Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
NUEVA GRAFOLOGÍA
(ABC, 30 y 31 de mayo, y 4 de junio de 1929)

HÁBLESE DE LA GRAFOLOGÍA.— De algunas disciplinas y maneras de estudio cabe decir, como de ciertos negocios y de ciertos hombres, que, si rinden poco, es precisamente porque se les exige demasiado. Siempre he contado entre aquéllas a la Grafología. Que en la calidad y rasgos de una escritura vengan a traducirse, por modo más o menos claro, las determinaciones de una personalidad, cosa es, por obvia, digna de un crédito de evidencia. Más difícil resulta persuadirse de que se va a saber, con sólo fijarse en el tilde que barra las tt de una carta y parar en mientes en el rabo de sus zz, si quien la ha escrito es capaz de prestar dinero a un cinco por ciento anual, tasa de la prudencia, o si pedirá un nueve, cifra que ya forzará a notarle de codicioso.

Creo que el anterior y caricatural ejemplo ofrece la ventaja de introducir a nuestra reflexión en seguida en la zona donde se encuentran las revelaciones, que nunca la Grafología podrá otorgar. Esta zona es, ya se ha comprendido, la de las valoraciones morales. Actos buenos y malos, cualidades y defectos, virtudes y vicios, conocen en el ser humano una misma raíz. Se llega a ser avaro por obra del mismo impulso que mueve a ser económico; la calidad de sensible, que lleva a tal corazón hasta el refinamiento sentimental, llevará a tales sentidos hasta el desarreglo más licencioso.

Ocurre, por otra parte, que en la aplicación de estos adjetivos intervenga un factor social, histórico, que poco tiene que ver con las psicología pura. No significa lo mismo la palabra "avaro" en la sórdida campiña que en la pródiga metrópoli. Lo que pasó por "licencia" en la España de Felipe II pudo pasar simplemente por "buen humor" en la Flandes de Téniers. Y ni siquiera es necesario invocar el "verdad acá de los Pirineos, error acullá", cuando se tiene a mano la experiencia de que lo que pasa por broma en Guipúzcoa pasa por pecado en Vizcaya.

Ahora bien -y para empezar-, a la Grafología podrá pedérsele, si acaso, la denuncia de unos objetivos impulsos psicológicos; no la fijación de unas convencionales valoraciones éticas. Renunciemos, pues, inmediatamente, a la esperanza de que, por el hilo de un pliego epistolar o de una cuartilla emborronada, podamos sacar el ovillo de si Fabio es generoso o Lisardo galanteador; de si en Cloris hay que fiar o si hay que andarse con mucho cuidado con Galatea. Lejos también de nosotros la trabajosa casuística que separa la hipocresía de la discreción, la vanidad de la dignidad, el afán de lujo del espíritu artístico. La caverna de donde emergen las fuentes de la personalidad está más honda que todo eso; y en ella tienen surgente común venas que luego fluirán por distintos cauces morales.

Por esto decía Federico Nietzsche -con sentencia que sólo a los no probados por la vida puede parecer paradoja- que "avergonzarnos de nuestros vicios es el primer paso para avergonzarnos de nuestras virtudes". Porque, entre lo uno y lo otro, lo que se desarrolla es la vergüenza de nuestra personalidad.

LOS LÍMITES DE LA GRAFOLOGÍA.— Hasta el contenido y el paisaje de aquella caverna puede bajar la Grafología; pero, en cambio, debe contentarse con lo que allí encuentre; en otros términos, limitar su ambición al conocimiento de fuentes y de raíces, de impulsos y determinaciones generales, libres y anteriores con respecto a toda cotización social de moralidad. Ello, naturalmente, quita al saber grafológico cualquier posibilidad de aplicación práctica a los casos singulares. Ni Galatea averiguará, por la escritura de Lisardo, si le conviene o no le conviene casarse con él, ni el juez pondrá en claro, con procurarse un autógrafo del reo, si es o no capaz de cometer el delito que se le imputa. Quede, pues, libre la Grafología de tanto enturbamiento como en su marcha introduce la impaciencia pragmática: su tentativa de adquirir un carácter científico no podrá con ello más que ganar. La doctrina secreta de la magia nos dice que hasta los mejores talismanes fracasan y pierden su virtud, cuando con demasiada avidez trata el egoísmo de sacarles el jugo; y ciertamente la escoba de las brujas no iba a servirles para volar, si con ella pretendiese su cupidez barrer para adentro. Ya que con el saber grafológico, queremos volar, renunciemos igualmente a barrer. Octavio de Romeu decía que los dioses no nos conceden alas, sólo por el temor de que nos pongamos a utilizarlas como impermeable.

