alargados, sobre la blancura cáscara de huevo del papel, sin exceso de márgenes, impecable ante los preceptos de oficio, que constituye por sí sola la belleza. Por su lado, lo del Santoral ha sido un capricho muy divertido. Coincidente con el argumento del texto, que vienen a ser las memorias de un mundano que durante el año ha visto trocada la tradicional sucesión de imágenes de los meses por otro juego barajado de evocaciones —calor en Enero, por haberlo dejado transcurrir en la Riviera; nieve en Julio, la nieve de Monte-Cristallo, en los Dolomitas; Carnaval en Agosto, por un baile de máscaras en Cortina d'Ampezzo; baños de mar en Octubre, estación balnearia de Rímini, etcétera, etc.—, el Santoral ha mezclado y alternado en desorden los patronímicos y los días de la semana en cuatro o cinco lenguas, según el lugar en que se supone al soñador. Un «Samstag, Heilege Gotthard» sigue en él a una «Sexta-feira, Santa Mónica, viuva». Un «Sunday, 5th after Easter», está de vecino con las españolísimas «Rogaciones» de su «lunes», al cual, por otra parte, sigue la fiesta madrileña de San Isidro, que este año caerá en martes. Hasta nombres en flamenco pueden encontrarse en este Santoral. Un año visto así parece más lleno de riqueza que ninguno… ¡Ay! Cuando del papel pasa a la realidad, sus medidas vienen a estrecharse, su paso a redoblarse. Nada más melancólico, en su alada ligereza, que la unión de estas dos palabras: «Vida Breve». Ya anteriormente la Vida Breve había tenido un músico, imbuido de la más indolente elegancia también. Había tenido a Manuel de Falla, y así ahora, a Manuel de Falla aparece dedicado el Almanaque.

Si había tenido un músico —y también un ilustrador lleno de gracia en Laura Albéniz—, el ilustrador de ahora, el de la versión francesa que A. L. A. publica ha estado en la ocasión sencillamente maravilloso. Sin miedo a ser desmentido, puede afirmarse que no hay, entre nuestros artistas contemporáneos, quien pueda decorar su libro con más originalidad, con más elegancia, con más sentido ornamental, con más sabrosa amalgama de novedades y tradiciones que Mariano Andreu. Y en la ilustración del Almanaque, Mariano Andreu se ha sobrepasado a sí mismo. Hay ya algo de magia en la fiesta óptica de aquel jochey del mes de Junio con su caballo, de aquel paisaje mallorquín del mes de Febrero con sus cactus… Esta serie de doce admirables litografías originales se contará entre los productos más maduros del arte español de nuestros días.

Mucho hombre, mucho hombre, Mariano Andreu, Monte-Cristo ha hablado en Blanco y Negro de los esplendores del hotel de Andreu, cerca del Bois. Pero todavía no ha insistido bastante en lo que, dentro de esta mansión de arte, representa la colaboración del esfuerzo de una rigurosa artesanía, poderosamente fuerte, abocada al horno de los esmaltes, increíblemente delicada y minuciosa, de fantasía, como aquella estatua ecuestre, dentro del farol del cristal, y hecha toda ella con un trenzado de finas tirillas de papel. Obra única en el mundo. Con más razón que Leonardo de Vinci, Mariano Andreu podría hablar, por antonomasia, del «Cavallo».
dibujo

Fuerza, a veces, finura otras, trabajo siempre. En el 6 de la rue Marbeau hay uno de los lugares en que probablemente más se trabaja en el mundo. La llama de su horno de cerámica se enciende allí a veces; pero nunca deja de estar encendida la llama de la voluntad… Hace poco, tuvo Andreu un accidente. Encontrándose trabajando, como de costumbre, le llamaron al teléfono. Corrió, puso mal el pie, se cayó. Una luxación del talón. Una operación con seis médicos. Un enyesado. Una condena a la inmovilidad, prescrita para mes y medio.

Pero, al octavo día, el artista ya estaba de pie, con el malo metido dentro de una botina abierta, y en su estudio, dale que dale.
Madame L** le fue a ver. Le encontró con la cabeza envuelta en trapos.

«Jamás había reparado hasta ahora —me escribía después— en lo que se parece a Luis XIV joven».
LA VIE BREVE
Francis de Miomandre (La Nación, Buenos Aires, 20-I-1929. p. 16)
Existen, sin duda, muchas sociedades de bibliófilos, pero conozco pocas tan simpáticas como la ya famosa A. L. A., agrupación del libro de arte en España y en América, de la que la gran animadora es la Srta. Adelia Acevedo, quien ha sabido darle en muy pocos años, un vuelo considerable, gracias a su solícita dedicación, su competencia exquisita y el amor que profesa a las manifestaciones más intensas del arte y del pensamiento modernos.

