Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
ESTILO Y CIFRA
ESPEJO DE CRONISTAS
(La Vanguardia española, 7-V-1954, p. 5)
He leído una crónica romana enviada a uno de nuestros periódicos por su corresponsal extranjero. Esta crónica puede, desde su propio punto de vista, considerarse como perfecta. En primer lugar vive allí y se manifiesta sin esfuerzo precaucional alguno, el sentido ecuánime y equilibrado de la totalidad… Adolecen textos semejantes, entre nosotros, de una disposición, donde se refleja bien la preferencia personal del redactor por determinados asuntos, bien su deseo de servir de apoyo y cohonestación de pretendidas predilecciones públicas que colocan a ciertos temas, a menudo vulgares, en el primer plano de la actualidad. Nada de esto aminora el valor y el servicio del artículo de información a que me refiero.

Cuando ciertos temas son recordados por un cronista al uso de los que una especie de remordimiento trae de pronto a su mente, el recuerdo de que otros asuntos, los que no son políticos o escandalosos, por ejemplo, tienen también su coeficiente de interés y el artista en cuestión se decide a dedicarles una volante página, ésta revela, por su evidente, despego, lo extraño que es al comentarista, el objeto ocasional de su comentario. Suele el que se consagra cotidianamente, a la comidilla parlamentaria, saltar de pronto, poniendo toda su atención en tal cual travesura del pintor Dalí, o en un éxito, más o menos indiscutible, de una estrella castiza, o de un compositor musical. La medida y el equilibrio a que aludíamos antes, la justa proporción entre los normales valores humanos, se quedan para coyunturas excepcionales, como esta a que hoy me refiero y que, de generalizarse un poco, darían a nuestra prensa una nota difundida de humanismo que indudablemente, más de uno, puede hoy echar en falta.

No deja la crónica aludida de mencionar, siguiendo el orden cuantitativo del vigor de actualidad en lo romano, a los procesos ruidosos, nacidos allí al calor y a la putrefacción de los asuntos judiciales y tortuosos, germinados en torno del «Escándalo Capocotta» y del tráfico de estupefacientes. Un poeta parnasiano puede prescindir de escuchar el clamor de la calle, por la misma razón que un analista de la sociedad puede entregar totalmente su pasión a los atavíos femeninos de una fiesta o de un enlace matrimonial selectamente concurrido. Pero al lado de esto, también es una actualidad a orillas del Tíber, la campaña del mordaz Lunganesi, sobre un hecho de proporciones tan poco episódicas como las virtudes de la burguesía de antaño, en parangón con el frívolo americanismo en que se desdibuja la burguesía moderna. Esto es también información, es información sustanciosa y, tal vez, sin referencia a este acontecimiento moral no se entienden del todo las referencias a los aludidos escándalos.

Y también son de actualidad, las exposiciones de pintura en el «Obelisco», sobre todo si estas exposiciones permiten descubrir, en la obra de Franco Gentilini, nacido en un pueblo de alfareros de Faenza, las inclinación actual del arte italiano a renovar las coloraciones de los frescos, sugestión de las más viejas pinturas etruscas y pompeyanas, tendencia que puede juzgarse capitaneada por el ya entre nosotros tan conocido Campigli, que en Madrid, el Museo de Arte Contemporáneo ha trenido el acierto de adivinar desde hace algunos años. Franco Gentilini conserva la delicadeza cromática de un ceramista, al preparar sus telas con una gruesa capa de colores calizos que casi las convierten en un muro; y luego rasca, quita y pone pintura con unos efectos en los cuales, nuestro comentarista romano descubre el signo de este humanismo moderno, capaz a un tiempo de interesarse por los ojos de los gatos, tan abundantes en los fosos del vecino Pantheon como en todas las calles de la ciudad. «Armonizando así, leemos en el artículo, la más amplia comprensión de la monumentalidad con la minucia; la historia con la naturaleza; la ternura y el escepticismo.

Y ya ha acudido a los puntos de nuestra pluma, una precisión sobre la mano que movía a tan acabada integridad de la información. No es de uso en la referencia periodística habitual, traer citas, cuya fuente no viene ni tan sólo resguardada por unas gruesas tapas infolio. Pero no hay ninguna derogación, ni menos halago, en traer aquí el nombre del autor de la página que digo, aunque sea un nombre de mujer… Es el de la señora Consuelo de la Gándara, que ha traducido de más a más —lo cual no estorba nada—, a Platón.

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Última actualización: 28 de junio de 2007