Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 12-VI-1925)
 
A SU MANERA.— ¿Y usted —le preguntaron— no da limosna alguna vez?
—Sí, señora; pero siempre a caballo.

SOBRE LA UNIDAD DE LA CULTURA(1).— En cartas y en recortes de periódico, donde mano auténtica subrayó, bien los cabos del comentario corpulento, bien la madriguera de alguna alusión delgada, lléganme frecuentemente, si no objeciones, por lo menos manifestaciones de disentimiento, frente a mi tesis de la unidad de la Cultura. Tesis que, como saben mis lectores, vengo oponiendo con ahínco a quienes —así los del famoso Instituto de morfología de la cultura, de Francfort— afirmaron haber existido históricamente multitud de culturas; y ser la nuestra, la que disfrutamos —cuando la disfrutamos— sólo una de tantas.
No ha embargado aquel ahínco, en verdad, a que, en más de una ocasión, se manifestara mi libre entusiasmo por ciertos descubrimientos de la ciencia moderna en el pasado remoto; por ejemplo, los de la arqueología americana. Y en ello ha querido ver alguno de los discrepantes a que me refiero, un signo de contradicción en mí. ¿Cómo gustará, se preguntan los tales, de la emoción superviviente de los rastros maravillosos de una civilización preazteca o de una civilización preincaica —que es tal vez la misma—, quien tan tercamente está adherido a la monarquía de los productos espirituales que, desde Sócrates o desde Fidias, delinean una sola estirpe de tradición…? Y yo me hago cargo de la pregunta. Pero la analizo, y, a mi vez, creo poder denunciar alguna confusión en la misma. Esta confusión, he de probarme en desvanecerla.
Para lo cual conviene comenzar recordando que la tesis de la unidad de la Cultura, no excluye la posibilidad de una diversidad de las civilizaciones. ¿Ni quién la negará, una vez sabido desde la infancia, como lo hemos sabido todos (incluso con cierta exageración) que lo de China era, en ese orden de cosas, un círculo cerrado y perfecto, inmóvil en su esencia y en sus manifestaciones, por centurias y por centurias? Pero esta misma independencia, este mismo aislamiento, que han dado a la China y en él mantenido el carácter de civilización, son los que le han impedido la entrada en la categoría cultural. Son los que han hecho de su creación espiritual total y colectiva un producto análogo a los de tantos sucesivos creadores preincaicos o preaztecas; no al producto europeo postsocrático o postfidiano.
¿Cuáles son las notas características de este último? Más de una vez hemos dado su indicación y justificación. Son, de una parte, la conciencia de la continuidad; de otra parte, la conciencia de la unidad. Saberse continuo, en este caso, equivale a serlo. Saberse único equivale a serlo también… Equivalencia que nada tiene de sorprendente, para los avezados al estudio del espíritu, incluso del espíritu individual. El cual, en razón a sentirse continuo y a sentirse único, es, igualmente, continuo y único; es tal espíritu, y no otra cosa.
Entonces, si en el hecho de la pluralidad de civilizaciones consentimos, ¿se tratará de una cuestión de nombre, nada más? ¡Cuidado! Piénsese en la segunda parte, y principal, de las teorías a que nos oponemos. Piénsese en que no se contentan con afirmar la pluralidad de culturas, sino en juzgar que la nuestra es una de tantas. Nosotros, por esto último no podemos pasar.  Sabemos que lo nuestro constituye una realidad espiritual de orden distinto. Si hay empeño en bautizarlo con otra denominación, no nos importa. A lo que no hay derecho, una vez halladas aquellas notas distintivas, es a confundirlo con el montón. Decía Pascal que, aun en el momento en que el mundo le aplastase, él sería superior al mundo, puesto que el mundo no sabría que le aplasta, y él lo sabría. Análogamente, aunque llegase la ocasión en que la Cultura sucumbiese al empuje antagónico de la civilización de un pueblo cualquiera, por ejemplo, de un pueblo amarillo, aquélla no podría equipararse con ésta; porque aquélla, en su generosa universalidad, comprendería al enemigo, y ésta, no.
Se trata, en suma, de una distinción absolutamente análoga a la que separa, y ha de separar, al Catolicismo de las confesiones religiosas. Podrán las últimas considerar al primero como una unidad más dentro de un grupo. Pero es imposible que éste, en ningún momento, se vea como tal. Tiene el Catolicismo conciencia de su universalidad; si no en el hecho, en el derecho, y sabe que esta universalidad es su esencia, a la cual no puede renunciar, sin dejar, en el mismo momento, de existir. Mientras que las confesiones saben, por su parte, que su esencia propia es, al contrario, la parcialidad; sin la cual, no sólo dejarían de existir, sino que no hubieran siquiera comenzado.
Roma es una. Roma no puede ser más que una. Pero Ginebra no puede existir —en el sentido de metrópoli religiosa que ahora damos simbólicamente a la expresión— sin admitir al mismo tiempo, y con derecho igual, la existencia de Tihuanacu.

ALEJANDRINISMO(2).— El Eloge de la Folie, de Jean Cassou, me parece una obra de límite. La Guerra y la Trasguerra y el estado de sensibilidad que las ha acompañado, debían terminar aquí, debían terminar así: soltando a las locas del manicomio, para que celebraran el Carnaval a su gusto.
Los epígonos de la Escuela de Alejandría pusieron término a una edad, resumiendo en sus tratados la entera evolución de la filosofía griega, desde los pensadores jónicos hasta Aristóteles. Este libro de Jean Cassou tiene mucho igualmente de alejandrino. Aquí está(3) el testamento de toda una etapa, sino el testamento de toda una Edad.
También presenta análogo carácter de alejandrinismo otra publicación reciente, un libro del español Guillermo de Torre, sobre las "literaturas de vanguardia", recién fallecidas… Pero aquí el testamento aparece un poco embrollado, tal vez porque se atravesaban muchos intereses — el del notario, entre otros.

(1) recogido en Nuevo Glosario, Aguilar, vol. I, pp. 1042-1045.
(2) recogido en Nuevo Glosario, Aguilar, vol. I, p. 1045.
(3) ad. no sólo Nuevo Glosario, vol. II.

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Última actualización: 19 de junio de 2008