Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 22 -III-24)

PREHISTORIA E HISTORIA.— Conciencia de la continuidad: esencia del estado de historia —Pueblo histórico—: el pueblo que prevé y que se acuerda
He aquí un rústico grupo humano. He aquí otro grupo. En uno y otro, el aspecto de los individuos componentes, el mismo. Los trabajos y los juegos a que se dedican, no diferentes en gran cosa. Análogas las ropas que malcubren la desnudez. Las costumbres mezclan en igual dosis, en uno y en el otro grupo, la malicia y la ingenuidad. No aprecian los ojos ninguna diferencia significativa cuando pasan de aquél a éste… Pero, pronto, así que llegamos a entendernos con cada uno de ellos, una divergencia de orden intelectual salta a la luz. La memoria de éstos es, en el tiempo, muy limitada; alcanza a recordar a los padres, a los abuelos y bisabuelos, a los tatarabuelos quizá; o bien remite al testimonio de un centenario, que por ahí anda muriéndose, y que se acuerda de cuando plantaron el ombú que ya los abuelos hubieron de conocer bien crecido… A recuerdo tan corto, corresponde una previsión no menos corta: tres, seis generaciones en el pasado; tres, seis generaciones en lo futuro; siempre la necesidad de algún modo de recuerdo personal, un recurso al elemento físico de presencia. Aquel que al rememorar no pasa más allá de sus bisabuelos, al prever no prevé más lejos que su bisnieto. La memoria colectiva se inscribe, pues, para un grupo así, si no dentro de la personalidad estrictamente, dentro de las extensiones inmediatas de la personalidad. Más allá de ellas, hacia atrás como hacia adelante, el olvido, el desconocimiento, el salto en las tinieblas, la discontinuidad…
Pasemos ahora al otro poblado. Hemos partido de la hipótesis de que llegamos a entendernos con sus habitantes. Pues bien, apenas adentrados en esta conversación, advertimos en cuanto dicen un carácter que, en cierto sector de lo que hacen, hemos de ver confirmado en seguida. Estos pobladores se acuerdan ilimitadamente. Estos pobladores prevén ilimitadamente. Se sienten unos y otros solidarios, en el pasado, con una cadena infinita de generaciones; en el porvenir, con otra cadena infinita de generaciones.
Sienten, sobre todo, el enlace y engarce entre la cadena del pasado y la cadena de! porvenir. Creen con toda el alma que entrambas cadenas no forman más que una sola. Saben de patrias, saben de noblezas, saben de ideales que pueden impulsarles hasta el sacrificio, por lo mismo que tienen conciencia del hecho profundo de una Santa Continuación… ¿Que en esta conciencia entran elementos fabulosos, entran errores y aun aberraciones de perspectiva? ¿Que el patrimonio legado a su memoria por el pasado se compone casi exclusivamente de leyendas, de mitos? ¿Que sus previsiones cojean ante la lógica y aparecen incluso en radical ignorancia del principio de razón suficiente, del principio de contradicción?… Todo esto, ¿qué importa? El hecho de una existencia es lo que nos interesaba; no, ahora, la valoración de una calidad. Clara, o bien oscura; racional, o bien mística; depurada o fabulosa; exacta o equivocada, cada uno de los habitantes de este segundo poblado se sitúa en la historia, vive en ella, participa de ella. Este segundo grupo humano es histórico. El primero era prehistórico… Mejor diríamos «inhistórico» o «subhistórico», del mismo modo que se habla de «inconsciencia» o de «subconsciencia» para aludir a aquella zona o región del todo psíquico en que se desarrollan, oscura o penumbrosamente, las actividades no integradas todavía por la función unificadora de la autopercepción.
Aquí cerramos el rodeo. Después de haber definido qué cosa añade a la Prehistoria la Historia, intentemos ver con claridad qué cosa añade a la Historia la Cultura.

