Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 22-VII-1926)
LAS GLOSAS DEL AGUA TRANQUILA. LA INVITACIÓN AL BAÑO(1) .— Páginas de tan ardiente romanticismo como las del Guillermo Tell, de Federico Schiller, no muestran empacho en comenzar aludiendo a una sensación, que por ventura calificará de prosaica quien, de propia experiencia, no la conozca.
"El lago sonríe, invita al baño…", canta apenas en el "festival escénico" se ha abierto la cortina sobre las rocas escarpadas del lago de los Cuatro Cantones, el muchachillo pescador, desde su barca, con la música del Kuhreinen… Lo canta su voz y lo siente su cuerpo todo. Lo siente, con aquella forma del tacto, tan generalizada, tan cenestesiada, tan ligera —y, por decirlo así, tan mística—, que ya en ella el tacto dijérase espíritu.
El tacto es el alfa y el omega de la vida sensual. En él están los abismos oscuros de ella, sus cimas luminosas. Nada tan sucio como las ganancias del tacto en los evasivos repliegues. Nada tan etéreo como su goce en esta zona de la sensación, en que, por encima aún de las alegrías en la claridad, patrimonio del sentido de la vista, se llega, nuevo patrimonio del tacto, a las alegrías de la luz.
La alegría del agua tranquila se halla casi tan alta. Ella logra hacer aproximadamente sinónimas, como en algún capítulo de la mitología griega, la invitación al baño y la invitación a la inmortalidad.

CIVILIZACIONES DE AGUA TRANQUILA(2).— Existe una civilización de los lagos. Coincide, poco más o menos, con lo que suele llamarse germanismo.
Existe, no más antigua, pero sí más precoz en la madurez, la civilización del Mediterráneo; es decir, la del lago grande.
Dicen que va a existir una nueva civilización, la del Atlántico… Pero eso todavía está por ver.
En todo caso, a quienes se manifiestan poco dispuestos a adivinarla, a los que se atienen, en orden al espíritu, a la lección del lago grande y de los lagos pequeños —es decir, a la lección del agua tranquila—, no creo que se les deba llamar oscurantistas, precisamente.

RECREOS, RECREACIONES(3).— No hay más que dos grandes deportes. Entiendo dos formas de recreo que lo sean verdaderamente de recreación, de creación nueva, de superación, para el hombre, de aquellas fatalidades zoológicas a que vive encadenado.
Este miserable mamífero tiene, a pesar de su miseria, la posibilidad de fingirse ave, la posibilidad de fingirse pez.
Puede volar y nadar… Puede —¡oh, redención; oh, delicia!— apoyarse sobre elementos que no llegarían a sostenerle.
El aire, el agua, han pactado así con el hombre: Tú, pobre objeto, estás sometido a la ley de la gravedad. Nosotros, empero, te ayudaremos a burlarla. Monta, confiado, a nuestro lomo. Te sostendremos mientras tú seas lo que debes ser: movimiento, vida, voluntad, lucidez, espíritu. Así que desciendas de calidad, así que te mineralices, caerás. Confía, pues; pero cumple. El desmayo es la muerte.
Ojo alerta, dilatado el pecho, elásticos mano y pie, el aviador, el nadador se lanzan. Guay del miembro que se endurece, del pecho que se estrecha, del ojo que se nubla.
Guay de quien se acuerda con exceso de su ley, cuando iba a recrearse en la libertad. Nadar, volar: libertad suprema. Y juventud, precisamente por lo que tienen de aproximación al caos matriz.
Este nadador del lago levanta la cabeza y divisa el vuelo de un avión encima del lago. Así el de arriba fuese un ágil mozo, y el de abajo una linda muchacha, que los podríamos casar, a ver qué salía.

LA INTELIGENCIA Y EL IMPULSO.— Como la derecha del remero principiante tiene más fuerza, la zurda rectifica de cuando en cuando, operando sola, el error que los excesos de aquélla pueden producir en la dirección. Después, esto se arregla, y, sin necesidad de la frecuente rectificación, el equilibrio se produce.
Así, a medida que se avanza en la vida, la inteligencia, que en tiempos tuvo que ser el mentor del impulso, llega a trocarse en su compinche.

LA DOBLE INVITACIÓN.— EI lago sonriente invita al baño. También invita al remo. Es decir, a la vez, a que le cabalguen y que le azoten.
Lo mismo, lo mismo, que ciertos bellos animales —no maliciar; hablo, sobre todo, del caballo—, particularmente gratos al guerrero.

PUEBLECITO PEQUEÑO.— Pueblecito pequeño y desconocido a la otra parte del lago, más misteriosamente lejano te siento que si estuvieses en la otra parte del mar.
La lejanía no exige necesariamente la extensión. Y el infinito cabe en el bolsillo.
Ya veis, cabe en la pupila.

NUESTROS REMEROS.— Me acuerdo de unos remeros cántabros. Gritaban a compás, pero no remaban a compás.

ENTRE PARÉNTESIS.— Entre paréntesis, una cosa así fue la que libró a ciertos pueblos —por ejemplo, la República Argentina— de entrar en liza, cuando la guerra grande.
Las voces eran allí unánimes, pero los impulsos se contrapuntaban.

SINOPSIS.— ¡Oh, lago! Siento, mientras tus aguas me sostienen, incrementarse mi lucidez.
Todo se refleja en ti, casas y rocas, árboles y nubes, la estación y el meteoro. Todo se refleja, pero intelectualizado, afinado y ordenado.
Te miro como se puede mirar un cuadro sinóptico.

"LE LAC", DE LAMARTINE.— Con Lamartine, ha sufrido mi gusto algunos devaneos. Unas veces me ha arrebatado, otras no.
"Le Lac" no me ha arrebatado nunca. Hay allí un acento muy auténtico y muy grave. Pero un diseño muy artificial y de convención.
En su juego de imágenes, Lamartine embrolla las cosas. Los "rochers muets", la "foret obscure" y las "grottes" van muy bien, por un lado, juntas. Pero la "belle nature" lo estropea todo. No era "belleza", ni era "naturaleza" lo que había que decir aquí. Esto desvanece la impresión intelectual precisa, leonardesca, de aquellos elementos enfriadores, de aquellos elementos tenebrosos y … —¿cómo lo diré?— azules.
Cierto; he llamado mística a la alegría sensual que responde a la "invitación al baño". Pero me arrepiento. "Misticismo" no era la palabra. Quise decir exaltación. Acuidad extrema de intelecto —como en ciertas embriagueces de elementos sutiles—, no embotamiento, como en casi todas las otras…
De tanto remar, ya el impulso va cediendo a la inteligencia. El antiguo mentor, reducido a compinche, va extendiendo, a cada punto más, la sabiduría de sus inhibiciones.
Será tal vez porque, habiendo llegado nosotros al lago en hora cercana al mediodía, ahora ya sentimos avanzar, con paso cauto, sobre su espejo sinóptico, la finura lenta del crepúsculo.

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Última actualización: 4 de junio de 2008