Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 12-II-1929, pp. 6 y 7)

ADVOCACIONES PARA EL TURISMO. LOS TRES REYES.— …Coloque usted —le dije— esta nueva Agencia de Turismo que se propone usted fundar, bajo la santa advocación de los Reyes Magos.
¡Cuán admirables turistas! De la especie de los que traen mejora de hospedaje doquiera pasan. A lo que se nos dice, las fondas de Belén, aquella maravillosa noche en que iba a nacer Jesús, poco tuvieron de recomendable. Pero, en un par de semanas, debieron de improvisar muchas y muy buenas reformas para recibir a los mayestáticos personajes y a su lucido séquito. ¡Pueda acontecer lo mismo, siempre y en todas partes!
Y la estrella, que, en la memorable coyuntura, vieron los tres Reyes brillar, ¿no es una gloriosa antepasada de tantos letreros luminosos como hoy son en el mundo y en las metrópolis del mundo? A ver si un Citroën, con el derroche de millones y travesura de sus reclamos, consigue este efecto que un día el simple guiño de un puntito de oro en la noche: decidir a tres magnates unánimes, a ponerse en viaje en unas horas.
Antepasado de tantos anuncios y, a la vez, de tantos guías y cicerones. Porque, sobre anunciar la atracción, la estrella enseñaba también el camino y conducía hasta la puerta.
La propiedad de la patronal figuración es aquí completada por el hecho de la presencia del Rey negro. Dondequiera cuaje una maravilla, la Humanidad exótica siéntase también llamada… Desde el punto de vista de la mirra, el incienso y el oro, ésta no es, amigo mío, la peor clientela.
Gustó el Medievo de buscar, para todo oficio o institución, blasones de tan sacra categoría como el que propongo para una agencia de viajes. A ello aplicó tanto ingenio como profundidad, tan pura piedad como benévolo humor. Por aquellos tiempos todo tuvo su advocación imaginera. ¡Téngala hoy también las instituciones nuevas, los oficios nuevos! Allí donde quepa hacer un dibujo, nunca reinará totalmente el demonio de la confusión, que es una de las encarnaciones del espíritu del mal.
El Viaje y Adoración de los Reyes, para el blasón del Turismo, como el gigantón de San Cristóbal para el blasón del Glosario. No me complace esto menos, no me parece menos sano, significativo, gracioso y eficaz que el altarcillo de San José en el fondo de la olorosa carpintería o el nombre y el icono de San Pedro en la sufrida proa de la embarcación pescadera.

BENJAMÍN DE TUDELA.— …También, puesto que la Agencia de fundación de usted —continué diciéndole— va a abrirse en España, sería buena buscar algunos penates, algunos nombres esclarecidos en el pasado, patrones también de la institución, si no ya en el dominio de lo santo como los anteriores, investidos siquiera de aquel derecho a la veneración que de consuno dan la muerte del cuerpo y la inmortalidad de la fama. Así, colegio de muchachos que, sin perjuicio de ponerse bajo la advocación de San José de Calasanz, por ejemplo, colocó, en el testero de su salón de actos, un engolado retrato de Cervantes.
Si Cervantes es clara figuración para un lugar español de estudios, para un Centro español de viajes nada más apropiado que la imagen de Benjamín de Tudela. Antes que Marco Polo —y entre cruzados y almogávares—, éste fue un as en lo de devolverle la pelota al Oriente. ¿Qué ley singular de la Historia es ésta que ha querido que, si el derrame del Oriente sobre el Occidente se produce siempre bajo la forma de oscuras emigraciones, la respuesta del Occidente yendo al Oriente haya preferido el instrumento de los claros viajes y de los lucidos viajeros? A la invasión de masas de emigrantes se contesta con el destacamento de grupos de turistas. Como si llevarle la contraria al camino del sol fuese condición para realizar obra de luz.
Colón mismo, aunque descubrió un Occidente para Europa, adonde en realidad quería ir es a Oriente…
Las dudas sobre el origen español de Colón (aunque cierto concienzudo Benjamín de Tudela de nuestros días —Tudela, en esta ocasión, cae hacia el Báltico— dalas de plano, por resueltas) impedirían a usted, amigo fundador, tomar esta efigie para decorar el testero de su oficina.
Ocurre, además, que, con razón o sin razón, el pobre y gran Cristóforo no tiene, en estos momentos, buena Prensa. Eso va a rachas. Nadie mejor que un barcelonés, y un barcelonés nacido en el Fin-de-Siglo como yo, para saber lo que un día pudo ser, respecto de la gloria de Colón, la racha próspera y favorable. En los colegios donde estudié, el test  del "grande hombre preferido", no hubiera alcanzado entre los niños otra respuesta que el nombre del navegante si no es, en algún caso, la del otro nombre brillante de Edison, inventor del fonógrafo. Ni dejaba, incluso, de producirse en las imaginaciones infantiles la intuición de cierto parentesco para unir entrambas glorias: chico hubo dado a pensar que la Providencia había llevado a Colón a descubrir América, porque allí tenía que nacer Edison, el cual, a su vez, tenía que descubrir el fonógrafo… Todo eso resulta hoy bastante lejano. Edison y Colón, conjuntamente, han descendido quizá a la categoría de fiestas menores en nuestro santoral. No, decididamente; no le conviene a usted destacar, de entre el acervo de sus penates, la fisonomía de éste a quien la frivolidad de las clientas de su casa tomara tal vez, con impío olvido de su identidad, por el descubridor del peinado en media melena.
Lo dicho, Benjamín, el gran Benjamín, turista del siglo XII. Eslabón de oro en la gran cadena, entre Herodoto y Paul Morand.

ABENÁMAR.— En cuanto al libro que, como guía, la solicitud de usted ha de proporcionar al viajero —concluí diciéndole—, en cuanto al "Cicerone", al "Baedecker", de propia cosecha de usted, ya que no de propia minerva, el nombre —que es también una advocación— ya lo tengo encontrado desde hace horas, ya lo tengo declarado alguna vez. Debe, por ser libro español, llamarse el Abenámar, en simbólica, abreviada, patronal denominación, como se llama el Apolo al famoso manual de historia de arte, o el Pallas al pequeño diccionario enciclopédico; como el Galateo, en otro tiempo, al formulario de mundanismo, o el Atlas, en todos, a la colección de mapas…
Debe llamarse "el Abenámar" en memoria y honor de aquel moro de la morería, nacido bajo signo que le privaba de mendacidad y que —Cicerone sin garrulería— explicaciones tan precisas da al extranjero sobre la Alhambra y sobre el Generalife y las Torres Bermejas y los Alixares, sobre su composición y fábrica, sobre su autor y coste:

El moro que las labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no labraba,
otras tantas se perdía…

Abra usted, amigo diligente, su Agencia de Turismo. Dichosa la mañana en que me verá usted comparecer, con un terno claro, al brazo el gabán, una pipa en la boca, unos paquetes en las manos, unos billetes y unas monedas de distinta catadura, repartidos entre los varios bolsillos y, en todo el aire y andanza, aquel no sé qué, aquella ligereza alada y brillante fulgor, que denuncian al inmediato viajero. Me gustaría, entonces, que una imagen de Epifanía presidiese a mi encargo. Me gustaría que la cabeza de Benjamín de Tudela timbrase mi ticket. Me gustaría que, a tiempo que la mano de usted saliese por el agujero de la taquilla, buscando mi mano, para desearme un buen viaje, su voz, previsora y solícita, me dirigiese esta pregunta: "¿Ya se lleva usted el Abenámar?"


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Última actualización: 9 de junio de 2008