Puntualizadas así las cosas; especificada la función que puede esperarse de la Grafología; remachado que sus análisis no nos van a dar ni calificaciones morales precisas ni soluciones a casos prácticos, queda el campo libre para una desinteresada revisión del problema fundamental. El problema es, en términos escuetos, el siguiente: dados tales signos gráficos, trazados por una mano de hombre -dadas su fijeza o frecuencia-; dado su estilo general -dados otros elementos ópticos ligados o concomitantes a los anteriores-, inducir las tendencias constantes de la personalidad de quien aquéllos trazó.

Dos exigencias subrayaremos en la última parte de este enunciado. Dos exigencias, que prosiguen la obra de todo el esfuerzo anterior, en sentido limitativo. De una parte, se pide, en las tendencias que se trata de averiguar, el ser constantes; de otra parte, el constituir, no el entero contenido psicológico ideológico del individuo de que se trata, sino únicamente su personalidad. Quiere decirse que conviene excluir del campo de la investigación, lo primero, aquellas determinaciones transitorias, que pueden, en un momento dado, decidir el ritmo o la dirección en los movimientos de la mano que ha escrito, sin constituir, no obstante, para ellos, norma y régimen habitual; así, la observación -casi siempre exacta, dígase de paso- de que, en los momentos de tristeza y decaimiento, los renglones de un escrito suelen ser trazados en dirección descendente y, al revés, propenden a subir, en las coyunturas de euforia y denuedo, no entra, en rigor, dentro de los límites estrictos de la Grafología. Añádase, además, que debe separarse cuanto denuncie la influencia de un factor individual ajeno a la personalidad propiamente dicha: por ejemplo, las consecuencias de que escriba a zurdas el privado, por accidente o enfermedad, definitiva o temporalmente, del uso de la diestra, no deben ser tomadas como elementos de juicio.

La auténtica Grafología, la que parece destinada a algún porvenir, no buscará en el hombre ni el valor moral ni las intenciones prácticas. Tampoco buscará la anécdota o el detalle circunstancial. Querrá, sí, saber algo de la esencia del hombre. De lo que le constituye, no en un transeúnte en un mundo de apariencias, sino en un tipo dentro de la región de las substancias.

LA NUEVA ACTITUD.— Y con eso ya tenemos situado el proceso de la Grafología en el mismo laboratorio de meditación donde proseguimos, entre otros, el proceso del arte del Retrato. El grafólogo pasará a ser -podrá pasar a ser- como el pintor que, en su rebusca, trata de descubrir el secreto de la significación definitiva del modelo; no como el fotógrafo de instantáneas, prendido de la versatilidad de lo accidental.

Cuáles sean los principios y los métodos que le imponga esta nueva actitud, quédese para explicado en otras "Glosas". Como las dedicadas al retrato, a la caricatura, a la rúbrica, a los espejos, las presentes atacan, por distintos lados, el alcázar de una misma cuestión. Aquella cuestión a que aludía el título de una reciente conferencia de Bilbao: Qué es una vida de hombre.

SIGUE EL PROCESO DE LA GRAFOLOGÍA. ¿DE DÓNDE PROCEDE EL CARÁCTER DE LETRA?— Lo primero era desbrozar el camino. Aliviar a la Grafología de las exigencias que le salen al paso y que, al pretender utilizarla para un práctico rendimiento, <É> precisamente su científica esterilidad. Ahora, empero, ya saben los que han leído algunas notas aquí mismo publicadas, el por qué ese peregrino saber no puede proporcionarnos ni cotizaciones morales ni informaciones anecdóticas. Examinemos si puede darnos, en el conocimiento de las personalidades y, sobre todo, en el estudio de la personalidad humana, otros elementos de más ideológico valor. Y, para ello, aduzcamos sin más tardanza ciertos principios que pueden regular las tareas de la Grafología.

La letra de un hombre tiene, sin duda, algo que ver con las condiciones corporales del mismo. Yéndonos a un caso extremo, la escritura de un manco que se valiese de su muñón conocería muy otras posibilidades que la de quien utiliza mano y dedos. Sin llegar a tanto, se concibe que no sean indiferentes para el caso la longitud de éstos, su fuerza, su habitual aplicación o desvío respecto de los trabajos manuales, la estructura pingüe o endeble del tronco, la acuidad o defectos en la vista de quien escribe, y otra porción de circunstancias, tan fáciles de imaginar como difíciles de resumir. Pero, donde el analizador de una escritura encuentra mayor número de razones suficientes o, por lo menos, determinaciones operantes, no es en lo corporal, sino en lo espiritual; o, para decirlo en los términos más comunes, no en la figura de quien escribe, sino en su carácter. Esto, dejando aparte la cuestión de las relaciones que entre figura y carácter existan; lo cual -para decirlo con la frase que a tantos se nos ha pegado de Kipling- ya es otra historia.

