volver
Eugenio d'Ors
presentación | vida | obra | pseudónimos | retratos y caricaturas | galeria fotográfica |dibujos |entrevistas| enlaces   
ESTUDIOS BIOGRÁFICOS
J. Torrendell
EUGENIO d'ORS. III. EL FILÓSOFO
(La Nación, Buenos Aires, 2-XII-1921)

En el diseño del retrato que hemos trazado de Eugenio d'Ors como glosador y artista, elementos de biografía y de crítica propia y ajena han venido a colaborar eficazmente con cierta amenidad de recuerdos asaz personales. Tócale el turno ahora al aspecto que tan eminente personalidad ofrece como filósofo. Mas al repasar la información pertinente a nuestro objeto especial, nos encontramos con que, junto a la figura del pensador, yérguese un monumento ideológico que atrae y concentra la atención máxima del que inició su tarea acaso con un interés principalmente cordial y meramente periodístico. En efecto: a medida que se leen sus libros, sus comunicaciones y memorias, y los resúmenes de sus conferencias y cursos académicos de su peregrinaje espiritual tanto por los países europeos como por las universidades argentinas, abátense las frondosidades secundarias para dejar todo el espacio a una soberbia edificación conceptual, ante cuya musculosa estructura y finos contornos abstráese una contemplación profunda. Ceda, pues, su lugar el anecdótico filósofo y adelántese a primer término su categórica filosofía. Sin embargo, no extrememos tanto nuestra posición que no nos sea posible recordar brevemente hechos y fechas, que aun en difuminado croquis nos rememoren, muy justicieramente, al autor de la admirable creación.

El mismo Eugenio d'Ors ha resumido su labor de veinte años. En el prólogo de «El Nuevo Glosario I», ha declarado que sus obras se reducen a tres: Obra de diversidad (Glosario), Obra de Unidad (Sistema de Filosofía), y Obra de Acción (Fundaciones). Los que le seguimos desde el inicio de su tarea periodística y aun antes en su actuación universitaria, sabemos que una fue su vocación y que a ella subordinó otras ventajas de la vida que se abría con vislumbres de brillantez en el batallar ciudadano. Mostró sus preferencias inmediatamente tomando la vía que transpone la frontera peninsular. No pudiendo hallar maestrazgo en España (fuera de Francisco Giner de los Ríos), salió al extranjero, en cuyas Universidades (París, Ginebra, Heidelberg, Munich) permaneció seis años, de 1906 a 1912. Para los más de sus compatriotas —los que se enteraron— fue mayúscula sorpresa saber de su participación en el Congreso de Filosofía de Heidelberg, ya en 1908. Era el primer español que intervenía en tales asambleas internacionales. Al año siguiente actuaba en una de Psicología, de Ginebra; el 1911 en la de Filosofía de Bolonia, y el 1912 en la de Educación moral, de La Haya. El Congreso de Bolonia nombróle representante de los países de lengua castellana en el Comité internacional. Por varias glosas nos enterábamos de sus trabajos técnicos de psicología en los laboratorios de la Santé y Villejuif, en París. A su vuelta a España, gran actividad docente filosófica. Desde 1914 se inician grupos de amigos y discípulos en formación de academias para estudiar las tesis del joven maestro. En 1918 queda ya constituido el Seminario de Filosofía bajo su dirección. De este centro de enseñanza se irradia multitud de cursos sueltos, entre los cuales sobresale el de 1919 en la Academia de Ciencias, de Lisboa.

Quien haya leído todas las obras de Eugenio d'Ors, encabezadas en 1908 con «Le residu dans la mesure de la science par l'action» y «Religio est libertas», habrá de convencerse de que en cada una de ellas nótase la presencia de una sistematización. Ors ha dicho que en la verdadera filosofía no cabe la monografía: o sistema o nada. Así, desde el principio, sus trabajos se presentan como capítulos de una concepción total, cuyo interno desarrollo queda durante diez años semioculto; y digo «semi» porque las glosas una que otra vez la revelan. Una parte, no mucha, de este sistema de pensar se transparenta en la muy conocida «Antología filosófica». Sin embargo, desde 1915 empieza la exposición del sistema, si bien sólo en los cursos orales y en catalán, con auditorio restringido del Seminario de Filosofía. Ahora por primera vez, el autor concede a la Universidad de Córdoba la exposición de su sistema con gran publicidad, y la completa con otros cursos, que contrastan este pensar con una actitud histórica en la filosofía (curso de Buenos Aires), o lo aplican a una cuestión especial concreta (curso de La Plata: la teoría de la cultura). Más tarde, en Montevideo, habrá de marcar el paso de la dialéctica, o parte general, a la psicología.

