Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 1-V-1925)
BENDICIÓN FILOSÓFICA DE UN QUIOSCO NUEVO(1).— Mis ojos han podido ver, en estos últimos días, lo que no habían visto jamás. Han asistido a la embriogenia y al nacimiento de un quiosco ciudadano para la venta de periódicos. Hasta aquí, en cualquiera de las ciudades donde he vivido, quería el azar que los quioscos vinieran ofreciéndose a mi contemplación coma una cosa dada: ésta es —según Schleiermacher— la manera de conocimiento propia del "hombre vulgar". Ahora, en cambio, aprendo a ver en aquéllos una cosa producida; es decir, a verlos en guisa de "hombre de ciencia" —siempre según el teólogo citado…—. Quizá mañana el hábito de encontrar el nuevo quiosco fijo en su lugar, y, unido a este hábito, el recuerdo de la obra, relativamente lenta, que lo produjo, permitirán que su representación en mí, participe de lo dado y de lo producido; especie compleja de visión, que Schleiermacher atribuye al "artista" y considera como su privilegio.
La armazón de madera en que(2) se cifra la fábrica del nuevo quiosco apareció, el mismo día de su plante, pintada con un bermellón muy simpático. Entre el verde de las hojitas tiernas en los árboles(3), este gayo color se destacaba en un contraste muy "aleluya de Epinal". Tanta viveza cromática se amortiguó al día siguiente(4). Nuevas capas de pintura sobre el prístino bermellón lo han ensombrecido, lo han subido so pretexto de imitación a madera fina, hasta un chocolate bastante triste. Pero, en la hora del nacimiento, la policromía profusa de las gacetas, aleteantes como pájaros o mariposas al vientecillo primaveral, traerá, a la austeridad de esta segunda etapa, una importante corrección. El papel da al quiosco bello plumaje, si la madera le ha proporcionado oscuro esqueleto.
Pienso, al considerar estas tres fases sucesivas del quiosco, en lo que decía Miguel Ángel de las estatuas y de su vida, muerte y resurrección, o sea, el modelado de la arcilla, el molde de yeso y el cincelado del mármol. La belleza de un quiosco no alcanza, es claro, a la jerarquía de la belleza de una escultura. Pero, más que en ninguna parte, debemos celebrar la aparición de uno de éstos en Madrid, donde el quiosco —con la dignidad de su forma vertebrada al fin—, apenas si existe, reemplazado por el "puesto", quiere decir, por lo inarticulado y amorfo: los cordeles, las pinzas, la silleta, el hato panzudo, a medias desanudado y entreabierto…
Y aun en otras partes, aun en cualquier parte, aun "bajo los Tilos" o en el bulevar(5), ¿no habría de acompañar un poco de campaneo jubiloso del Espíritu al nacimiento de cada quiosco? Las imágenes de la vulgaridad, del mal gusto, de la licencia, han de invadirle, acaso muy pronto; sus(6) productos de bajeza serán los más solicitados en su taquilla… Eso no importa. Es siempre la Palabra —la Palabra, que, si bien se mira, no puede mancharse— la que, con un nuevo edículo de éstos, gana un nuevo altar. Es la Palabra, y su fuerza, y el conjuro de su formulación, y su poder sobre el mundo…
Me acuerdo de haber visitado(7) Gibraltar, cuando muy mozo. Hubo de llamarme la atención, en esta mi primera visita, un quiosco que la tarde dominical había cerrado, pero donde se ostentaba el rótulo: "Quiosco para la circulación de la Palabra de Dios". Y ya entonces pensé que, de la palabra de Dios, no podía tener esta protestante barraca calpense ningún monopolio. Toda palabra en que ha puesto el alma quien la ha escrito es —a derechas o a torcidas, de una vez o por contragolpe— Palabra de Dios.

