Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
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MENSAJE DE UN BUEN EUROPEO QUE SE ACERCA NUEVAMENTE A AMÉRICA
(Bolivar, año 1, núm. 2, Madrid, sábado 15-II-1930)
 

Por segunda vez emprendo, peregrino filósofo, la ruta de América. Siempre es para nosotros un momento solemne el de lanzarnos al gran mar. Esto no lo hacemos los europeos más que por una de las siguientes tres razones: por aventura, por oficio o por apostolado.

Desde luego, lo que me impulsa a mí a partir, parécese más a lo tercero que a lo primero. Mas yo quisiera, laico de mí, mantenerme, siquiera externamente, dentro de los límites de lo segundo. Si mi mensaje toma alguna vez, como ahora, aires de predicación, que esto sea compensadoramente, a beneficio, no de una revelación, sino de una sabiduría.

Predico por la sabiduría que combate contra la Confusión, la Complicación y la Agitación, monstruos de la vida que, aun siendo contemporáneos, hemos empezado algunos a considerar como anacrónicos. Predico la sabiduría de la Sencillez. He aquí ahora, puestas en diez partes, a manera de los Mandamientos, las principales reglas del arte de ser sencillo:

I
El primer mandamiento de la Sencillez es el Diálogo. Cualquier silencio prolongado se vuelve orgulloso o bien estúpido; es decir, acaba por situarse por encima o por debajo del nivel de la sencillez. Yerra el estoico cuando, para llamarse sencillo, se envuelve en su manto de altanería. Como yerran el franciscano extremoso o el eslavo nihilista, al confundir simpleza con simplicidad… Pero el Diálogo mantiene siempre a flote nuestra conducta, con la continuada disciplina del contraste.

Todo monólogo es, por naturaleza, «descabellado». Gracias al Diálogo el alma de los otros penetra instersticialmente en la nuestra, así el peine, en el remolino de la cabellera en desorden. Penetra y, con desenmarañarla, la adecenta.
II
El segundo mandamiento de la Sencillez es la Risa. Purga la risa a la mente, y tal vez al cuerpo, de hinchazones y de tiesuras. Ablanda aquella rigidez, que anunciaba una inminente mineralización. Y como de lo que se trata es de huir del Mineral —lo más complicado, si bien se mira— y de acercarse al Ángel —si bien se mira, lo más sencillo—, cuanto aligere nuestro ser y lo propicie al vuelo debe ser mirado y buscado como un factor divino.
Conviene decir, por añadidura, que risa acrecienta discreción. Afirmaba un estadista español muy ingenioso, que todos los hombres nacen con la misma cantidad de broma en el cuerpo. Pero, si unos la sacan fuera y aplican a asuntos placenteros, ingrávidos y apacibles, y éstos son los sanos y normales, otros se la guardan y, a su pesar, la broma se les filtra a cosas que debieran ser íntegramente serias. Y de estos últimos hay que huir.
¡Gloria a la risa que descabalga! Este señor se daba tono. Andaba a caballo a nuestra vera… Pero, ya se rió. Ya se ha desmontado. Ahora andará holgadamente a pie el resto del camino.

III
A pie, a pie conviene ir. En todo… En los paseos, en los oficios, en el amor, en el estudio. En el estudio, sobre todo. Único modo de evitar que el saber, con envanecer, desvanezca.
Euclides, según la leyenda, presentaba un día a Tolomeo Sotero el rollo o volumen que contenía sus Elementos inmortales. «¿No hay —le preguntaba el Monarca, tras de pasar los ojos, un poco abrumado por la cadena de principios y demostraciones (¡tan clara y económica, sin embargo, tan bien ordenada y sencilla!)—, no hay un camino menos fatigoso para aprender la Geometría?» «No, poderoso señor —contestaba el sabio—. No hay, en matemáticas, una carrera para los Reyes».
IV
Entre dos explicaciones, elige la más clara. Entre dos formas, la más elemental. Entre dos palabras, la más breve.
V
Nada de robinsonear. No estamos en una isla desierta, sino en una Ciudad, dentro de otra ciudad, que es la Cultura, dentro de otra, a su vez, que es la Historia.
Levantamos los párpados y vemos inmediatamente compañía. Tendemos el meñique, y tocamos colaboración. Abrimos la boca, y respiramos tradición.
VI
Te apoyarás en tus prejuicios, como en el primer peldaño de una escalera. Acaso más tarde descanses en ellos como en un alto belvedere. Joubert escribió: «Mis descubrimientos (y cada cual realiza los suyos), me han devuelto a mis prejuicios».

Sólo a precio de no querer empezar podrás librarte de seguir. Mucho se ha hablado contra los rebaños de carneros. Pero, ¡qué decir de las desbandadas de carneros!

¿Y qué ganarás, si eres carnero, con ser un carnero original? No habrá para tí más originalidad posible que la miserable de tener cinco patas.
VII
La miseria siempre es patética, contorsionada, sobrecargada… No seas miserable.

Pero no seas tampoco demasiado rico. Antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico entre las columnas dóricas que sostienen el templo de la Sencillez.

Hay que evitar, sobre todo, el «prosperar»; por lo menos, el prosperar demasiado deprisa. Hacienda limitada, heredada y quieta es la más apta para llegar a maestría en el arte de ser sencillo. Prospera, si acaso, de tal modo, que el incremento de tus disposiciones preceda, en armonía casi ajustada, al incremento de tus necesidades. Ni respecto a lo que ayer eras conviene que hoy puedas llamarte a tí mismo «nuevo rico». Sólo a fuerza de años en una posición, te moverás dentro de ella con desembarazo.

Y luego, que tu trabajo sea púdico. Sudar una fatiga en público significa siempre un acto de cinismo
.
VIII
Ne quid nimis. La exquisita sobriedad en todo.

Ni de la nobleza conviene abusar. Sé antiguo. No seas demasiado antiguo. Remontarse al siglo XV, ¡qué bien! A las Cruzadas, tanto mejor. Pero, si eres antediluviano, siempre tendrás algo de mastodonte.

Lo mismo cabe decir de otras complicaciones. Un triángulo, un cuadrado, cosa perfecta. Un pentágono está muy bien. Un exagono, un octágono, pasen aún. Pero lo mejor que se puede hacer, cuando uno empieza a volverse dodecágono, es inscribirse en un círculo.

Y lo peor, perder la cabeza… Pero también resulta bastante malo perder pie.
IX

El noveno mandamiento de la Sencillez ordena no abusar de la llamada «vida interior». No está el daño en tenerla, una vida interior. El daño está en sentirla. El pecado, en cultivarla.

Quita, quita vida interior. Siempre te quedará demasiada. ¿No ves lo que ocurre con la salud del cuerpo? Quien ve perfectamente, no siente el existir de sus ojos, no se acuerda de ellos. El hombre perfectamente sano no sabría, sino por referencia, que tiene pulmones, hígado o corazón.

Así en lo espiritual, alma perfectamente sana sería la que, al sobrevenir la hora de la muerte y dejar el cuerpo, se quedase completamente sorprendida al ver que era inmortal.

X
Haz por llegar a viejo, candidato a la Sencillez. La Sencillez acabada exige tiempo, para estar de vuelta de muchas complicaciones.

Estos diez mandamientos dí un día como norma al plantel de la nueva España que está creciendo en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Hoy los llevo a un ancho continente… Por lo menos —aunque presumo que también a la otra parte convendrían—, a la parte de este continente que habla la lengua de mi madre con las mismas cadencias que ella.

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Última actualización: 11 de abril de 2006