Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
SAN JOSÉ
(Arriba, 19 -III-1946; recogido en Helvecia y los lobos)
 

Muchas cosas sería bueno que aprendiéramos en el santo ejemplo del glorioso Patriarca… Una de ellas, su capacidad de acomodarse a vivir con el misterio, el prodigio y lo sobrenatural injertos en la cotidianidad de la vida; sin alterar por eso su humilde y operante normalidad.

Saltemos de la lectura —entre líneas— del Evangelio, a la lectura —saltada a grandes trechos— de un poeta norteamericano. Walt Whitman canta así: "Si ahora apareciesen cien humanidades perfectas, no me extrañaría". San José ni siquiera se extrañó de que la Divinidad le naciera en casa.

Su vara floreció, en los Juegos Florales de más rico premio que jamás hayan abierto concurso: él no conoció, en ese triunfo —que le volviera la cabeza al más modesto—, ni vanagloria ni confusión. Después, le fue dicho que su matrimonio no había de parecerse a los demás ni perpetuar su sangre. Y él no se desesperó, ni se avergonzó, ni se entonó.

Trabajaba cada día la madera olorosa. Y, si alguna turbación pudo sobrevenirle, únicamente la madera olorosa lo supo.

Vio a un Niño adorado por los Reyes. Detrás de los Reyes, desfilaron los Pastores. Detrás de los Pastores, él. Ni siquiera se dijo: "Parece un sueño".

No, no le parecía un sueño. Porque el trabajo de la madera olorosa le había dado el sentido de la verdad.

Un sentido impávido. Lo que descoyunta las cosas, tantas veces, son los comentarios que colgamos de ellas. San José no comentó nada. No dijo nada. No pareció sorprendido por nada. Porque su mirada estaba limpia, todo le pareció, a su mirada, natural.

Respetó la entereza de lo real como la entereza de la Esposa. Sabía que en la madera hay nudos que resisten. También hay nudos en la verdad.

Cuando en la materia de su labor tropezaba con la tenacidad de un nudo, cedía e iba a cortar más lejos. También hacía así en su entender. Lo incomprensible ni le excitaba ni le exasperaba. Cuando tropezaba con lo incomprensible, se volvía a su madera.

Un día, cierto cliente de su carpintería, poseído por una profana impaciencia, fue a reclamarle sobre la prisa de un encargo… —"Usted querría que yo hiciese milagros", dijo el Patriarca.

No. Nadie le pidió que hiciera milagros en vida. Después, si acaso.


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Última actualización: 22 de marzo de 2006