PEDRO ARA.— La primera vez que el doctor Ara se me acercó llevaba el corazón en la mano. Por el momento, aquel corazón no era el suyo. Vaya usted a saber de quién era. Se trataba de una pieza anatómica, destinada a circular entre el auditorio de una de las lecciones de Cardiología, que, a su paso por Madrid, en viaje desde la Argentina a Alemania, daba en San Carlos el fisiólogo Nicolai
Luego, sí. Luego, lo por aquél ofrecido a mi vecindad, a mi conocimiento, a mi amistad, fue algo muy propio. No ya un documento para el estudio de la vida, sino la vida entera. No ya la preparación de un laboratorio, sino la sazón de un carácter. Vida ásperamente consagrada al saber. Carácter de un heroísmo obstinado y sin desfallecimiento… ¿Es de trabajar tanto bajo la amenaza de la podredumbre, de donde han sacado el hombre y el sabio esta gran vocación de pureza?
Para enriquecerse con la enseñanza del sabio, la Universidad de Córdoba en la Argentina acaba ahora de llamar al hombre…. Se trata de una Universidad renovada. Había allí unos estudiantes muy revolucionarios —revolucionarios de veras, no de boquilla—, que, en imperiosa unión con los profesores mejores y los más jóvenes, barrieron unos cuantos fósiles, quebraron unas cuantas rutinas, modernizaron la institución. Esto ha permitido a la Universidad de Córdoba llamar a profesores extranjeros. Otras altas instituciones docentes de la República vienen haciendo lo mismo.
Alguna vez el honroso llamamiento se ha dirigido también a españoles. Tal manera de invitación puede decirse que inaugura un tercero y mejor período en la historia de nuestras relaciones culturales con las instituciones universitarias argentinas. Comparadas con las anteriores, las notas características de este tercer período ofrecen una ventaja de que España se puede enorgullecer.
En el primero, la iniciativa de los viajes de nuestros profesores nacía de ellos mismos, o bien del Estado español, que les encomendaba una misión representativa. Los establecimientos de Ultramar recibían a estos maestros, de cuyo mérito eminente adquirían precisamente conocimiento por la presencia. Los viajes de los señores Altamira y Posada, precursores constantemente dignos de recordación cuando del asunto se trata, tuvieron precisamente tal carácter.
Viene después un segundo período. Encontramos a este segundo período caracterizado por la intervención de la llamada Institución Cultural Española. Ahora la iniciativa de cada viaje no parte de España, sino de la Argentina. Pero de los españoles de la Argentina; del grupo de patriotas acaudillado por el doctor Gutiérrez. Y la invitación es todavía indeterminada. No se pide tal o cual conferenciante, sino un conferenciante español. La elección, la designación, en Madrid se hacen, por oficios de la Junta de Ampliación de Estudios.
Por último, en la tercera etapa, en la que comienza en 1921 y como consecuencia de la renovación universitaria de Córdoba, las instituciones argentinas —con independencia ya de lo nuestro— invitan directamente al profesor cuya enseñanza desean recibir. Le invitan como pudieran con otro extranjero, de Francia, de Italia o de Alemania, sin atender especialmente a ninguna consideración de interés patriótico, racial o político. Le invitan porque le conocen y de su obra docente esperan recibir utilidad. Evidentemente, esta manera de invitación —a cuyo tenor ha sido también solicitado el doctor Ara— resulta, por su espontaneidad, la más honrosa para nosotros. No tiene otra desventaja que el poner de relieve —a veces con demasiada crueldad— las tristezas de nuestro oficialismo; viniendo a recaer las más de las veces —según acaba de recordar el doctor Marañón— en hombres de ciencia que el profesorado español no ha sabido hacer suyos.

(1) recogido en Nuevo Glosario, Aguilar, vol. II, pp. 148-150.
(2) se] om. Nuevo Glosario, vol. II.
(3) el verde … los árboles] la verdor de los arbolillos de hoja perenne Nuevo Glosario.
(4) al día siguiente] al siguiente día Nuevo Glosario.
(5) "bajo los Tilos" o en el bulevar] "Unter den Linden" o en el Boulevard Nuevo Glosario.
(6) sus] los Nuevo Glosario.
(7) a ad. Nuevo Glosario.

Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 19 de junio de 2008