El sistema total llámalo nuestro filósofo Doctrina de la Inteligencia, tomando «Inteligencia» como traducción del vocablo catalán «Seny», es decir: una fuerza intelectual que, distinta de la razón estricta, no es, sin embargo, el instinto, ni la intuición, ni el sentimiento, etc., de los denominados románticos, y modernamente bergsonianos.

La Doctrina de la Inteligencia tiene tres partes: una general: «Dialéctica» (la dialéctica, tal como ha sido expuesta en Córdoba, comprende: Introducción metodológica, Introducción psicológica; teoría de las ideas, de los principios, del saber), y dos especiales: sobre el espíritu: «Psicología», y sobre la naturaleza: «Física». Añadiré que Eugenio d'Ors, más que estas últimas denominaciones, prefiere las de «Poética» y «Patética», respectivamente, puesto que todo es espíritu, tomando el tecnicismos de la distinción aristotélica entre el espíritu creador («nous poieticós») y el espíritu pasivo («nous patheticós»), o, como decían los escolásticos, entre el entendimiento agente y el posible. Después de cinco años de elaboración queda terminada la parte de «Dialéctica». A medio componer hállase la de «Psicología». De la «Física» hay sólo algunos capítulos, como la Memoria titulada «Los fenómenos irreversibles y la concepción entrópica del universo».

Ya lo tiene escrito una pluma diestra: «Todo idealismo busca tipos eternos o ideas; pero tres posiciones son posibles: la de Platón, que busca la idea en el desprendimiento de todo lo que es circunstancial, en deshacer el engaño del espacio y del tiempo; la de Hegel, en que la idea es considerada como realizándose en la vida, pero en la totalidad de la vida, es decir, de una lado, en la naturaleza o extensión total del espacio, y del otro, en el devenir, o noción total del tiempo; y otra posición la instaurada por Eugenio d'Ors, que consiste en buscar la idea en el fondo de cada una de las objetivaciones concretas del espacio y del tiempo»… En pleno idealismo, pues. Y, siendo sistemático, tenderá, en consecuencia, a considerar en planos menos filosóficos a los espíritus críticos y fragmentarios, aunque sean tan altos y poderosos como Zenón de Elea, Descartes o Kant. ¿Qué mas? El acento y la concepción de su ironía tienen, sobre todo, un precedente en Sócrates. Más todavía. Dentro del siglo XIX nuestro autor, siempre en afán de tener maestros y por el prurito de tradición, se ha buscado otro precedente en Cournot, cuyo «probabilismo», excesivamente fragmentario, Ors, a costa de un esfuerzo grande («el mayor que he realizado en la especulación» ha dicho alguna vez) y aun acaso de cierta infidelidad, ha podido ser presentado, en el curso de Buenos Aires, como sistema orgánico.

Veamos ahora las relaciones de la Filosofía, de la Ciencia y del Arte, según el sutil pensador.

La Filosofía es un orden de conocimiento especial, distinto de la Ciencia.

La «ciencia» presenta estructura de escalera; cada peldaño se apoya en el anterior, y el primero en algo distinto de la ciencia (otra ciencia o la evidencia). Es fragmentaria. Como «elementos», maneja «conceptos» (ciencias abstractas) o representaciones (ciencias de observación y experimentales). Como «principios», ha de aceptar, aunque sólo sea en calidad de método de trabajo, los dos principios básicos: el de razón suficiente y el de contradicción. Como «saber», es relativamente apodíctica, es decir, convencionalmente dogmática.

La «filosofía» presenta la estructura de un círculo. Cada punto se apoya en el precedente y en el siguiente; no puede «descansar» en algo, pues no puede encontrar datos fuera de ella misma y su deber es inclusive examinar la legitimidad de la evidencia. Cumple dos exigencias: la «coherencia» —es decir, que el círculo no tenga soluciones de continuidad—, y la «totalidad» —es decir, que «todo lo pensable» esté contenido en el círculo…—. Como «elementos», maneja «ideas», es decir, «universales concretos», en que se supera el dualismo entre concepto y representación. Como «principios», niega el valor absoluto del de «razón suficiente», sustituyéndole por el nuevo principio de «función exigida»; y el de «contradicción», sustituyéndole por el de «participación». Como «saber», forma conjuntos que, como los del arte, pueden subsistir en pluralidad, sin contradicción.

El Arte se diferencia de la Filosofía en que no está obligado a la objetividad y no presenta, por consiguiente, imágenes de totalidad.

He aquí el sistema filosófico orsiano.

