Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
TRES BODEGONES
(ABC, Madrid, 6-I-27)
I. LA PAVA.— No, casta no puede serlo, la atroz desnudez de esta mole de gordura implume. A pique de alcanzar la pureza del oro, se estiliza, en las romas eminencias, el amarillo. Pero hay todavía un rosa demasiado mestizo en las vertientes y un azul demasiado ambiguo en los recovecos.
Y hay la piel. La piel fría, que se dijera, sin embargo, tener frío. Que tiende, tirante hasta romperla, aquí y aquí, su trama de toalla rusa. O la deja arrugar, en los repliegues cuádruplemente axilares o en las fofas huellas de una fatiga multípara, ya callosa.
Y las dos heridas. Espantosa, entre plumas, aquella del cuello, por donde se vació la sangre. Risible, monda, si cañonera, la de entre muslos, por donde se vaciaron las entrañas.
Y el ojo. Mal cerrado, menudo, redondo, negro, con su chispita de luz —que es casi una vida, —que es casi un reproche.

II. ROSAS Y LIMONES.— La mano —ya invisible, ya lejana—, antes de cerrar la puerta sin ruido —que, de oírse algún ruido, ya no se hubiera podido alejar—, dejó —testamento— tres flores en un talavera. Tres flores, para rosas, demasiado blandas; con demasiado perfume en el mantel que, al pie, se arruga, tres limones, amarillos limones; concretos, redondos y definidos —éstos sí—, con su doble pezón cada uno, reposan. Así las apretadas aldeas, en los repliegues del sistema orográfico.
En la vecindad de los limones, enferman las rosas. Si se han hipertrofiado y reblandecido, hasta el punto de parecer peonías, obra, y magia, y mal-ojo de los limones es.
Volviendo bien por mal, desmayadas en la boca del vaso, aquéllas cortan y cuartean en éstos —con una emanación delicada y acariciadora— la áspera astringencia del olor.


III. INTERIOR OCHOCENTISTA.— Estudio de pintor de hace medio siglo, con el secreto —olvidado ya— de los rincones tan calurosos a la mirada. Como éste, y el granate de sus velludos, y el bronce de sus candelabros, y el reflejo —de puro vivo, casi inmóvil— de un gran fuego de chimenea.
Dos consonantes, el juguete chino en marfil y ese paquetito, donde han anudado su fatiga, por descalzarse desde el codo, unos largos y estrechos guantes en cabritilla crema… Y el pomo de claveles color Burdeos y el violín, color de sangre coagulada, con la negrura de los hoyos, dos consonantes más.
Dos flautas de Bohemia, desigualmente vacías del vino rubio, parece que van a revelar qué galante misterio ha venido a unir, en esta hora ya vesperal, guantes, y marfil, y violín, y claveles.
Pero el azogue, en el historiado marco de ébano, está muy arriba y muy empañado. Y ya no refleja sino la soledad, con una emulsión de fantasmas.
 
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Última actualización: 30 de noviembre de 2006