Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
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EN TIEMPOS DE UNA EUROPA FRANCA
(La Veu de Catalunya, 4-IV-1917; versión castellana publicada en La Libertad, 24-XII-1920)
 

Y otra noche, el maestro nos contó lo siguiente:

—Era en Ginebra, en un jardín público. El crepúsculo fue muy dulce y yo me encontraba sentado en un banco. En otro banco, frente a mí, una mujer del pueblo jugaba con una chiquilla muy rubia. Había transcurrido una hora, cuando se levantó la mujer y llegóse hasta mí. «Señor, me dijo, si usted tuviese que quedarse aquí siquiera un cuarto de hora, le pediría un favor». —«Diga usted, señora». —«¿Sería usted tan amable que me vigilara la pequeña mientras voy a casa, en un santiamén? Regresaré en seguida… Pero… usted ya se hace cargo… Sólo los domingos puedo sacarla para que respire un poco».

Yo, a aquella buena mujer, la hubiera abrazado. ¿Tanta confianza le habían inspirado mi cara, mis ojos? Qué, la agria vida y el combate de los hombres, ¿no habían podido aún apagar aquel resplandor primero, sin necesidad de ángulos de sospechosa penumbra? ¿No era, pues, cierto que una arruga mala plegase mi boca? Los dolores y las torturas, ¿no habían, pues, dejado ni un surco en la pobre frente, tantas veces inclinada por la fatiga; en la pintura de los párpados, que tantas veces la fiebre incendió?… —«¡Vaya usted tranquila, señora; vaya usted tranquila! La criatura nunca habrá tenido mejor vigilante que este extranjero, de quien no conoce usted ni sombra ni patria».

Cuando volvió la mujer dióme, en paga de mi trabajo, una hermosa manzana… Como mendigo español la moneda de cobre llegada a sus manos, yo besé aquella manzana antes de morderla. Nunca la expresión «gracia de caridad» ha tenido expresión tan precisa… Pero cuidé de que no se enterara de este beso la buena mujer… Era un gesto extraño que hubiera podido parecerle sospechoso, que hubiera podido inquietarla…


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Última actualización: 20 de abril de 2006