Eugenio d'Ors | |
TEXTOS FILOSÓFICOS |
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JORGE SANTAYANA (1863 - 1952) |
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Un filosòf madrileny |
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(publicado originalmente en La Veu de Catalunya, 22-XI-1917; recogido en Glosari 1917, Quaderns Crema, Barcelona, pp. 288-289) |
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Es diu Jordi Santayana, ha estat professor a Harvard i va néixer a Madrid, l'any 1863. Els madrilenys no ho saben. Jo tampoc ho sabia. L'obra de Santayana no era fins avui massa coneguda. El Baldwin no en refereix sinó algun títol de treball. L'Eisler diu d'ell: «Encara que procedent del pragmatisme, és realista». Un amic m'assegura que William James n'ha parlat en algun lloc. |
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Santayana |
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(publicado originalmente en Las Noticias (3-VII-1921); recogido en Nuevo Glosario, vol. I, Aguilar, Madrid, pp. 516-517) |
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¿Por qué esta resistencia española a informarse sobre Santayana, famoso escritor, famoso filósofo, y nacido, precisamente, en Madrid? A Santayana, ya todo el mundo anglosajón lo lee. Es posible que, al leerle, le disminuya o borre un poco, pierda u olvide alguna nota que es en él tradicional. El gusto de Santayana por la corrosión no es inglés. Podría ser irlandés, pero lo más fácil es que originariamente sea, con toda sencillez, castellano. Pero no hagamos etnografía; o, siquiera, no lo hagamos con excesiva buena fe. |
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El filósofo madrileño |
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(recogido en La palabra en la onda, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Madrid, 1950, pp. 245-247) |
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Me he atrevido, en la disertación inaugural del nuevo Instituto Español de Roma, a incluir en el cuadro de nuestro pensamiento filosófico «escrito» —quiere decir, animado por una especialización técnica en lo especulativo— la obra de Jorge Santayana, aunque desde sus comienzos haya aparecido toda ella en inglés. Si español consideramos a Séneca a pesar de que no escribiera en la lengua de Cervantes, ¿cómo rehusaremos esta calidad al hijo de Madrid, a quien el destino llevó a estudiar y profesar en la universidad norteamericana? Tanto más, cuanto, en este caso, la verdad legal se funde con la verdad real. Y ciudadano español es oficialmente Santayana, que tiene actualmente buen cuidado en renovar su inscripción y pasaporte, en nuestro Consulado de Roma, donde, enfermo, reside hace veinte años. Lo decisivo en este capítulo está en el carácter esencialmente latino de un pensamiento que se complace en continuar las direcciones espirituales, que han señalado siempre a la mentalidad clásica y católica y a la tradición figurativa del Mediterráneo. Nada más afín a Santayana que el Renacimiento, nada más lejos a su preferencia que la Reforma, especialmente bajo el aspecto de la piedad puritana, a la cual el filósofo madrileño dedica sus andanadas literarias peores. Sin duda, el catolicismo de Santayana se queda en una disposición, a la cual parece no acompañar la creencia. La gracia no ha visitado a este heterodoxo, que, si bien se mira, es mucho más católico que cristiano. Coincidente cronológicamente con Unamuno, el antiguo profesor de la Harvard señala una posición justamente opuesta a la de Unamuno. Lo que tiene Unamuno, románticamente, de profeta, tiene Santayana, clásicamente, de artista. Y no cabe encontrar dosis menor de «agonía» religiosa que la implícita en la actitud de un hombre que, llegado a la ancianidad extrema y a un retiro, en que, según propio decir, «se prepara a la muerte», contesta, como él ha hecho recientemente y a una solicitud de declaraciones, que él, en punto a religión, ya ha dicho, hace veinte años y en un libro, cuanto tenía que decir. Este libro, por otra parte, y ello pudiera parecer sorprendente, es el único en la filosofía contemporánea en que se agitan los problemas suscitados por la coincidencia de la naturaleza divina y de la humana, en la figura del Cristo católico. Triunfando sobre la dialéctica de Renán la de Santayana regresa al punto de vista ortodoxo de la excepcionalidad suprema de la relación, en cuya virtud la persona del Padre está presente en la del Hijo; la del Hijo, en cualquier hombre redimido por la gracia. No se trata, en el presente caso, de una inspiración: Jesús de Galilea no es un profeta más. No se trata, en el segundo caso, de una imitación: el Justo por antonomasia es otra cosa que un modelo para el Santo. Y, sobre todo, no se trata, de ninguna de esas relaciones, de una idea, en el sentido que dio a esta palabra el platonismo. Con él estamos en el campo de lo concreto. Esta pretendida idea tiene una historia. Es la historia que nos narran los Evangelios. La humanidad pudo, un día, transformarse por la presencia de esta historia. Pero la sed de los humanos bebe a perpetuidad en esta fuente. |
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Última actualización:
2 de octubre de 2008
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