Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
LA ESENCIA DEL DEBER
(Los Lunes de El Imparcial, 4-III-1923)
 
La esencia del deber, considerado en toda su generalidad, es la memoria. Veremos apuntar esta verdad nueva, al final de una corta investigación, que pueda comenzar por unas palabras de Malebranche, para acabar tal vez en unas palabras de Federico Schiller.

Las palabras de Malebranche fueron pronunciadas hablando de teología. Me refiero a las siguientes: "Si el obrero es perfecto, la obra es imperfecta; si el obrero es imperfecto, la obra es perfecta". Esto lo aplicaba el filósofo a la tesis de la imposibilidad de que el mal fuese querido por Dios. Tal vez un ejemplo podrá iluminar el sentido de sentencia tan entrañada, tan onda y oscura.

I

Supongamos que el obrero ha comenzado su obra. El obrero se llamará, si queréis, Beethoven. Y la obra será el tercer tiempo, lento assai, de su Cuarteto XVII… Preciso el fragmento, en razón a que la maravillosa claridad de estructura del que cito, ayudará a quien lo recuerde, como a mi me ayuda, a la meditación que sobre el mismo conviene hincar.

Antes de que se entregara a la tarea, las posibilidades del obrero eran infinitas; pero la obra no existía aún. El primero era, pues, infinitamente poderoso; la segunda, impotente.
Pero ya la composición se ha iniciado. Ocurre ahora que la parte ya compuesta de la obra limita decisivamente sus posibilidades de desarrollo. Si no quiere caer en la incoherencia, el obrero se encontrará ya comprometido a obedecer una ley de armonía, que, según la parte compuesta, predeterminará aquella otra parte que todavía queda por componer. El obrero, pues, será ahora menos libre, menos poderoso; la obra, en cambio, habrá entrado en el ejercicio de su poder.

Aquella disminución, este crecimiento, irán acentuándose después, a medida que la composición cunda y avance.
Y punto llegará, el punto inmediatamente anterior al término en que ya al obrero no le quedará mas que una sola posibilidad, si quiere continuar armoniosamente la obra hasta el fin: entonces él se encontrará en el mínimo de su poder; ella, en el máximo.

II
Ahora bien, en cada uno de estos momentos sucesivos, el obrero podrá evidentemente emanciparse de la coerción que sobre él ejerce la obra ya realizada. Podrá ser inconsecuente. Podrá ser incoherente. Podrá abandonar la obra empezada y darse, con ligero corazón, a una improvisación nueva.

Al hacerlo así, el obrero será personalmente —mejor dicho (puesto que ser persona significa ya un cargo), individualmente, y momentáneamente— más perfecto. Habrá usado de más libertad. Pero su obra será entonces más imperfecta. Y también será entonces más imperfecta su propia vida, considerada como obra.

Al revés, el voluntario renunciamiento y limitación de posibilidades por parte del obrero enriquecerá la obra. Podrá alcanzar a enriquecerla con una perfección soberana.
III

Así, una moral de la Obra Bien Hecha, una moral del Resultado Heroico, tenderá siempre a exaltar la perfección de la obra, aun a riesgo de la imperfección del obrero.

Una moral del impulso y de la salvación solitaria tenderá, al revés, a exaltar la perfección del obrero, aun a riesgo de la imperfección de la obra.

La primera tendrá por inspiración el Clasicismo. La segunda, el Romanticismo… — (Sí. Todos los caminos llevan a Roma, y todas nuestras meditaciones a un mismo punto. Este punto que debe de ser la Roma de las meditaciones).

IV

El héroe literario más elegante y típico de la concepción romántica de la moral es Don Quijote. El de mayor pureza y libertad individuales, el de obras más ruines, desdichadas y grotescas. Ulises, en cambio, Ulises paciente y fértil en astucias, encierra el símbolo de la moral entendido como consagración al resultado heroico. Largamente probado, humillado, constreñido, pero vencedor tras de las pruebas y portador de su empresa a muy acabada consumación.

Ahora bien, ¿qué empuja a Don Quijote? Un ímpetu hacia adelante, el anhelo de cumplir lo que obstinadamente le niega la fortuna, una gran hazaña, digna de la profesión de caballero andante. Empuja a Don Quijote una vocación. — Y Ulises, ¿a qué obedece? A un pasado que le importa reconstruir. A un ley que un día se dió a sí mismo, al constituir una casa, una familia. No a una vocación, sino a una gravitación.

Don Quijote es el que espera y Ulises el que rememora.

V

Advirtamos que Don Quijote con morir, cumple. Prueba de que su perfección se situaba en el terreno de la libertad personal.

Si Ulises muriera antes del término de su viaje, fracasaría radicalmente. Prueba de que ha de someterse a las limitaciones del deber.

Este deber, ¿le viene de lo alto? No. Es fidelidad, no obediencia. ¿Le viene de dentro? No. Es arte, no sinceridad.

Para un espíritu dogmático el deber viene de lo alto, es decir, de la ley. Para un espíritu kantiano, de dentro, es decir, de la conciencia. Para un espíritu frívolo, de fuera, es decir, de las gentes.

Para un espíritu clásico el deber no viene de lo alto, ni de dentro, ni de fuera. Viene de antes, viene de la imposición con que la parte de obra ya consumada restringe y, finalmente, anula las sueltas posibilidades del productor; los fenómenos fuera de ley a que se podría entregar.

VI

Ahora, acordémonos de que Federico Schiller definió la belleza así: "La belleza es una imposición de los fenómenos".

También nosotros definiremos en los mismos términos la verdad. — Otro día hemos de ver por qué.
Así el deber también. — Deber, verdad, belleza: total, ritmos.


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