Eugenio d'Ors
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Como trabaja… Eugenio d’Ors, Demetrio Castro Villacañas, (Ateneo, Madrid, núm. 32, 11-IV-1953)

TOMEMOS tres actividades diferentes del maestro Eugenio d'Ors, o tomemos, mejor, el producto de estas tres distintas actividades; por ejemplo: «El secreto de la Filosofía», el «Epos de los destinos» y el «Glosario». Si buscamos paradigma en cada una de estas obras con genios de la Historia, iremos, poco más o menos, a dar en Kant, en Dante y en Adisson, tres cumbres que, por sus solas obras y dedicaciones respectivas, justifican su personal trabajo de toda la vida. Pues, ¿cómo entonces el maestro d'Ors reúne en sí tan distintas vocaciones y aún deja sitio y lugar para otras como la de crítico y rector del arte moderno, conferenciante o catedrático? Sabida es la ficción jugosa y divertida, según la cual Eugenio d'Ors proclama junto a la suya la existencia de otras dos figuras: Xenius y Octavio de Roméu. El trabajo del maestro es, pues, al menos un trabajo triple, y tanto, que hasta se ubica en tres distintos estudios. Veamos:

Casa de la calle Sacramento de Madrid
1. Calle Sacramento
La señorial casona de la calle del Sacramento tiene un gran salón casi como defendido por dos jayanes de escayola, que muestran, impávidos, su absoluta desnudez. A la espalda de estas dos esculturas, en el rincón que hay entre dos puertas gemelas situadas una frente a la otra, un tresillo tapizado en gris acoge las visitas y facilita el diálogo. En la mesita del centro aparecen siempre, como dispuestos al acaso, libros, periódicos y revistas que habrán de ser utilizados en la charla. En este rincón recibe el maestro las visitas vespertinas de los viernes; y en él tiene lugar el decir intrascendente que, a veces, después, con personal puntualización, d'Ors hace transcender a los temas del Glosario, del ensayo o del artículo, salvando así de lo inútil y fugaz lo que fue acierto feliz o sugerencia fructificadora. A tal rincón se abre el llamado «cuarto negro», amplia estancia presidida por el ángel que tallara Federico Marés; habitación decorada en tonos oscuros, y habitada por muebles sencillos y de color caoba; dos ventanas toman luz de un jardín interior, umbrío y cálido, casi conventual. Una figurilla japonesa de bronce; una alfombra «quiche»; un diván con incrustaciones de nácar; unos libros apretados en las ordenadas estanterías, y en «el centro, la talla de Marés, con sus manos propicias y sus alas en reposo. Es el lugar donde se medita y se escribe la filosofía.
Al final del salón que dijimos, tras de pasar una, otra estancia de puertas, siempre abiertas, hay una habitación de tonos claros; es el lugar del trabajo más continuo. Allí se preparan las conferencias, se escribe lo que el día trae y lleva —artículos, cartas, notas—, y se reciben los libros que van mandando impresores y editores. Ahora mismo hay un montón de volúmenes de «La civilización en la Historia», que acaba de llegar de Buenos Aires; y hay también múltiples ejemplares de «Zanini», un libro (preciosamente realizado) sobre el genial arquitecto-pintor, que con un amplio estudio-prologo del maestro, en castellano e italiano, ha editado Alfiere-Laeroux, en Milán. La máquina de escribir portátil, de carro bajo, aparece cubierta; muchos papeles sobre la larga y estrecha mesa escritorio, que termina casi sobre el amplio balcón del fondo; y la presencia de la secretaria vestida totalmente de blanco, así como la presencia de un ayudante moreno y recio, al que frecuentemente el maestro dirige la palabra en catalán. Si el ángel de Mares preside el cuarto de la filosofía, en este otro la presidencia es asimismo simbólica, aun cuando no religiosa: hay sobre una chimenea de blanco mármol, tras de la mesa, un ángel pequeño, de terracota; pero no es a él —naturalmente— a quien ahora nos referimos, sino a un bote de botica, tarro de cerámica que ofrece un letrero de antigua farmacopea:  «Esenuia de roloq». Pues bien, en este tarro figura d'Ors encerrar, o extraer, según convenga, la esencia del coloquio, lo más aquilatado y preciso que en cada conversación se obtiene y que de cada conversación, puede deducirse.
Casa de la calle Sacramento de Madrid
2 y 3. Detalles de la vivienda de la calle Sacramento de Madrid

Por una puerta que se abre en el primer rincón de la izquierda, según se entra, se pasa a la habitación medianera, que es el comedor; y hay en él un saliente vidriado, abierto casi sobre la esquina de la cuesta que de la calle del Sacramento baja a la de San Javier. Este rincón, es el de la tarea aparentemente ligera y hasta hace bien poco diaria del «Glosario». Un escritorio de madera blanca acoge el fluir de la pluma, y ese fluir está aquí presidido por la efigie, en antiguos grabados, de quienes fueron maestros en el mucho escribir: «El Tostado», el beato Raimundo Lulio… Hay cerca, a la mano, un buen grabado de Goethe, porque ya es sabido que tal filósofo mueve y determina las preferencias casi patronales de Eugenio d'Ors. No es el orden, precisamente, lo que impera en esta mesa, como tampoco en la anterior que hemos visto, lugares ambos de un trabajo demasiado activo para permitir el reposo de libros y de escritos. Por haber —y sin duda tendrá su significado—, hay aquí, entre volúmenes y papeles, hasta un puñalito de mango de marfil, que es la imagen de la Purísima encerrado en funda de terciopelo verde…
Los libros están por todas partes; van invadiendo cada vez más espacio. Muchos libros, confiesa el maestro; sin duda, una muy variada y rica biblioteca; pero, añade, formada más por la acumulación que por la selección; pues que al caudal importante de la ofrenda, viene a unirse el de la oportunidad, y aún el de la ocasión. Es llegada entonces la hora de lamentarse, porque el mucho escribir limita y acorta el necesario leer.
Eugenio d'Ors, que está algo torpe de movimientos, pero agilísimo de pensamiento y de visión, hace una vida poco regular. Se levanta sobre las ocho u ocho y media, y ya la mañana y la tarde, y hasta la noche, dependen de los quehaceres y compromisos que vayan surgiendo. Ni hora demasiado fija y determinada para la comida, como tampoco para el sueño; y ello es ventaja, porque así no es preciso violentar demasiado las no muy rígidas costumbres cuando los frecuentes viajes reclaman cambiar de ambiente.
Variedad, pues, podría ser la fórmula de esta forma de trabajo. Y eso que para que la visión fuera completa, faltaría aún decir aquí cómo y dónde trabaja Eugenio d'Ors cuando está en su ermita. Bajo la advocación de San Cristóbal, sobre el verde y cobijado por el azul levantino, las horas ruedan de otra manera, y muy otro es el escenario. Y allí, en el campo, pasa largas temporadas el maestro. Quizá algún día visitemos la ermita, y podremos entonces enriquecer en más detalles este retablo que centra la figura, algo encorvada, premiosa, pero vivísima y como iluminada por espiritual y afectuosa luz, del maestro Eugenio d'Ors.
Casa de la calle Sacramento de Madrid
4-6. 1953. Eugenio d'Ors en su despacho de la casa de la calle Sacramento
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Última actualización: 16 de junio de 2008