Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 29-III-24) (1)
RESUMEN.— Ahora —para dar término a nuestra serie de rápidos apuntes sobre la posibilidad de un estudio teórico de la Cultura, no divorciado de las ideas del Novecientos— tratemos de reconstruir, según norma de «pensamiento jerárquico», un esquema del desarrollo general de la espiritualidad colectiva.
Abajo, en la base, ampliamente extendida a toda la humanidad y a todas las horas de la humanidad, la prehistoria —la Prehistoria, que no es una etapa, sino un estado—, la Prehistoria, género próximo, en el cual la historicidad aparece como una especie diferenciada.
Sobre la Prehistoria, pero ya extendida solamente a una parte de la humanidad, a una parte de las horas de la humanidad, la historia —que, en nuestro tecnicismo, significa, exactamente, «la Civilización» y también «la Barbarie»—; es decir, el estado en que el alma colectiva ha adquirido conciencia de una solidaridad en el tiempo, pero no todavía de la unidad en el espacio; la Historia, género próximo a su vez, en el cual la Cultura aparece como una especie diferenciada.
Por fin, en la cumbre, pero en grupos humanos infinitamente más restringidos, la cultura, estado superior, conciencia de la unidad potencial de la mente de pueblos y razas, añadida a la unidad potencial de la mente de siglos y generaciones.
¿Quién no apreciará la sencillez del esquema? Quisiéramos que todos sintieran, igualmente, su solidez.

MORALEJA.— Nada que no quepa en este cuadro… Pero nada que no se ordene en esta escala.
Cuanto descubrimiento sobre la mente antigua o sobre la mente exótica traigan a nosotros los saberes modernos, acogido sea con entusiasmo. Nuestra ciencia se enriquecerá con él; mejor todavía, se nutrirá de él.
Pero, ¡cuidado con convertir esas noticias o, cuando a tanto lleguen, esas explicaciones sistemáticas, en juicios de valor, ni siquiera en insinuaciones de valor! No con todo aquello de que nuestra ciencia se nutra, nuestra conducta moral ni nuestro juicio estético deben consentir en turbarse… Ni por el opio del fumadero querríamos perder el apetito del pitagórico pan con aceite, ni por la negra del danzadero olvidaremos los encantos de Helena, la de preclara estirpe.
Sea siempre Ulises nuestro patrón, también nuestro maestro… Ulises, que, abiertos los oídos, pero el cuerpo bien amarrado, supo regalarse con el cantar de las Sirenas, sin perder el norte.
Sospechamos, desde luego, que, sin perder el norte en la Ciencia de la Cultura, o sin haberlo perdido ya, no puede aceptarse la idea de «pendulaciones» en ésta. La hipótesis de una oscilación cultural —fatalmente vana en definitiva— de Occidente a Oriente; de Oriente a Occidente; de Occidente a Oriente otra vez. La teoría subversiva a que ahora se da a la vez combustible y viento, como a un fuego un poco maligno, en el Instituto para la morfología de la Cultura, instaurado en Munich….
No. La Cultura no hace y deshace. Tiene un sentido. Todo lo que ha podido borrarse de la Historia no es Cultura.
No lo es, por lo menos, dentro de la acepción que damos a esta palabra —la acepción de siempre, por otra parte—, la acepción euclidiana —no rimaniana— de la Cultura.

VOCABULARIO.— «El hotentote no conoce el hecho de nuestra cultura; somos nosotros quien<es> conoce<mos>  el hecho de la cultura del hotentote»; así ha formulado, con su habitual miguelangesca virtud de esculpir conceptos, y comentando las tesis frobenianas, José Ortega y Gasset… Sin duda. Pero, una vez aceptada la verdad de esta observación profunda, nuestra reflexión continúa el camino, y viene a preguntarse: ¿Y no consistirá, precisamente, la Cultura, en el hecho mismo de este nuestro saber, contrastado con aquella ignorancia del hotentote?
En la tragedia filosófica de Pascal —todos lo sabemos— sonó un día este grito altivo: «Aun cuando el mundo me aplastara y en el momento en que el mundo me aplastara, yo sería superior al mundo. Porque yo sabría que él me aplasta, y él no lo sabría…» Este saber sin reciprocidad posible es el don del hombre que se llama la razón.
Hora es ya, tal vez, de que, en la tragedia filosófica (¡y política, Dios mío, política!) del mundo moderno, suene alguna voz paralela y venga a decir: «Aunque el Oriente o África llegaran a sumergirnos, nosotros (luego se vería quién éramos "nosotros") seríamos jerárquicamente superiores al África, al Oriente. Porque quien ha traído las creaciones espirituales de uno y otra a nuestro hogar de comprensión, hemos sido nosotros mismos…» Y esta hospitalidad, sin correspondencia posible, es lo que llamamos la Cultura.
«Cuestión de palabras», se me dirá, por ventura. Consiento: cuestión de palabras. Si se quiere que ceda el vocablo «Cultura», para que hagan con él un plural: «culturas» y lo apliquen hasta a las más turbias y embrionarias manifestaciones de mentalidad colectiva en lo histórico y en lo prehistórico, no habrá en ello inconveniente esencial.
¡Ah, pero entonces exigiré que para lo mío, para esta tradición central y unitaria de la humanidad, se invente y me proporcionen un vocablo nuevo! Y no un vocablo así como quiera; sino alguno dotado de las mismas gracias de etimología y de antigüedad del por mí cedido; alguno que sirva, no sólo con su propiedad para caracterizar el concepto que, por un momento, hemos dejado huérfano de nombre; sino, con su belleza, para aludir al elevado lugar en que aquel concepto brilla y deba seguir brillando, dentro de nuestra tabla de valores…
Quisiera, además, si no fuese demasiado pedir, que la palabra aprontada no tuviera ni el más ligero sabor pedantesco…

AFORISMO.— Tal vez la fuerza sugestiva de un aforismo bastaría para condensar toda la doctrina expuesta en estos últimos grupos de glosas.
De un aforismo como éste:
«Exótico», no es un término reversible.

ADIÓS, FROBENIUS.— León Frobenius ha dado, entre nosotros, tres conferencias, escuchadas con gran fervor. Con él hemos departido en varias ocasiones muy gratas y en conversaciones por lo menos tan instructivas como sus conferencias. Viaja ahora por Andalucía. Habla de estudios que le tientan y quisiera realizar en las Canarias. No se sabe todo el bien que puede nacer de la presencia del sabio. Desde luego, la excitación que nos trae, para reflexionar por cuenta propia sobre ciertos problemas, no tiene precio.
Adiós, Frobenius. ¿A qué nombre de pequeña divinidad africana quiere usted que encarguemos el trabacuentas de nuestra gratitud hacia usted?

(1) Estas cinco glosas debían, según pensamiento y designio del autor, preceder a la otra serie ya iniciada, relativa a G. A. Borgese. Cierran el comentario abierto con el resumen de las ideas teóricas de León Frobenius.


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Última actualización: 15 de julio de 2008