Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
ESTILO Y CIFRA
EL SOL Y EL ÍNDICE
(La Vanguardia, 17-VII-1951, p. 7)

Don Ramón Pastor, desde su domicilio de la calle Vilamari, número 47, de Barcelona, se dedica al más cronométrico y a la vez al más anacrónico de los oficios: construye relojes de sol. Tan anacrónico es, tan fuera de la actualidad —ya que no extraño al tiempo—, que yo no vacilo en dar aquí su nombre y señas: seguro como estoy de que ningún malicioso va a tomar a impura captación publicitaria, y menos a oblicua esperanza de participación en beneficios, la insólita mención. Ojalá diera para tanto el negocio. Indicio en ello se encontrara de una situación histórica ambiente, favorecida por los caracteres de lo poético. Cuando lo que a nuestro alrededor advertimos dominar más cada día son los hábitos que no entran en algo de poesía, sino por mediación de la guerra.

No vayamos a pensar tampoco que no exista su poco de guerra entrañada en la actividad profesional de don Ramón Pastor. En la metafísica realidad, todos conducimos el mismo combate. La coqueta en su tocador, al igual que el sabio en su alto estudio, a quien tenemos por enemigo es al tiempo. ¿Qué intenta Geroncia, a fuerza de cremas proclives a la ranciedumbre, y hasta de variedades quirúrgicas de la arte cisoria? ¿Qué intenta el filósofo de la cultura cuando protege, como un león, la existencia de ciertas constantes históricas en el vano curso del fenoménico acontecer, disputándole al relativismo el trofeo de la historia? Nuestra condena sería la muerte, en la proporción en que nuestro anhelo fuera la eternidad. La diferencia, entre lo cosmético y lo dialéctico, es que lo disputado son, en un ejemplo, unos centímetros de cutis, y en el otro ejemplo todo el arte barroco del mundo.

Como armas emplea el filósofo la lucidez, el cálculo. Se exorciza al tiempo mediante la elevación de la anécdota a categoría y mediante el estatuto y empleo de calendario y reloj. Un día que yo explicaba, en Ginebra, que actualmente el concepto mismo de la historia, es decir, de la ciencia del tiempo, se completaba con cierta crisis de la música, o sea, el arte del tiempo, un caballero educadísimo subió del aula a estrado, entre los congratuladores de fin de lección. Me felicitaba, pero también quería traer a mi advertencia un complemento: «Tiene usted razón —me dijo—; pero a su observación hubiera podido añadir que no sólo la ciencia del tiempo, que es la historia y el arte del tiempo, que es la música, sino también la industria del tiempo, que es la relojería, está atravesando una crisis muy seria». Tratábase de un artífice profesional de Neuchatel: el nuevo aspecto de la genérica situación intelectual le dolía en lo vivo.

¿Preocupaciones análogas a la de Neuchatel han llegado a la calle de Vilamari? Espero que no, gracias precisamente al ya señalado valor poético de la empresa. Lo acredita igualmente la solicitud que en su carta me hacía don Ramón Pastor, hace ya meses; y a la que la página que con retardo escribo —mucha agua y mucha auromicina han corrido bajo los puentes y por las venas desde entonces— quiere dar, con mil excusas, glosada respuesta. Pero lo que presentaba el gnómico no era una consulta, era una demanda. Pedía una divisa horaria para dar arma parlante a sus relojes. No era necesario que esta divisa fuera en latín; ni que repitiese siempre el consabido «Vulnerant omnes»… de mal agüero… ¿Para qué recordarles siempre, no ya sólo al propietario de la mansión en cuya pared el «gnomon» está clavado, como pudiera, a fines de contemplación ascética, un cráneo sobre cruce de tibias; sino a los visitantes y transeúntes, que pueden no tener los mismos gustos sobre la desoladora caducidad de lo terreno?

Por lo que a mí toca, no sólo autorizo, sino que recomiendo el recurrir a las muestras que, hará una docena de años, quedaron inclusas en el precioso portfolio «Via Appia», que figuró entre las publicaciones de la Sociedad de Amigos del Libro de Arte A.L.A., a cura propia mía y en que algunas colaboraciones egregias, como que eran a veces de Paul Valery, o de Eugène Marsan, nos procuraron una antología de inscripciones lapidarias, desde la destinada al Capitolio romano hasta la grabada a uña en la pared pringosa de un asilo de noche. La mejor era de minerva de un poeta joven, Jean-Victor de Laprade, hijo de Nimes y que hoy, según estos días me han dicho, es conservada en un Museo del Sudoeste francés; inscripción que maravillosamente traduce la ambivalencia de los dos temas horarios, el tiempo y la luz, en la admirable sentencia siguiente:

LA DOUCE LUMIERE
MESURE
LA CRUAUTE
DU TEMPS
Otra sentencia llegó a nuestra «Via Appia» por el camino de un repertorio latino de inscripciones para relojes de sol. En ésta figura que habla la varilla o «gnomon» y que dice: «Index sum — sine sole nihil — sine indice nulla»… Yo le había imaginado aplicable, un poco vindicativamente, al edificio de un sindicato o gremio de críticos de arte o letras. Señores autores, vendría a decir este índice, ustedes, ya está entendido, son un sol. Sin ustedes no tendríamos nosotros razón de ser. Pero ustedes, sin nosotros al paño, tampoco. El índice es quien sombra da. El que el índice su nombre dé, es lo que permite que el sol dé la hora… Ya es sabido que tal figura, en efecto, como lema en la Academia Breve de Crítica de Arte.

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Última actualización: 16 de julio de 2007