Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
"GRIMEGIA CONTRA CONCORDIA"
(Alcalá. Revista Universitaria Española, nº 20, Madrid-Barcelona, 10-XI-1952, p. 1)
Lo que a nuestro Juan Maragall le ponía fuera de sí era que los catalanes estuviéramos habitualmente tan inspirados en la vocación de parodia. Aquel Castell dels Tres Dragons, obra maestra de la caricatura del teatro romanticoide y caballeresco —mil veces superior, dentro de su especialidad, a La venganza de Don Mendo castellana—, le traía una suerte de sonrojo nacional. Nosotros hemos comentado repetidamente el intríngulis de la rara expresión lipori, la cual se ignora por qué ha venido a aludir a las múltiples variedades de la vergüenza, frecuentemente retrospectiva, que se siente por cuenta de otro. El español que ve, en un escenario de Londres, a un compatriota calciajustado salir por bulerías, puede sentir el lipori que, ante la torpe maestría del parodiador de la antecedente centuria, sentía el poeta.

Épicamente, lo sentimos todos, en la memoria, siquiera ya un poco lejana, del humorismo grosero que ha avillanado una parte, demasiado central, de aquella feracidad literaria, lingïística y de costumbres, de que se ha enorgullecido cínicamente la consabida pretensión diferencial. Una buena dosis de la culpa de la incomprensión intestina, que tanto ha entorpecido a la plenitud cordial de lo hispánico, hay que atribuirla a la manera como nuestros hombres se han reído los unos de los otros. No con aquella ligereza, tal vez enternecida, que adopta en todas partes la burla de lo provincial y pintoresco, sino con aquella otra saña resentida, que degrada el modelo y lo tuerce implacablemente en la irrisión. Actitud tornada constante, profesional, emulada, negociada, metódica, en la humillada y humilladora Cataluña. No sin derecho se discutió obstinadamente otrora si el mérito de la prioridad de un renacimiento literario pertenecía a los eruditos trovadores y gaiters o tamborilers de nuestros ríos y de nuestras montañas, o bien al rector de Vallfogona, tan admirado por su salacidad abandonada y maloliente,

Nuestro país tuvo sus Singlots poétics y su Campana de Gracia; tuvo el Castell dels Tres Dragons y su Don Jaume el Conqueridor; tuvo su Esquella de la Torratxa y su Cu-Cut; tuvo sus Papitus y sus Bé Negre; todo lo que la Lidia de Cadaqués, nuestra Sibila de Cumas, llamaba genéricamente torratxas; tuvo sus asociaciones plebeyas, consagradas, no sin retintín de superioridad, a la "broma" y la "extra-broma" que se llama grimegia, sus Nius Guerrers y sus Antics Guerrers, sus coros de Xerinola y del Orinal. Cada país, bien entendido, ha echado a la calle su prensa satírica, su teatro burlesco. Ninguno, sin embargo, con aquella abundancia, con aquella procacidad, con aquel aire de satisfacer una función normal y colectiva, con aprovechamiento de semejante equívoco, en que, inclusive, se llamaba y se obtenía, de vez en vez, la colaboración de medios artísticos o sociales, que hubieran podido mostrarse asqueados. En ninguno se ha practicado el equívoco con la vindicación de una lengua, que se pretendió calibanesca de raíz, para huir de los primores de la artificialidad. Pero no fueron los trovadores, no fueron los Juegos florales, los que, entre nosotros, befaban cada día la libertad poética de Maragall o la libertad del otro objeto de su enconada agresión, Eduardo Marquina(1) .

Pero la concordia hispana siempre ha tenido por agente a Ariel, y por enemigo, a Caliban. Lo dije, no ha mucho, allí donde los mitos chespirianos habían refrescado popularmente su vigencia, gracias a la acción literaria local de José Enrique Rodó. Lo dije en actitud combativa, porque no siempre el espíritu de armonía puede prescindir de luchar en tierra donde Caliban —era la uruguaya— había ganado un momentáneo dominio. Hoy, lo repito una vez más, al frente —me dicen— de un grupo de jóvenes, que aspira a ver traducidos los ideales de convivencia al lenguaje de la cultura con visible predilección por el dialecto del arte. Una garantía capital de estos hombres está en su misma juventud: el veneno de la parodia es una secreción valetudinaria.

(1) El mismo Juan Maragall publicó en el Almanac de la Esquella de la Torratxa un curioso poema suyo: A uns musics que van pel carrer. Otros han manifestado sinceramente su alborozo, ante el espectáculo de libertad de algœn escape a los ahogos periodísticos, a la censura, etc., que llenaba a todas nuestras generosidades de alegría. Debe tenerse también presente que, el señalar de Maragall o el nuestro a un país como víctima del daño en cuestión, no excluye el reconocimiento del mismo en otros, y, mucho menos, del recíproco. Los actos de contricción conviene que permanezcan, si acaso, en los dominios de la antonomasia.

Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 2 de diciembre de 2005