Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
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SEURAT
(Los Lunes de El Imparcial, 25-II-1923)
 
A caballo sobre dos siglos —hombres formados en el Ochocientos, performadores del Novecientos—, tres maestros franceses: Gauguin, Cézanne, Seurat. Gauguin resumía, concentraba, exasperaba todo el sentido de la etapa artística anterior. Cézanne luchaba, con lucidez no enteramente redimida de intermitencias, por el advenimiento de un mundo nuevo. Seurat, fría, tranquilamente, se instala ya, con una precocidad turbadora, en el corazón de éste. Aquí está la razón de que la gloria de Seurat haya venido más tardía. Si Gauguin domina en la década 1900-1910 y Cézanne, en la comprendida entre el 10 y el 20, Seurat está probablemente destinado a influir en los jóvenes que aparezcan entre hoy y 1930.

Tropezaba hasta ahora esa influencia con un obstáculo: la dificultad extrema para el conocimiento del pintor. La obra de Seurat no es, numéricamente, muy considerable; fue, mientras se producía, escasamente expuesta y mal apreciada; ha venido a parar, después, a la diseminación de galerías y colecciones, a veces recatadas celosamente. Faltábanle también los estudios críticos y las reproducciones, que alivian el desconocimiento, aunque no siempre lo remedien con fidelidad… Este último mal está siendo remediado, en parte. Las referencias a Seurat empiezan a multiplicarse en las revistas artísticas. Una colección de reproducciones, con muchos dibujos hasta hoy inéditos, acaba de publicarse en París, precedida por una biografía del maestro.

Los problemas técnicos suscitados por la pintura seratina, que pudo parecer emparentarle con el esfuerzo de los Signac y de los Cross, hubieron un día de oscurecer el aprecio de su nota estética y aun moral; esta alianza misteriosa de lo eterno y de lo extraño; de lo extremadamente quieto y de lo extremadamente dinámico; de arquitectura y de caricatura; de clasicismo y de carácter, con que sus creaciones se imponen y se agarran tenazmente a nuestra memoria. Es imposible no ver un Seurat, aun perdida su reproducción entre los cien grabados en un libro, que rápidamente se recorre. Es imposible olvidar un Seurat, una vez visto. A los que han posado los ojos en un cuadro de Seurat, si, pasados muchos años, viene un día en que naufragan y se ahogan, les aparecerá sin duda, entre el desfile de imágenes velocísimo que, según dicen, suele producirse en tales casos, la visión —impía tal vez, pero nunca frívola— del cuadro que conocieron de Seurat.

Aun en lo técnico, la primera versión que esta pintura encontró en la crítica, no fue justa. Con Signac o Cross, Seurat fue llamado puntillista en más de una ocasión. Ahora bien, el puntillismo fue y tuvo que ser, por definición, análisis. En el arte de Seurat, al contrario, lo que nos importa es la síntesis. Sabido es que sus primeras rebuscas se limitaron al uso del blanco y del negro, a los dibujos en lápiz Conté sobre las hojas de papel Ingres. Pero, aun llegado al cromatismo, su arte se obstinó en grado sumo en el ejercicio de lo abstracto, en las virtudes de la eliminación… —Seurat es como un Poussin de nuestros días. Uno de esos artistas supremos que saben que si «el corazón tiene sus razones que la razón no conoce» también «la razón tiene sus sentires, en que el corazón no palpita».


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Última actualización: 31 de mayo de 2006