Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 26-I-24)

LENIN Y POINCARÉ.— El paralelo entre Lenin y Poincaré acude a los puntos de mi pluma con una insistencia que puede parecer caprichosa. ¿Quién resiste, empero, a la tentación de recoger tantos rasgos de parecido como la actualidad ha ido sacando a luz y acusando con precisión creciente, entre las dos figuras de místico más poderosas, más peligrosas, que ha conocido la política contemporánea?
Si nos fijamos bien, lo último en que las dos han coincidido es en la muerte. Fallecía Lenin el lunes pasado cerca de Moscú víctima de una parálisis y de la bala de Dora Kalpan. La muerte de Poincaré se presenta mucho menos aparatosa. Le han matado —no todos lo han visto todavía— la caída brusca del franco y la triple sucesiva victoria comicial, parlamentaria, gubernamental, del laborismo inglés.
Ganancia grande, la que en todos estos acontecimientos halla nuestra Europa. Sus dos peores enemigos de los últimos tiempos, los que venían amenazando con tan graves peligros su normal existencia y a la vez sus tradiciones más claras de racionalidad noble, de clásica continuidad, acaban de recibir sendos golpes mortales. Empieza a hundirse el orientalismo ruso. Empieza a hundirse el nacionalismo francés… No ha costado poco. Fuerzas románticas las dos, venenosas suscitaciones del instinto y de lo inconsciente contra el resplandor de la inteligencia, representaban, como es natural, cada una un agente separatista, un elemento de disgregación contra la fundamental unidad europea. Bien puede decirse que máximas angustias que han oprimido el ya penoso despertar de Europa, después del mal sueño de la guerra, se han llamado Asia y Francia.
Aliviada, Europa, respira. Respiremos también nosotros. La crónica nos presenta hoy, acaso por postrera vez, las dos fisonomías juntas. La cara de Lenin, la cara de Raymond Poincaré —chatas las dos, de ojos oblicuos, de aire eslavo, ¡estirpe lorena con mezclas oscuras de estirpes de Polonia!— Y este aire vago de adormecimiento bizco que da el haber gustado excesivamente de la sangre…

LENIN Y MAC DONALD.— Aquí la actualidad nos tienta más imperiosamente a las funciones del pequeño plutarquismo. Desde luego, un paralelo se impone; se ha dibujado inmediatamente en todas las conciencias. Para la esperanza, en muchas; en otras, para la aprensión y el sobresalto.
Empecemos haciendo observar que «bolchevismo» es el nombre más feo y bárbaro del mundo, al paso que no hay otro como «laborismo» en el vocabulario de la política, de corte tan clásico y gentil. Si la música y la etimología del primero nos parecen monstruosas y las del segundo tan elegantes, no es poca, por otra parte, la diferencia que separa los respectivos contenidos de concepto. Significa «bolchevismo» adición a la mayoría; cosa mecánica, de masa, número, peso. Al contrario, «laborismo» implica una principalidad atribuida al trabajo: cosa de espíritu, de virtud, maña, asiduidad. El uno, en la estrategia de la pugna social, sugiere victoria de la fuerza; el otro, victoria del arte… No vacilará en la elección el amigo de la inteligencia y de la luz.
Pero hoy no queremos encararnos con dos doctrinas, sino con dos hombres; y así como la condena de Lenin la traía nuestra aversión por su fanatismo, la sospecha sobre Mac Donald puede imponérsenos como consecuencia de una demasiada perfección en la maña y el arte. Confesemos sinceramente que nos turba un poco la dificultad de establecer un contorno profesional específico en la vida de este personaje eminente. ¡Cuánto nos complace verle apartado, como buen occidental, del tipo turbio y para nosotros siempre equívoco, del Profeta!… Pero cuando no se es Profeta hay que ser Artesano. En situaciones como las que vagamente se designan con el nombre de «hombre político», de «parlamentario», de «publicista» —situaciones intermedias, ni tan románticas como el profetismo ni tan normales como la artesanía—, nos cuesta trabajo encontrar una garantía suficiente para una gran obra social que cumplir. No es culpa de Mac Donald, pero no es culpa nuestra tampoco, si tantas y tan desventuradas experiencias anteriores vienen a abonar nuestra desconfianza en este sentido.
En cambio, su calidad de antiguo viajero de la información nos complace mucho. También Lenin había sido viajero. Pero no es lo mismo ir a Ginebra, tortuosamente, para conspirar, que ir a la India, sencilla y humanamente, para aprender.

LENIN Y LORD HALDANE.— Mucho se ha discutido si Lenin era de procedencia noble. Sábese que su padre ejerció, en el campo, oficio de maestro o bien de inspector de escuelas. Pero unos dicen si venía de una estirpe aristocrática. Otros, de una familia de mujics… Nosotros nos inclinamos a creer lo primero.
A ello nos induce el hecho de la real eficacia revolucionaria de Lenin… Que siempre hemos sospechado ser ley constante en la historia interna de las grandes revoluciones la que atribuye en ellas papel decisivo a quienes, por su sangre al menos, no pertenecen a la clase que las agita. Es éste uno de los capítulos más interesantes de lo que podría llamarse misión y necesidad de lo heterogéneo, en la dinámica social como en la vital.
No una, varias Jacquerie contó en realidad Francia, en el transcurso de los siglos. ¿Por qué el pueblo no venció en ellas? Porque le faltó lo que luego la Revolución francesa tuvo; es decir, la colaboración de algunos nobles, desertores del interés de la clase, por lo que juzgaron imperativo de justicia. Estos nobles son los que siembran las ideas, conducen luego la acción popular y hasta escriben La Marsellesa. También la revolución rusa ha tenido sus Lunacharski, archipatricios; tal vez sus Ulianov, que éste era el nombre de Lenin. Por esto, y únicamente por esto, pudo triunfar.
En el Ministerio laborista formado por Mac Donald figuran tres o cuatro nobles. A la cabeza de ellos, el vizconde señor de Haldane, gentilhombre y filósofo, que presidió una de las secciones del mitin filosófico de Oxford, en el otoño de 1921, y que el otro día tranquilizaba en la Cámara alta a sus pares, sobre la corrección con que iba a desarrollarse la futura actuación del laborismo gubernamental. Lord Haldane parece destinado a ser el Lunacharski en la tarea a cuyo frente estará Ramsay Mac Donald en vez de Lenin… Y que no se llamará revolución simplemente porque acontecerá en Inglaterra.


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Última actualización: 15 de julio de 2008