Eugenio d'Ors
TEXTOS FILOSÓFICOS
RAMÓN SABIUDA (siglo XIV)
(Cataluña, 6/13-I-1912, p. 15)

Eximeniç, es todo Edad media. Bernat Metje, todo Renacimiento, o, si se quiere, pre-Renacimiento. Ramón de Sabiuda, participa de las dos eras, de los dos mundos. Contemporáneo de aquéllos en su vida, es Sabiuda, de una parte, el discípulo de Lull, de cuyo Libro de la Contemplación la Teología natural puede considerarse como una rama desgajada, cultivada con tino, trocada en árbol autónomo; de otra parte, el maestro de Montaigne, que laboriosamente lo traduce y hace su apología, y el precursor de Descartes.
Shanderlein llama a Sabiuda un ecléctico… No: hay que llamarle un pensador según la armonía, como un hombre de Seny. No es lo mismo. Hasta puede llegar a ser, en cierto sentido, lo contrario. Cífrase el eclecticismo en no querer contradecir las doctrinas. El Seny, en no querer contradecir las realidades. Lo primero puede nacer de una cobardía. Nace siempre lo segundo de una piedad, de un deseo de eficacia, del instinto de conservar la unidad del espíritu y de la vida. Y hemos dicho que esta posición puede llegar a ser contraria al eclecticismo. Filósofos hay, en efecto, en quienes este amoroso reconocimiento de la realidad inmediata, se traduce en cierta hostilidad hacia las doctrinas, consideradas ya con un desdén parecido a aquél con que mira las traducciones de un texto, quien, aprendida por fin la lengua del original, puede saborearlo directamente. Tales son James y Bergson, en nuestros días. Tal fue Ramón Sabiuda, en los confusos días suyos.
Sabiuda fue, pues, como son estos filósofos, una manera de romántico, y en ello consiste su originalidad profunda dentro del pensamiento catalán. Al aceptar para demostración de su Teología el testimonio de la naturaleza, prescinde del testimonio de la autoridad, es decir, de la Cultura; y contra lo que suele decirse, esta abstención es todavía más significativa que aquella utilización. Por fortaleza y enjundia filosófica que haya en lo que nuestro barcelonés dice, aun las hay más en callar lo que calla. Pero lo que dice, dado sobre todo el tiempo en que lo dice, basta ya largamente a la gloria de un pensador. El primer capítulo de la Teología natural o libro de las criaturas (que no debe confundirse con el prólogo de la obra) es fragmento de altos vuelos, admirable por su maravillosa audacia tranquila. No es aquí el lugar de analizar toda la significación metafísica y epistemológica de este capítulo. Uno de los nuestros tiene prometido mostrar algún día, lo alto que Sabiuda voló, «cosa que nadie ha dicho aún». Bastará para nuestro propósito actual, subrayar el valor con que nuestro filósofo acepta una posición antropomórfica, no lejana tal vez a la de Protágoras, cuyo valor ha puesto en evidencia recientemente el «humanismo» de F. C. Schiller: «El hombre y su naturaleza deben servir de medio, de argumento y de testimonio, para probar toda cosa de hombre, para probar todo lo que concierne a su salvación, felicidad, infelicidad, su bien y su mal; sin lo cual nada habría de cierto». Y estas otras en que se muestra la superioridad del pensamiento de Sabiuda sobre fases más recientes del pensamiento catalán: «Pero el hombre está fuera de sí, alejado a una extrema distancia, ausente de la propia casa en que vive, ignorando su valor, desconociéndose a si propio»… Le es precisa, pues, «una escalera para volver a subir a su casa y encontrarse en ella»… El punto flaco de nuestros escocianos (no decimos el de Llorens, que continúa siendo para nosotros un ignoto) consistió en no evitar el equívoco entre la conciencia y el llamado sentido común, dejando creer que para obtener las respuestas de la primera, bastaba una perezosa interrogación, directa, rápida, al juicio natural, que muchas veces no era otra cosa que el juicio vulgar. Sabiuda no cree, al contrario, ni Bergson tampoco, ni quien escribe esta rápida nota tampoco, que las respuestas de la conciencia puedan obtenerse con tan cómoda facilidad. «La vida interior no entrega fácilmente sus secretos…Vivimos en las cosas, es decir, en el espacio, antes que vivir en nosotros mismos, es decir, en la duración… Cuando creemos contemplarnos sin velos, entre nosotros y nuestra inteligencia, hay el universo todo… A lo interior, a la conciencia, no puede llegarse sino a través de una larga serie de análisis, abstractos, árduos y sutiles» (Prefacio a una «Antología» de Bergson, próxima a publicarse). Sí; a través de una larga serie de análisis, abstractos, árduos y sutiles. O, como dice elegantemente nuestro filósofo, «subiendo por una escalera».


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Última actualización: 2 de octubre de 2008