Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 9-III-1928, p.3)

LIBERALISMO Y FUNCIONALISMO.— Tesis liberal, acerca del hombre: el hombre es un fin; la obra que el hombre cumple, un medio. Tesis funcional, acerca del hombre: el fin es la obra; el hombre, el medio… Que cada una de estas tesis pueda presentarse atenuada, no es cosa que invalide el hecho de su radical oposición.
"¿Para qué ha sido creado el hombre?", pregunta el Catecismo. Y da su respuesta. La Antigüedad clásica tuvo otra. El Renacimiento, otra, a su vez, en que se combinaban las dos primeras. Mas, en este momento, cabe olvidar la diferencia entre las mismas, ante la importancia de su coincidir en la atribución al hombre de un fin y una justificación situados fuera del contorno individual. En todas estas contestaciones la existencia humana está legitimada por el interés de un servicio. El hombre debe servir. Tanto, que, dentro de la lógica de esa actitud, quienquiera la adopte, se ve obligado a buscar razones, más o menos sutiles, para condenar el suicidio o la bárbara eliminación de !os ancianos, en los casos de social inutilidad; y así acostumbra a decirse, entonces, que aun el peor inválido puede hacer el bien, rezando por los otros, o bendiciéndoles, o sirviéndoles de ejemplo en la paciencia y otras virtudes, et coetera. Pero el liberalismo jamás se preguntará, en coherencia, para qué ha sido creado el hombre. El hecho de la existencia del hombre ya estatuye, según aquél, un derecho. Lo que el hombre haga, lo que sirva, no modificará en nada su valor fundamental…
Sé de una artista ilustre, primor de amistad —aparte de ello, es una adalid delicada de la música antigua— que, después de pasar un buen rato en compañía de alguien a quien quiera o admire, se levanta, le toma entrambas manos y le dice, con un sonreír enternecido: "Merci, d'exister/…" Pues bien, el liberalismo es el que, menos difícil que nuestra amiga, a cualquier nacido de madre le dice: "¡Gracias por existir!…" En cuanto a obra, ya hay bastante y demasiado, para aquél, con el dominio de las buenas intenciones.
Con la existencia de las Naciones ocurre lo mismo que con la de los seres humanos. También puede, respecto de ellas y respecto de cada una de ellas, exclamarse, laxo: "Merci d'exister!", o bien preguntarse, exigente: "¿Para qué ha sido creada la Nación?

JULIANO Y SAN PABLO.— Hay un nombre —probablemente, inmortal; porque, mientras más pienso, más me parece ver, en la mente, que lo llevó una de las claves de arco de la historia humana—, hay un nombre, digo, que puede tomarse como el del patrón de la tesis liberal acerca de las naciones, es decir, de la tesis del nacionalismo. Me refiero al de Juliano el Apóstata. Juliano, el que soñó en restaurar la antigua Grecia; no los dioses de Grecia, como suele decirse, sino Grecia misma, hecha dios… Grecia, entidad suprema, a la cual subordinaba el Emperador-Filósofo toda categoría: la verdad, la justicia, el bien. Sin negar por ello a los hebreos el derecho a tener su dios, su Jehová, y, por debajo de él, su bien, su justicia, su verdad autónomos; ni a los persas, por su parte, el de tener su sol, su Mitra propios, con el séquito de sus propios bien, justicia y verdad.
Desde Juliano el Apóstata hasta el mesiánico polonés Lutoslawski, quien, no hace muchos años, se levantó una tarde en pleno Congreso internacional de Filosofía para sostener la fórmula de que "las Naciones son Categorías" y la conclusión de que el Redentor renacería en Polonia, una corriente de tradición, hundida bajo tierra en largos intervalos de olvido, pero que reaparece de cuando en cuando para regar el mundo con sus linfas envenenadas, ha animado cuanto, en la evolución de los tiempos, se ha presentado como rebelión secesionista contra la Cultura. La invasión de los bárbaros en la Europa meridional fue un episodio de nacionalismo. La Reforma protestante, otro.
Contra esto, se ha defendido siempre algo, que también y mejor constituye una tradición perenne. Quiero decir, la fundación intelectual de San Pablo. La del Apóstol de las Gentes, que, al cristianizar a las Gentes, enseñó a las Gentes —es decir, a las Naciones— que había un ideal por encima de ellas; que su fin no eran ellas, que debían servir, constituirse en servidoras y encontrar cada una cierta función que les sirviera para la propia justificación.

ANTAGONISMO.— En el cuadro universal del pensamiento, borradas minucias de cronología, se encara San Pablo con Juliano el Apóstata.
No me importa en la hora contemporánea ser yo quien me encare con Lutoslawski, para decirle:
—No, las Naciones no son Categorías; las Naciones son Adjetivos…
(Lo afirma, con supremo desinterés, quien sabe perfectamente que apenas si España vuelve hoy a tener un ideal —un Substantivo— tras sí, dentro de sí).


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Última actualización: 5 de junio de 2008