La calidad de una escritura depende, pues, en parte, de la calidad de un espíritu. Pero, al hacerlo constar, ¿interpretaremos aquí la palabra "espíritu", según uso de la antigua psicología, como equivalente a "conciencia", es decir, como actualidad del propio conocimiento? ¿O bien, pasándonos de enterados, lo mismo que otros pudieran pasarse de listos, recurriremos, aquí también, a la moderna y cómoda noción de "subconsciencia", vertedero y albañal preferidos por todos los analistas a la moda, a los cuales, como al relojero del cuento, una vez recompuesto el reloj, "todavía le sobran piezas"? Ni lo uno ni lo otro. No podremos admitir que las condiciones de una escritura respondan por completo a un acto consciente de su autor; si fuese así, cada cual tendría, en cada momento, la caligrafía que se propusiera. Pero tampoco podemos admitir que la secreta causa de todo ello se oculte en lo subconsciente: por enajenado, por embriagado, por distraído que esté quien escriba, siempre queda en él un resto de lucidez suficiente para, entre las varias posibilidades de forma que le ofrece el signo que va a trazar, elegir rápidamente una y adoptarla.

LA HERENCIA, LA AFECTACIÓN Y LA SIMULACION.- Entran, pues, por lo menos, en la producción de cualquier escritura, determinaciones de conciencia y determinaciones de subconsciencia. Digo: "por lo menos". No tardaremos en averiguar los motivos de esta salvedad.

Concíbese que, por definición, estas últimas sean múltiples y obscuras. Aludamos únicamente, por su interés especial, y en honor a su mismo misterio, a una de ellas. La herencia, el factor hereditario, parece intervenir con cierta eficacia en lo que se llama vulgarmente el "carácter de letra" de un individuo dado; a veces, en lucha victoriosa con su elemento personal. Las escrituras se heredan de padres a hijos, hasta cierto punto; y no es raro el caso de un hombre que en su juventud ha adoptado y fijado determinadas grafías, y que las va modificando y cambiando insensiblemente con el transcurso de los años, hasta que, al llegar a la edad madura, su letra se vuelve extremadamente parecida a la que se le conoció a su padre.

Más completa podría ser, naturalmente, nuestra enumeración de los factores conscientes de una escritura. Indiquemos los principales nada más. A la cabeza de ellos deben figurar el artificio y el disimulo. Aun en la coyuntura de sinceridad más abierta, no se escribe a la buena de Dios. El más ingenuo toma ciertas precauciones. Vela siquiera, en cierta medida, por la inteligibilidad de sus trazos; tiene en cuenta los límites del papel; rectifica a cada instante, con mayor o menos fortuna, la dirección de los renglones; vuelve sobre lo escrito, corrige. Inútil añadir cuanto la intervención de este elemento se intensifica y complica, cuando se trata de presumir o de engañar; ningún grafólogo deja, por otra parte, de tener en cuenta el hecho de que el autor del documento proporcionado haya o no sabido que la muestra se destinaba al análisis. Advirtamos, no obstante, que el influjo de esta artificialidad, a donde transciende, sobre todo, es a la aparición de aspectos circunstanciales, es decir, que, en todo caso, lo que su presencia viciará serán aquellas revelaciones sobre cualidades y defectos, vicios y virtudes, intenciones y abandonos, que ya nosotros hemos empezado por excluir del campo de la Grafología renovada; y, aún aquí, ese influjo se manifestará, en las más de las ocasiones, a los ojos del observador avisado, en forma contraproducente, es decir, que no sugerirá la nota por la conciencia del artificioso prevista; antes al contrario, denunciará, por el hecho mismo del esfuerzo, que existe, en la subconsciencia del artificioso, la nota contraria.
También deciden del carácter de letra, en cada caso, otros factores conscientes, de índole social: el modelo caligráfico según el cual se aprendió, la moda, la lectura. No los descuidaremos.

CONCLUYE EL PROCESO DE LA GRAFOLOGÍA.— Eliminadas, según lo dicho en las últimas Glosas, la afectación y la simulación, quedan, entre los factores conscientes que influyen en la determinación de un carácter de letra, los que podríamos llamar sociales.
Uno de ellos, y de gran importancia, es, a través de los años de una vida, el modelo caligráfico según el cual se ha aprendido a escribir. Corresponde a un juego causal de este orden la observación, muy corriente en nuestra sociedad, de que todas las mujeres que, de niñas, han sido alumnas de los Colegios del Sagrado Corazón tienen, aproximadamente, la misma escritura. Otros fenómenos de orden análogo corresponden, si no a la pedagogía del colegio, a esta otra pedagogía, que es la de la moda -reveladora siempre ésta, para quien sabe estudiarla y penetrarla, de algún giro o salto en la rosa de los vientos de la Cultura-. Así dista mucho de ser insignificante el hecho de que, hace algunos años, el furor americanista que dominó en la cultura europea, difundiera mucho la costumbre de escribir con tipos verticales, a la manera caligráfica norteamericana; ni lo es el otro hecho de que hoy esa tendencia de la moda haya en parte pasado ya. Por último, una nueva forma de contagio social, que modifica la personal escritura, es la visión cotidiana de la letra impresa y de sus formas corrientes: indudablemente, una de las observaciones más certeras de los grafólogos empíricos ha consistido en advertir, en la letra de los sujetos más cultos, la tendencia a dibujar las mayúsculas, a imitación del molde de las mayúsculas impresas. La que en este caso interviene no es una razón enigmática: se trata sólo de las consecuencias naturales del hábito de leer mucho, que, al fijar determinados perfiles en la memoria óptica, los fija también en la actividad motriz.

