Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
ESTILO Y CIFRA
EL OBJETADOR DE SÍ MISMO
(La Vanguardia española, 22-VI-1954, p. 7)

El director del Instituto español de Lengua y Literatura de Roma, Ángel Álvarez Miranda, ha publicado un artículo ejemplar, en exaltación de la intelectual hazaña, más ejemplar todavía, de los años epilogales del profesor Levy-Bruhl, de la Sorbona, y de su virtud al escribir en plena sinceridad, aunque doblada de recogimiento, unas notas manuscritas, que se han publicado después de su muerte y en que arruinaba con sistemáticas objeciones los principios que habían constituido la base de su reputación científica y el nervio fundamental de su escuela. Como es sabido, estos principios se cifraban en el estudio del tipo de mentalidad, propia de los no civilizados y que escapaba por su carácter paralógico al principio de contradicción. Parece que después el análisis de los hechos, que la ciencia etnográfica le presentaba, le hizo concebir dudas primero, luego después objeciones, finalmente negaciones decididas de su propio sistema, que muchos en Francia y en el extranjero, sobre todo los doctrinarios positivistas, habían adoptado con decisión. Ahora parece que tendrán que renunciar a él, siguiendo al propio autor de la teoría.

Álvarez Miranda ve en la rectificación un acto de honradez intelectual, que ha servido útilmente al saber, a cambio de una parte de la gloria. Levy-Brul partía de la seguridad de una línea divisoria, entre la mentalidad lógica, propia de los civilizados, y la otra mentalidad que, siguiendo un prejuicio progresista muy extendido, el sorboniano juzgaba paralógica, hija del atraso y de la superstición. No sabemos por Álvarez Miranda en qué sentido la rectificación se presenta. Si para lavar a los primitivos de su falta de coherencia racionalista en el pensar, o para reconocer en los civilizados tales fallas de perfección racional, que en su mente el principio de contradicción venga a tener tan sólo una eficiencia relativa. Por modo que en este sentido la separación entre los primitivos y los civilizados deba considerarse únicamente como cuantitativa y no representante de ningún tipo de separación fundamental.

No he de insistir, una vez más, en que la última opinión me parece probablemente la certera. El primitivo creerá en el totem y el tabú, y en general en el principio de participación en que una realidad forma parte de una realidad ajena. Pero, ¿estamos seguros de que el civilizado se establezca siempre en el campo de la realidad, zonas radicalmente discernibles? No hablo ya de los departamentos especiales de la mentalidad, aquel dirigido por la fe, aquel dirigido por el sentimiento, aquel gobernado por el instinto, aquel que mil prejuicios y confusiones turban y hacen vacilar, el dominio de los «Idola theatri» por los «Idola fori», por la imitación automática o por la inconsciente tradición, ¿sean todos ellos reductibles a términos tan indistintos como los del pensamiento matemático? Y aun dentro del mismo pensamiento matemático, modelo consabido de la lógica, ¿no hallamos nunca afirmaciones extralógicas, susceptibles de duda o de contradicción?… Platón distinguía la «ciencia» de la «opinión», jerarquizadas según el grado de seguridad que proporcionan. No sólo en los saberes empíricos, sino en los saberes tenidos por más racionales, sería interesante saber cuántas verdades fijas y axiomáticas se cuentan, y cuántas «opiniones» sujetas a la reforma y a la sucesiva corrección. Entre éstas, evidentemente estaban las que constituían el tejido de las obras filosóficas de Levy-Bruhl. Él se ha corregido y la enmienda ha resultado evidentemente en su honor. Pero no podemos añadir que la enmienda, en todo el campo de las afirmaciones hechas por el profesor en las distintas épocas de su vida, acreciente nuestra seguridad. No cabe resignarse de modo alguno en la eterna indecisión del escéptico. Pero tampoco nos es lícito aventurarnos en la tal vez engañosa seguridad del ingenuo.


Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 28 de junio de 2007