Uno de sus mayores aciertos es, sin duda, La Vie Breve, de Eugenio d'Ors, traducida por Jean Cassou y adornada con litografías originales de Mariano Andreu. Un almanaque, un simple almanaque, pero bien comprenderéis que, tratado por el maestro de la Bien Plantada, este tema manoseado escapa a toda puerilidad. Nada más ingenioso, en efecto, nada más sutil que la manera como ese espíritu, libre como el azogue, se escurre y evoluciona por entre las trampas armadas por las estaciones. Hay algo de magia en él. Imaginad lo que un Próspero, guiado siempre por un Ariel, podría hallar en las decoraciones de nuestra civilización al mismo tiempo tan artificial y tan fresca, tan ahita de cultura y tan violentamente retemplada en las fuentes directas de la naturaleza. Paisajes… Pero, ¡tan caprichosamente escogidos, tan inesperados! ¿Se os había ocurrido que el mes de junio fuera el de los «bars» subterráneos? ¿Y que en febrero, pobres meridionales como sois, se os llevaría a pasear en los encantos de Mallorca? Y hete aquí al Carnaval transportado al pleno mes de agosto, por gracia de la estada en un hotel de los Alpes. ¡Oh!, Eugenio d'Ors es único para hacernos romper con nuestros hábitos, dislocar nuestras cristalizaciones sentimentales…

Pocos artistas como Mariano Andreu podrían seguirle por esas pistas insólitas, bocetando al pasar los aspectos sorprendentes de esos paisajes contrastados. Por medio de mil analogías, diré espirituales, el dibujante se hermana en este caso con el escritor. Él también tiene el genio de las construcciones arbitrarias, recomponiendo, para nuestro mayor deleite, un universo nuevo sobre los escombros del antiguo, un universo igualmente plausible, en el que en seguida proseguimos nuestros hábitos. Es la misma ciencia unida a la misma facultad de maravillar, no sé qué de primitivo íntimamente fundido con una habilidad de virtuoso, una atlética presteza. Y también esa luz, para la que no sabría encontrar más epíteto que la palabra: «lírica»; una luz difusa, vasta, insinuada, que todo lo baña en una evidencia ingenua, pero que deja pleno margen a la sombra invisible del misterio.

El mismo Mariano Andreu prueba la sorprendente plasticidad de su talento ilustrando un libro completamente distinto de todo punto de vista: «Les papiers de Cleonthe». El arte de Jean Louis Vaudoyer es un arte ante todo voluptuoso, voluptuoso y tranquilo. Todo su conocimiento de la vida, sus experiencias estéticas, su pereza amable, su indolencia sonriente, su melancolía, su sentimentalidad se han unido para componer un elixir de golosinas sensuales, poético a fuerza de perfección, de serenidad y hasta diré de filosofía.

A este epicureísmo de buen tono, Mariano Andreu no ha agregado nada. Y, sin embargo, es tal el vigor de su exquisita personalidad, que casi como sin saberlo ha transpuesto la materia literaria que tenía que interpretar a un plano algo distinto. Casi sin pensarlo, ha «orzado» hacia el ensueño, ha apoyado en no sé qué pedal sordo. Esta desnudez femenina, que hincha como un fruto maduro el tegumento del vestido, cuando es integral conserva algo de enigmático y de inaferrable, que se esparce también en el decorado de esas alcobas de placer, como para hacer penetrar las ondas de la luz anticipada del recuerdo, de la melancolía.

Este recuerdo de los dulces años despreocupados del anteguerra, ¿por medio de qué artificio ha conseguido darle el dibujante, como sin saberlo, ese aspecto casi fuera del tiempo, que podría complacer a un amante de antaño, a un amante de mañana? Lo ignoro, pero advierto que ha captado, con sus finas antenas infalibles, lo que hay de eterno en una cierta sensualidad inocente y refinada, que es quizá una de las formas más constantes del amor.

Puesto que he hablado de Eugenio d'Ors, no me perdonaría el dejar de señalar dos libros, que no son lo que se llama libros de arte, puesto que están sencillamente ilustrados con fotografías, pero que son dos libros sobre arte: Trois heures au Musée du Prado (Itineraire esthétique) y L'Art de Goya. Pequeños manuales de apariencia modesta, infinitamente ricos en sugestiones de todo género. Eugenio d'Ors es uno de los estetas más originales de Europa, y sobre todo de los más substanciales. Sus puntos de vista, maduramente elaborados, se preocupan de no coincidir con la puerilidad y se ingenian para ir contra la opinión corriente. Pero no son nunca simples paradojas. Muy amplios, rectificados por la filosofía, nutridos de experiencia, son una mezcla exquisita de razón y de entusiasmo. La fina sensibilidad del aficionado se mezcla en ellos singularmente con el espíritu sintético del pensador. Se debe a Eugenio d'Ors la teoría, realmente notable, del barroquismo, o más exactamente, el descubrimiento de la importancia extraordinaria de ese movimiento, romanticismo en ciernes, pero más sincero, más inconsciente, más profundo. Descubrimiento infinitamente luminoso y fecundo, gracias al cual se aclara una gran parte de los problemas estéticos hasta aquí dejados en la sombra, o premiosamente resueltos por otros métodos, que comparativamente parecen infantiles… Eugenio d'Ors es un intelectualista, según dicen. Convengo en ello. Pero, ¿cuántos románticos no le envidiarían su entusiasmo, ellos que simulan el ardor por medio de la agitación? Juzgo exacto aplicarle a él lo que él mismo dice de Mantegna: «La suprema dignidad; y en el fondo más secreto, ¡qué pasión bajo la aparente frialdad!»

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Última actualización: 28 de mayo de 2008