Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 26-V-1928)
EN SU PUNTO.— Advierto, en los comentarios públicos a unas líneas mías, publicadas en El Liberal del viernes, una tendencia que —tal vez por efecto de la distancia— me sorprende; y que me presenta como necesitado en la coyuntura de una hospitalidad que en ABC me hubiese sido negada o regateada. Este mismo querido periódico, en su número del domingo, al recoger la insinuación dignamente, parecía en riesgo de concederle cierto estado.
Pero hay en aquélla un error, nacido de no haber atendido suficientemente al carácter formal de las líneas de referencia. No formaban éstas un artículo, sino el texto de una carta, y de una carta escrita con propósito rectificador… Natural era, por consiguiente, que ésta perteneciese a la persona a quien se dirigía; y que la misma empleara su gentileza diligente en publicar aquella en el mismo periódico, y aun en la misma sección, donde habían aparecido las opiniones que se trataba de rectificar.
De no ser así, de haberse dado al escrito de referencia otro carácter, nada se opusiera, estoy seguro de ello, a que sus conceptos apareciesen entre mis habituales "Glosas"; como se ha hecho en anteriores ocasiones polémicas, que ahora ABC ha recordado oportunamente. Tanto más, cuanto que en aquéllos el único colega en colaboración, que acaso pudiera considerarse aludido, es Azorín; y el nombre de Azorín mis palabras lo salvaban explícitamente, con una invocación a su respetabilidad. Invocación a la cual me complace agregar ahora el recuerdo de una simpatía que más de una vez ha encontrado ocasión de publicidad en dichas "Glosas"; especialmente cuando, en coincidencia con la aparición de la novela Doña Inés, se levantaron, en torno de su ilustre autor, ciertas olas ingentes de vulgaridad hostil y encrespada.

ATLÁNTIDA Y EL IMPERIO DE CARLO-MAGNO.— Hay, en el tesoro de la escultura policromada española, un secreto, que me parece adivinar, aunque resulta algo aventurada su formulación. Con todo, helo aquí, a título de hipótesis de trabajo: La inspiración de la escultura policromada española es, fundamentalmente, de origen portugués.
Adviértase, para dar a esa aventurada conjetura su valor exacto, que el término "portugués" está aquí tomado, no en sentido de estricta geografía, sino más ampliamente, como designación de historia de la Cultura… "Portugués", en la misma acepción, me parece serlo también el Divino Morales, primor de la Extremadura nuestra. Pero tan lírico, tan suave, tan delicado y quebradizo en la sensibilidad, que casi no hay modo de incluirlo en la estirpe enérgica y trágica de los artistas nacidos bajo el meridiano central de la Península, ni en aquel otro que se puede atribuir a la producción pictórica de nuestros confines de Levante y qué se caracteriza por un cierto decorativismo y por cierta fidelidad constante a los valores corrientemente admitidos en el arte universal.
Esta última corriente viene a representar así a un juego de significaciones clásicas, intelectualistas, apolíneas, que, dentro de lo español, marcan, culturalmente, un extremo. Estamos con él todavía entre los límites de un imperio —el Imperio de Carlo-Magno—, cuya capital es Roma… Mientras que, en el otro extremo, lo que hemos llamado "lo portugués" corresponde a un dominio distinto y contrario, cuya capital mística —la capital de la Atlántida— está sumergida en el fondo del mar.
La Atlántida contra el Imperio de Carlo-Magno. Y, a su vez, el Imperio de Carlo Magno contra la Atlántida… He aquí un gran secreto esencial de toda la cultura española.
Dentro de este gran secreto, ya empieza a sorprender menos el otro de que el conjunto formado por la escultura polícroma, aquí florecida, desde fines del siglo XV hasta fines del XVIII, sea una manifestación de inspiración portuguesa —de inspiración atlántica— ultramarina o submarina…

EL MUSEO DE VALLADOLID.— A la luz de esta sinopsis, conviene visitar aquel camarín admirable del templo de la Raza, que llamamos el Museo de Valladolid.
Nunca el extranjero sensible, que visita España, con propósito de conocerla en lo más íntimo, debiera prescindir de hacer alto en él. Allí asistiría a la representación de un magnífico drama, cuyos protagonistas son tres figuras próceres de escultor: Alonso Berruguete, Juan de Juni y Gregorio Hernández.
Para fondo, en la representación de este drama, un rayo de luz vino a iluminar a mis ojos una gran perspectiva, el día en que supe que, según serias probabilidades, Juan de Juni, de origen desconocido, pero que el obispo don Pedro Álvarez de Acosta pescó en Roma, para llevarle a Oporto, con objeto de construir allí su palacio, había sido, en efecto, llevado a esta última ciudad. Roma y Oporto, desde ese instante, se debieron de disputar su alma. Y dejar señales contrapuestas en la obra de su gubia y de su cuchillo. Cuando Juni talla el bautismo de Cristo es un italiano. Cuando labra el Entierro, un portugués.
En su indecisión, en su íntima lucha, ésta es la figura central. A su derecha, y tirando de él, está Berruguete, que era. discípulo, más o menos directo, de Miguel Ángel. En la siniestra parte, encontramos a Gregorio Hernández, gallego de nación, es decir, portugués.
A veces se diría que estos dos antagonistas extremos se juegan, el uno al otro, a todo lo largo del drama, malas tretas. El italianizante logra, en tal cual ocasión, que los grupos de Gregorio revistan una tectónica piramidal, no demasiado distante, después de todo, de la del archiclásico Andrea del Sarto. En desquite, el gallego parece haber pintado, a escondida y a traición, las figuras de Berruguete. Las ha pintado con mucho oro, no atreviéndose a pintarlas con muchos colorines.
La pugna hubo de decidirse, al fin, a favor de Atlántida. Naturalmente, con la complicidad —"Deus ex machina"— del espíritu barroco.

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Última actualización: 5 de junio de 2008