GRAFOLOGÍA Y "SOBRECONSCIENCIA".— A todas éstas, si hemos hablado de factores subconscientes, resultan los tales ser biológicos, es decir, cósmicos; si de factores conscientes, ellos nos han salido sociales, es decir, impersonales también. ¿Dónde andará metida la prenda que en este juego buscábamos, es decir, la personalidad?
Aquí no tengo más remedio que aludir al fruto de otras meditaciones mías -parcialmente traído a las Glosas-, publicado a trozos en conferencias y alocuciones. Aquí es necesario el recordar que el sonado descubrimiento de la subconsciencia no ha sido más que el prólogo de otro descubrimiento, hasta hoy menos conocido, el de una sobreconsciencia, con características especiales, asiento y escondrijo, precisamente, de la prenda buscada. Aquí aludimos, por consiguiente, a todo ello, sin proporción de referirlo y menos detallarlo, trayéndolo nada má
s que en rápida cita, a los efectos de la constitución de esta otra teoría -en cierto sentido derivada de ella-, que es la del saber grafológico.
Los factores personales decisivos que la Grafología no halla en la conciencia ni en la subconsciencia, en la sobreconsciencia los encontrará. Más, justamente, para encontrar su rastro entre los signos escritos, deberá eliminar los que se presentan como resultantes de aquellos impersonales factores. Deberá, en otros términos, al proceder al análisis de una escritura, determinar, hasta donde le sea posible, cuáles rasgos de ella son producidos por el influjo de la herencia y de otros factores biológicos oscuros, cuáles resultan de la influencia social del modelo aprendido o de la caligrafía en boga, o de la letra de imprenta. Una vez determinados tales rasgos, prescindirá deliberadamente de ellos. Y atenderá al residuo, que tras de esa doble eliminación queda. Y sobre el residuo -únicamente sobre el residuo- operará. Porque los indicios de la personalidad -de la personalidad auténtica, de la personalidad desnuda, libre de la deformación social, libre de la deformación cósmica- están ahi. Ahí y no en otra parte, a despecho de los turbios intereses, morales o utilitarios, de la Grafología practicada hasta hoy.

GRAFOLOGÍA Y ESTILÍSTICA.— Adviértase que, al proceder así, la nueva Grafología no haría sino aplicar a su dominio lo que una disciplina filológica, constituída hace ya algún tiempo, la Estilística, aplica al suyo, es decir, al examen de la gramática personal de cada escritor. Es corriente en Estilística el empleo del procedimiento que consiste en inventariar, lo primero, el repertorio de las fórmulas sintácticas de un autor, para luego separar de este repertorio aquellas que son comunes a su lengua y a su época, aislando así las suyas, las que no se encuentran más que en él, y proceder, finalmente, al examen de las mismas. Tal ha hecho, por ejemplo, con la Vita de Benvenuto Cellini, el filólogo Karl Vossler, nuestro huésped hasta hace poco, y cuyo curso tan desgraciada y desagradablemente se interrumpió. Con eliminar las fórmulas usuales del lenguaje, la Estilística prescinde del factor hereditario inconsciente; con eliminar las corrientes en la época, prescinde del factor consciente y social. Aisla así la personalidad en la expresión literaria, como la Grafología nueva que sugerimos la aislaría de la expresión gráfica.

Nueva Grafología, para la cual, lo que acabamos de escribir no significa otra cosa que los principios. Queda la cuestión de los métodos. Pero ésta, no para tratada ahora, ni quizá para tratada aquí. Aquí es un periódico. De las ideas recién nacidas se puede saludar la aparición. No seguirlas, a cada paso de su avance. Así como, un poco más lejos, estas mismas páginas, darán, en la sección de "noticias de sociedad", la de la venida al mundo de tal o cual vástago de buena cuna; sin tener por esto obligación de seguirle, paso a paso, en el camino de su existir.


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Última actualización: 21 de diciembre de 2005