Existe un orden de saber distinto de las ciencias: una Filosofía. Salta inmediatamente la protesta del escepticismo y del positivismo; pero, en realidad, los postulados fundamentales de ambos «no están contenidos en ninguna de las ciencias». Son, pues, mal que les pese, filosofía. ¿En qué se puede ocupar un orden de saber distinto de la ciencia? a) en examinar sus fundamentos: «crítica»; b) en prolongar sus resultados: «metafísica»; c) en repetir sus resultados, si bien incluyendo en la fórmula de los mismos, gracias a una diferencia de «acento», una esencial contradicción, que reduce aquéllos al plano de relatividad; que impide la formulación apodíctica, o que, por lo menos, la reduce cuando ella se da a los fines de convenciones prácticas: «ironía». Estas tres actitudes merecen el nombre de «Dialéctica», nombre verdaderamente técnico que ha de llevar la Filosofía. Mas la tercera lleva la ventaja, sobre las dos primeras, de satisfacer la exigencia de «totalidad»; cosa que no puede hacer la «crítica», por definición; ni la «metafísica», porque ésta, al encontrar resultados «formulariamente» distintos de los de las ciencias, tendrá por fuerza que dejarlas fuera del campo de su propio interés.

Llamamos «pensar» a la actividad espiritual, propia de la Dialéctica, a diferencia del «razonar», propia de la ciencia. En el «pensamiento», la actividad espiritual es total: se piensa con la razón y a la vez con la sensibilidad, con el gusto, con la intuición. Y, ¿qué es pensar? La respuesta ha de ser una síntesis de lo expuesto por Ors en los análisis de «Religio est libertas» sobre la «zona central» del espíritu; en los estudios de «La fórmula biológica de la lógica», sobre el procedimiento «utilitario», convencional, de obtener la conceptuación o formación de conceptos; por fin, en las doctrinas de los psicólogos norteamericanos principalmente, sobre la «conación», como actividad espiritual indiferenciada, anterior a las especializaciones en razón, sensibilidad, etc. Y entonces veremos que pensar —pensar «con toda el alma»—, ejercer la inteligencia, consiste en sacar del fondo indiferenciado de la conación elementos que se traen a la luz. Consecuentemente, así como razonar es «constatar», «pensar» es «crear». Más: el razonar trae consigo la legitimidad y aun la necesidad de la «demostración». Pero el fin del pensamiento no es «demostrar», sino producir «hipótesis». Pensar es, pues, ser profundamente dual, puesto que el espíritu en el pensamiento se desdobla sobre sí mismo. De aquí que «pensar» es siempre «diálogo». (v. «De la Amistad y del Diálogo». «A mí me parece que sin diálogo, sin diálogo interior al menos, jamás el pensamiento propiamente dicho puede nacer». Y lo demás que sigue). En conclusión: la Dialéctica —que etimológicamente ya significa diálogo— ejercita el pensamiento; la Ciencia, la razón.

Que las ideas existen en el pensamiento como distintas de los conceptos (universales) y de las representaciones (concretos), siendo a la vez conceptos y representaciones (universales concretos), es cosa que admite todo el idealismo. Pero el mejor idealismo afirma que la objetividad fuera del espíritu, la naturaleza misma, está también compuesta de ideas. A este resultado se llega por una doble investigación. Se dice: de una parte el mundo no puede estar compuesto exclusivamente de «esencias», de «númenos». Si estuviese compuesto así, como los númenos (es decir, lo que se traduce en conceptos) son sucesivamente absorbidos por conceptos más amplios, se concluiría fatalmente en la unidad del ser. Tal es el peligro de la Metafísica, que en este sentido destruye el saber. De otro lado, el mundo tampoco está compuesto exclusivamente de «fenómenos». Si así fuese, nada sabríamos de él. La tentativa que modernamente es denominada «Fenomenología», logra demostrar la existencia de fenómenos puros, pero no que se pueda articular sobre ellos. La sola manera de relacionar fenómenos puros es la metáfora, la poesía, por tanto; pero no el conocimiento. Ahora bien, si el mundo no está compuesto de esencias puras ni de existencias puras, de «númenos» ni de «fenómenos», estará compuesto de elementos que serán «númenos» y «fenómenos» a la vez, es decir: ideas. Entonces la totalidad del mundo, la de la realidad, será «una mente», creadora de «ideas». La realidad es inteligible, es orden, es coherencia. No rígida coherencia racional, como la que se traduce en raciocinios; sino flexible coherencia curiosa, como la que se traduce en el pensamiento. El mundo no tiene «lógica», pero tiene «orden». No es comparable a una pieza musical ejecutada por una pianola, sino a la ejecutada por un gran artista, que acaso puede fallar, pero que puede también sublimar.

