Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 8-I-1925)
CÍRCULOS(1)— No me atrevería a decir hasta qué punto es aplicable, al conjunto de realidades del universo, la doctrina del "eterno recomenzar". Ignoro la validez cosmológica del "Año perfecto", de Platón; del "Anillo de anillos", de Federico Nietzsche, y del símbolo de la serpiente que se muerde la cola… Pero respecto a la tendencia de las vidas individuales y de los procesos de pensamiento a la disposición circular, no me cabe duda. Muere cada cual aproximadamente como ha nacido. Y el último resultado de sus experiencias y el fruto mejor de sus descubrimientos acaban, según la idea de Joseph Joubert, por conducir al hombre hasta los prejuicios de que partió.
Cuando el pintor Sunyer hubo explorado todas los laberintos del Fin-de-Siglo y de la Decadencia; cuando hubo consumido en París cinco lustros, y, en el desorden de la juventud primera, dibujado según Steinlein y pintado según Monet, se volvió Sitges, a su marinero Sitges nativo, y se casó en Sitges y se compró una casa en Sitges. La casa tenía un árbol, un pozo y dos ventanas. El nuevo propietario la enriqueció con otra ventara mas ancha, para dar buena luz al estudio, con un serpentín hidráulico, con 99 árboles más y con la risa de los niños. Y se puso a pintar. Y aproximadamente vino a seguir en su pintura los mismos cánones —un poco endulzados por la sensibilidad— que aprendiera en los primeros tratados sobre pintura por él leídos.
Llegado a maestría, después del aprendízaje más encarnizado; llegado a la moderación, de vuelta de las revoluciones más atrevidas; llegado al clasicismo por el camino de la modernidad, Joaquín Sunyer es hoy —por definición que vale casi por un retrato— el pintor de la sencillez.

ETERNIDADES(2)— Sitges, en invierno, parece, junto al mar azul, una apretada alcachofa de sol, de soledades, de tibiezas y de blancuras. En verano es cuando la cosa se pone un poco mal. Han acudido los enjambres de bañistas y hasta los de jugadores; y hay dama que deslumbra los mediodías con un traje de baño que sacó de Vogue; y jazz, que ensordece los crepúsculos con el último estruendo llegado de Nueva York... Por eso la casa del pintor Sunyer está un poco apartada del pueblo. Allí el cambio de las estaciones sólo se advierte en el color del cielo y en el ciclo lento de la flora. El cambio de las estaciones se advierte así y el de las modas y de las teorías y de las discusiones sobre arte no se advierte en nada. Llega siempre, para cualquier alma de gran estirpe, el momento de Francisco de Borja, el momento en que se decide el propósito de no amar ni servir a ninguna soberanía mortal...
Así, el acercarse a la vida o a la pintura de Joaquín Sunyer, se adivina estar en presencia de alguien que ha hecho voto de no amar ni servir a estética que se le pudiera morir.

PLACERES(3)— Estos tres placeres no engañan: regar, copiar y nombrar. Cada día de Dios, cuando el pintor amanece, empieza sus tareas por la del riego de huerta y jardín. En aquellas ardientes tierras de sol, el agua es preciosa. No se riega acertadamente sin el acervo de toda una sabiduría. Hay que haber alcanzado, con el secreto de muchas tradiciones, la información sobre ciertas novedades.
El placer de copiar las formas armoniosas que la vida acerca a nosotros, suspendiéndolas, parece, un punto, a nuestro mirar, para que el ojo redondo y adecuado se goce en ellas, y dándonos derecho a suspenderlas un poco más, para que la mano diestra pueda reproducirlas, fue, según dicen, el primitivo en las artes, y es probable que sea el más refinado y el último... ¡Qué bien Dios mío, que haya tantas figuras dotadas de plenitud y de peso, montañas redondas y modestas, pinos de copa obscura y maciza, cuerpos de muchacha por donde nuestra contemplación repite el recorrido que, en su interior, dibuja el caminar de la sangre! ¿Para qué, ninfas? ¿Para qué, novelas? ¿Para qué, muecas o contorsiones, turbias alusiones a un miserable dramatismo? ¿Para qué, siquiera, el vestido, que localiza, temporaliza, anecdotiza, degrada? La estética que no se puede morir sólo se interesa por las imágenes que no se pueden morir. Y, por profunda, admirable paradoja, las formas que, por excelencia, no pueden morir, son aquellas en que se revela la perfección de los cuerpos mortales. El cotillón de Colombine durará más que su juventud. ¿Quién no sabe, empero, que es la geometría de esta juventud, no la del paquete de gasas y trapos, la que puede llamarse inmortal?
Otra fiesta paralela a la de copiar figuras tranquilas habrá en el nombrarlas. Cuando la oscuridad ha invadido casi totalmente el estudio austero, y acaso el reflejo de una luna joven se arruga en la palidez del aquietado mar, un nombre es dado a cada una de estas figuras, que acarició largamente la ambición de no traducir en engaño ni en vacuidad la tirante plenitud y la distribución bien ordenada con que la vida las presentó a la contemplación voluptuosa, como se presentan las frutas en el frutero. Y esta figura es bautizada de Antonia; la otra, de María Dolores. Y aquí está Sió con el pollo de su corral y Carmen con el hermanito... Pero a los desnudos no se les debe nombrar, ni siquiera en voz baja. Ya que los tristes hombres modernos hemos perdido la virtud de darles nombre de diosas, no les demos ninguno.

SUNYER EN MADRID.— No han faltado espíritus mezquinos que han pretendido asignar límites locales a la fuerza de una obra así, reveladora sincera de placeres tan hondamente humanos, traductora de firmes eternidades, punto exquisito en que todo un círculo de la evolución en el arte del mundo se viene a cerrar. Han pretendido convertir a Sunyer, porque era el príncipe de los pintores catalanes modernos, en un artista "nacionalista". Han asegurado que, fuera de su país de origen, no se le podría entender.
Un arduo experimento se ha preparado, para dejarles mal. Es claro que nunca la perfección es demasiado fácilmente gustada. Pero muchos y muy escogidos amigos y devotos le han asegurado al maestro de Sitges que aquí, aparte de la inevitable frontera que en todas partes levanta la vulgaridad, no iba a tropezar con ninguna otra frontera... Por esto el pintor de la sencillez se ha venido a Madrid con una muestra de sus cuadros. Y, bajo el patronazgo de la benemérita Sociedad de Amigos del Arte —cada día "más siglo XVIII y más antigua y más moderna"—, una exposición de Joaquín Sunyer va a ser abierta, dentro de pocos días, en el palacio de Bibliotecas y Museos.

(1) recogido en Nuevo Glosario, Aguilar, vol. I, pp. 985-986.
(1) recogido en Nuevo Glosario, Aguilar, vol. I, pp. 986-987.
(3) recogido en Nuevo Glosario, Aguilar, vol. I, pp. 987-988.

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Última actualización: 12 de junio de 2008