HISTORIA Y CULTURA.— En un lenguaje convencionalmente fijado —con el fin de darle tecnicismo—, podemos separar los conceptos de Cultura y Civilización. Éste, según nuestro convenio, quedará asignado a la alusión del estado histórico en la humanidad; de aquel estado que acabamos de caracterizar por la adquisición y disfrute de la conciencia de una solidaridad a través del tiempo; con lo cual distinguimos a los pueblos civilizados de los pueblos salvajes, mantenidos en la prehistoria, inconscientes de aquella solidaridad… Pero hay una adquisición espiritual colectiva de logro posterior, de fruición más restringida y más delicada: a la conciencia de una solidaridad en el tiempo sigue, y completa, y sublima, la conciencia de una solidaridad en el espacio. Dentro de la «Civitas Dei» constituida por la comunión de los siglos y de las generaciones, se instaura, llegada cierta altura en el progreso moral y de liberación del espíritu, la Civitas Dei constituida por la comunión universal de las naciones y de las gentes. Y, en esta nueva, en esta más estrecha solidaridad buscamos nosotros, y creemos encontrar, la esencia misma de la Cultura. La Cultura es el elemento sobrevenido que convierte al hombre histórico en ser racional, plenamente, como antes la historia es la que ha convertido el animal humano en animal civil, en «zoon politicon», según la fórmula aristotélica. Por la sucesiva adquisición de la civilización y de la cultura, el antiguo esclavo de las fatalidades de tiempo y de lugar va consumando su liberación. La «historia natural» del hombre llega así a transformarse en la «idea» del hombre. El «reino del Espíritu Santo» sobreviene allí donde antes se consumaba la Pasión del Hijo y donde en un principio se agitaron las oscuridades del caos. La anécdota de la humanidad va sacando una categoría de Humanidad de sus propias entrañas.
Convencionalmente, técnicamente siempre, podemos designar con el nombre de barbarie —en sentido diverso del de salvajismo, y en alusión a un nivel superior al del salvajismo— el estado de los pueblos históricos, llegados a la civilización, pero no todavía a la Cultura; conscientes de una solidaridad en el tiempo, pero no de una solidaridad en el espacio; participantes en la comunión de los siglos y de las generaciones, pero no de la comunión de las naciones y las gentes — pueblos tradicionalistas ya, pero no universalistas aún… Así, en ejemplo siempre clásico, un pueblo como la China, precoz logrador de una civilización adelantada y madura, pero siempre cerrada por la atroz vocación de aislamiento, que se ha venido a representar, casi proverbialmente, por la celebérrima «muralla». Así, el antiguo pueblo de Israel, con su impía tentativa de acaparamiento local de los favores divinos. Así también, todos los primeros Imperios asiáticos, no sabedores de otra posibilidad de comunicación entre pueblos que el sojuzgamiento o el dominio… En cambio, el primer pueblo de la Cultura es Grecia. Grecia performa, encierra en sí misma y perfecciona, por lo menos en función de derecho, no el tipo de una territorial variedad humana, sino la misma idea de hombre, en toda su generalidad, en toda su abstracción. El esfuerzo de sus escultores, como el de sus educadores, como el de sus filósofos; el esfuerzo de su vida intelectual entera, es la formación de puros modelos humanos, no la de tipos, sino la de arquetipos. Así Grecia ya no ha podido ser para los hombres, para los hombres de cualquier época y lugar, la patria anecdótica, la patria exclusiva de un grupo de hijos de mujer paridos dentro de ciertos límites territoriales… Sino la patria espiritual de todos los hombres pensantes, el patrimonio que sentimos nuestro, más nuestro tal vez que todo lo que circunstancialmente nos rodea…

UN EJEMPLO: ISRAEL, EL CRISTIANISMO, LA REFORMA.— Probablemente el sentido de las anteriores distinciones quedará muy claro con un ejemplo, cuya índole parece garantizar la comprensión por parte de todos. Nadie ignora lo que en el pueblo de Israel hubo de significar el paso de la antigua a la nueva Ley; la conversión, por obra de la sangre de Cristo, de lo que era la religión de un pueblo, que se dijo escogido, a religión de la humanidad entera. Hay un Antiguo Testamento, hay un Nuevo Testamento, en el destino de Israel… Pues bien, el primero significa un estado de Historia; el segundo, un estado de Cultura.
En un momento dado, Moisés viene a decirle a su pueblo: «Para cumplir lo que Jehová quiere de nosotros es necesario que no se olvide cómo nosotros venimos de Jehová y hemos sido siempre por él guiados. Ahí está el libro que lo dice, el Libro. Ésa es nuestra Memoria, para siempre fijada; nuestra conciencia de lo histórico, traído a la luz; nuestra defensa contra lo prehistórico, que siempre tiende a invadirnos y que acabaría con nuestra difícil y precaria adquisición el día en que todos cayéramos en el pecado de olvidar. Ésa es nuestra Memoria, y, a la vez, nuestra Profecía. Esta es la Biblia de los hebreos»… Aquí, pues, viene a señalarse la aparición de una civilización —es decir, según nuestras definiciones, de una barbarie—, una barbarie nacional, si se me permite el pleonasmo… En otro momento, la Víctima Dulce, el Señor de la misericordia, viene a decir: «Ya no hay hebreos ni gentiles. Ya no hay predilectos ni excluidos de la mansión y mesa del Padre. La Nueva Ley abraza el mundo. Éste es el Evangelio, en que el linaje de los hombres, de todos los hombres, es definido en unidad y en fraternidad»… Este segundo momento señala la aparición, no de «una Cultura» —puesto que al hablar así, el substantivo y el artículo se excluirían mutuamente, en rigor ideológico—, sino una grande y definitiva aportación, la más grande, la más definitiva de las aportaciones a la universal Cultura.
Y si, apurando el último ejemplo, nos detenemos a preguntar: Y el Protestantismo, llegado su hora, ¿qué significa?, deberemos contestarnos: El protestantismo significa un intento de rebelión contra la Cultura… El protestantismo, por lo menos en el nacionalismo religioso que le acompañó, si es que no fuese en él condición esencial, fue como una erupción de barbarie —en el sentido técnico de esta palabra—, una erupción de Historia, atravesando y quebrando la corteza cultural del Renacimiento; así las erupciones de lo prehistórico en lo histórico, que caracterizan algunos momentos revolucionarios, así, en lo físico, un volcán, cuando el fuego interior y mal domeñado salta a superficie y tal vez anega en sus lavas ardientes una metrópoli o sumerge una refinada Pompeya, bajo una lluvia de cenizas.


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Última actualización: 15 de julio de 2008