Los principios fundamentales de la ciencia son dos: a) De razón suficiente: «Nada ocurre sin razón suficiente». Por medio de un detenido y paciente análisis sobre la verificación de este principio en mecánica, en mecánica de los electrones, en estereoquímica y en cristalografía, Eugenio d'Ors llega a mostrar sus fallas «en la misma esfera de la ciencia». Estas fallas, por otra parte, ya habían movido a Pierre Curie a dar del mismo una fórmula más laxa, en modo de «principio de simetría». Nuestro filósofo ensancha todavía su contenido, limitándose, para salvar la coherencia del mundo, a enunciar el «principio de función exigida», en virtud del cual —dice— «todo segmento de realidad está en función de otro segmento de realidad concomitante, anterior o posterior», o, en otros términos, todo fenómeno es un epifenómeno. b) De contradicción: «Es imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo». Hegel ya había demostrado que todo «devenir» salva y supera este principio. Más objetivo ha de parecer cuando, por la admisión de las tesis de la «evolución», el «devenir» ha entrado ya en el campo mismo de la ciencia. Pero Ors no llega, como Hegel, a sustituirlo por el «principio de identidad», en virtud del cual los contrarios son iguales, sino que propone el «principio de participación», en virtud del cual los contrarios participan recíprocamente de su realidad y mutuamente se penetran. Así, la fórmula del principio de participación es «todo segmento de realidad participa de otro segmento de realidad», o en otros términos: «los epifenómenos se jerarquizan sin oponerse». En esta fórmula halla su autor una nueva aplicación de la ley fundamental de ironía; e inicia así el «pensar según jerarquía» en sustitución del «pensar según identidad».

El saber es uno. Sin embargo, a la unidad de la ciencia se ha pretendido llegar por distintos medios. Uno de ellos es la abstracción: la especie representa al individuo, el género a la especie, la clase al género, etc. Así llégase hasta el ser, categoría única. Entretanto, «el contenido del saber se evapora». El filósofo, que maneja categorías más generales, no puede aspirar a representar realmente el saber de los hombres de ciencia, aunque éstos manejen categorías categorías más estrechas. Es una modestia necesaria. Otro procedimiento: la «Combinatoria», tan caro a Lull, a Leibniz. Mas la estrechez del molde espacial hace que las «combinaciones» sean poco poderosas para unificar. Quien unifica el saber, en realidad, no es el espacio, es el tiempo. Hegel es, aquí, el solucionador del problema, con su «tesis, antítesis, síntesis». Pero Ors juzga que significa una debilidad del filósofo alemán conservar como necesario esto que es aún un esquema espacial. La solución —agrega Ors— no la da el espacio ni el tiempo en sucesión, sino en simultaneidad. No debe considerarse la «síntesis» como un tercer momento. En rigor, toda tesis es concomitante con su antítesis. En fin, que el pensamiento es ironía; el saber, ironía; la realidad, ironía también, puesto que es vida. Y la vida y la filosofía, según Ors, ya es sabido que son una misma cosa («¿Vivir primero —ha dicho—, después filosofar? Lo niego. En esto no conozco antes ni después. Filósofo llamo a Publio, porque «vive» en conciencia de la eternidad del momento»…).

Mi propósito ha terminado. ¿Se me permitirá por adehala que agregue parvamente una observación? A mí me place apuntar aquí el hecho de que Eugenio d'Ors es el único, en la España de hoy, que ha sistematizado una concepción de filosofía, y que este superior trabajo ha sido realizado con absoluta austeridad y tecniscismo justo. El mismo estilo de su dicción, aunque fiel a un concepto de arte, aparece distinto, acomodándose a cierta severidad de estricto pensamiento. Hasta en las lecciones orales, tan propicias a las amplias perífrasis, el profesor ha usado una desnudez que permite ver la perfecta anatomía de su creación. Con esto nos ha sido posible anotar cómo, fundamentalmente idealista, siente Ors decidido culto por la exactitud y precisión de las ciencias y manifiesta una tendencia constante a utilizar los resultados científicos y a criticar sus nociones.

Juzgo un momento muy fecundo para todos este en que asistimos a la solemne exposición de una personal Filosofía en estos tiempos en que labor tan grave no tiene —que yo sepa— en nuestros países de España y América ningún otro esforzado forjador sistemático; y en que son muy escasos aun en aquellos países europeos de famosa y persistente tradición filosófica. No es extraño, pues, que superiores inteligencias argentinas, de distintas orientaciones, hayan proclamado la trascendencia del pensamiento orsiano, producto de un espíritu magníficamente fuerte y, a la par, exquisito.


Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 31 de mayo de 2007