Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
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DEL ABANICO
(La Veu de Catalunya, 10-VII-1906; La Cataluña, 12-X-1907)
San Cristóbal abanicos,
porque ya sopla el calor
y nos tiene derretidos.

Esto se lee en otra aleluya que tengo, también vieja como la de la procesión del Corpus. Esta se llama «Ferias y fiestas de Barcelona». Otro día hemos de conversar de ella. Hoy diremos dos palabras, dos palabras nada más, sobre la cuestión del abanico.

¿Quién debió inventar esta encantadora arbitrariedad llamada el abanico? Un poeta, sin duda, injertado ligeramente de ingeniero. Poeta gnómico, poeta primitivo, frívolamente utilitario, claro está. Ingeniero gnómico, eso es.

Él se diría: —«He aquí que Madona Natura y el mal diablo (que Dios confunda, amén), que vive dentro de Madona Natura, se complace en tener el aire todo encalmado para desagradarme. Pero a mí me va divinamente el aire movido. Yo, pues, yo en persona, me encargaré de mover el aire». Rumia que rumiarás, pam, eureka, ya te tengo: el poeta ingeniero gnómico inventa el abanico. En seguida coge su túnica de las fiestas (porque esto pasaba en la Arcadia —et in Arcadia ego…— y en la edad de oro), y se va apresuradamente a casa de su novia (porque el poeta ingeniero gnómico tenía una novia, sino ya no hubiera sido tan inventor, ni tan buen poeta, ni tan buen ingeniero). Y, llegado ante la novia, le dijo: —«Toma»… La novia coge el primer abanico y queda encantada. Jamás regalo alguno le había gustado tanto como el de ahora… Porque tú también, amor, si sólo hubiese un abanico sobre la tierra y este abanico fuese tuyo, ¿por cuál joya lo cambiarías en los actuales terribles días de calor?

Y no solamente le dijo «toma», el poeta ingeniero a su amada. También le dijo (porque además de poeta y de ingeniero era psicólogo, psicólogo gnómico, naturalmente): —«Cuando tengas algo de decisión suavemente difícil, abanícate con esto. El ritmo regular de tu brazo hará nacer bajo tu frente el buen consejo». Así habréis notado que las bellas mujeres buscan solución a los pequeños problemas de su vida abanicándose. Al dicho «Consultadlo con la almohada», tendría que añadirse este otro dicho: «Consultadlo con el aire del abanico». Y es mejor consejero el aire del abanico que la almohada. Porque la idea que preferentemente sugiere ésta, es la idea de dejarlo correr. Mientras que la que aquél sugiere, es la de una intervención arbitraria, la de hacer que corra… El Glosador desea ardientemente que todas aquellas de sus gentiles lectoras, que hoy en los diversos sitios de aguas, sitios de baños, sitios de veraneo de Cataluña, se vean solicitadas a una respuesta sobre la consabida eterna pretensión galante, la consulten, mejor que con la almohada, con el aire del abanico, y tomen, por consecuencia, no el partido de dejarlo correr, sino el de hacerlo correr…
Porque es bueno que las cosas del mundo corran…


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Última actualización: 15 de noviembre de 2006