Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 19 -III-24)

PLURALIDAD O JERARQUÍA.— ¿Ideas del novecientos, ideas del ochocientos…? Repitamos que este es nuestro problema al examinar las traídas a la Ciencia de la cultura por León Frobenius, hoy huésped ilustre de Madrid. Ideas de nuestro siglo, o del anterior. Que también los siglos, como los continentes y las grandes regiones de los continentes, tienen lo que, en lenguaje frobeniano, se llamaría su paideuma. Tiene cada uno un «aire común», un viento o soplo esencial, que, sin poder ser visto o captado en sí mismo por la percepción, lo es, sin embargo, en sus efectos, en la inclinación o tendencia que imprime a la vez a los mitos y a los saberes, a las artes y sus estilos, a los trabajos, a las instituciones familiares y jurídicas…
Recordemos ahora que uno de los imperativos que con mayor energía le dictó al siglo XIX su paideuma inclinábale constantemente a las virtudes del pensamiento plural. Mente romántica, es, por definición, lo capaz de pensar un conjunto sin poner manera alguna de unidad en él. Así lo permite, así lo exige el sentido histórico, calidad esencial de un romanticismo cualquiera… «Todo lo racional es real; todo lo real es racional». He aquí, pues, los objetos, presentándose a la contemplación en un mismo plano. He aquí, para recibirles, una imparcial omnicomprensión, una fuerza de simpatía previamente ganada. (Renán, según la malicia de Barrès, tenía ya un gesto de aprobación cuando, arrancado a su siestecita sobre los libros, se ponía en pie para recibir al visitante…). La tolerancia —que, en último resultado, quiere decir el menosprecio— llena, con mil manifestaciones distintas, el ciclo de historia espiritual de la humanidad, que empieza queriendo substituir la Metafísica por la «crítica del conocimiento», y hubiera acabado queriendo substituir la Moral por la «ciencia de las costumbres», de no haberse reservado, como hazaña póstuma, para ganar batallas después de muerto, esta otra tentativa reciente de substituir la Cultura por el panorama sinóptico de las razas.
Tan blanda vocación del ochocientos, ¿va nuestro siglo a continuarla? Seguramente no. Ayer fue la hora de las autonomías: la humanidad se avezó a pensar según multiplicidad. Hoy parece llegada la hora de las valoraciones: la humanidad empieza a sentir, en todos los órdenes, la necesidad de pensar según jerarquía. «Un universo pluralístico» —la palabra la pronunció, muy escandalosamente, después de Lotze, William James— es lo que hemos recibido, en herencia filosófica y práctica, de nuestros antecesores inmediatos. «Un universo jerárquico» es lo que nos juzgamos ya en la obligación de legar a los que nos sucedan. En lo científico, como en lo literario y en lo político, es ya tiempo de ordenar, de estructurar, de construir («Tempo di edificare» se llama el último libro de crítica de G. A. Borgese, que nos proponemos comentar aquí mismo)… No período de curiosidades abiertas, sino de síntesis racionalizadora. No tan buscador de nuevas adquisiciones, como aprovechador lúcido de lo que se posee, la lucha por la jerarquía va a darle sentido. Jerárquica es ya, por lo menos como aspiración, cualquier política que juzguemos auténticamente contemporánea, desde la que tiende a la cristalización social de los grupos profesionales hasta la que procura restaurar la misión de las minorías selectas. Jerárquico, todo el arte realmente nuevo, con la primacía acordada a los valores de geometría y de composición, por fin victoriosos de la dispersión sensual del impresionismo. Jerárquica también la actitud de los mayores espíritus que al saber se consagran, al dar aproximadamente como conclusa en las varias disciplinas, la previa aportación documental, la etapa de la erudición, impacientes por traerlas finalmente a la tarea de levantar poderosas arquitecturas sistemáticas.
Al ciclo del «pensamiento según pluralidad», a las ideas del siglo XIX, pertenece sin duda la concepción de una muchedumbre de culturas en la historia de la humanidad, de culturas independientes y equiparables. ¿Por qué camino llegar a superar a esta concepción —planteándose de nuevo las cuestiones fundamentales de la Kulturwissenschaft— una posición teórica que aspire a permanecer fiel a las ideas del siglo XX, al nuevo imperativo de pensar según jerarquía?

LA ESENCIA DE LO HISTÓRICO.— A nuestro entender, este camino podría iniciarse con un pequeño rodeo. Sólo llegaría a la cuestión de la esencia de la Cultura, después de haber intentado fijar la esencia misma de la Historia.
Corriente es todavía en los tratados elementales, y aun magistrales, la distinción que separa, en el total pasado del linaje de los hombres, dos «partes», consideradas como etapas o períodos: una, «prehistoria», período inicial, cuyo estudio —desde luego, reciente, como adquisición del progreso de las luces— se realiza por métodos análogos a los de las ciencias naturales, y una «historia» propiamente dicha, etapa ulterior, a cuyo conocimiento se aspira con una disciplina literaria, de corte humanístico, clásico —ciencia moral—, si ciencia es… A primera vista, esa distinción no ofrece dificultad. Las dificultades empiezan cuando se trata concretamente de adoptar un criterio, traducible a signo, para una separación neta entre lo prehistórico y lo histórico. ¿Cuándo se cierra la prehistoria? ¿Cuándo empieza la historia? La aparición de documentos rememorativos, que a veces es tomada como señal, no sirve para el caso. Menos todavía la presencia de monumentos escritos. Los de tal o cual imperio remoto pueden haberse perdido para nosotros, y tal vez por eso habrá que diputarle legendario; pero no prehistórico y salvaje. Al contrario, cuanta literatura se publique sobre tal o cual pueblo primitivo, no logrará arrancarle de su situación de prehistoria. No por imposición y atribución de fuera a dentro, sino por florecimiento de dentro a fuera, ha aparecido y aparece en los pueblos la nota de historicidad.
En realidad, la ausencia o la presencia de aquellos documentos sólo es un síntoma de una realidad más honda, del estado moral en que viven los grupos humanos. Muy claramente pueden entre ellos distinguirse aquéllos que han alcanzado ya una conciencia de continuidad en el tiempo de aquellos otros que no le han alcanzado todavía.
Los grupos humanos que han alcanzado conciencia de continuidad, tienen historia, la viven. Han sido grupos históricos, aunque el azar haya destruido sus monumentos rememorativos, aunque cualquier contingencia les haya impedido poseerlos… Los grupos humanos a los cuales es totalmente extraña la conciencia de una continuidad en el tiempo, son, en contraste con los primeros, prehistóricos. No viven la historia, aunque mil testimonios escritos, obra de etnógrafos, de viajeros y aun de historiadores nos documenten sobre su existir.
En la conciencia de la continuidad en el tiempo, no en la existencia de ciertas fuentes de estudio a disposición del historiador, está, según esto, la esencia de la Historia… Anticipemos ya que la esencia de la Cultura hemos de buscarla, llegados a círculo superior, en la conciencia de la unidad en el espacio.


Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 15 de julio de 2008