Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA.
HISTORIA PRIVADA DE LOS CUATRO LIBROS FUNDAMENTALES DE EUGENIO D'ORS Y DE LOS ORÍGENES DEL GLOSARIO
(por Carlos Fernández Cuenca, Correo Literario, 15-IX-1952, pp. 12 y 10)
Eugenio d'Ors gusta de declararse -me parece que lo hizo por primera vez en el prólogo a la edición francesa de su Au Grand Saint-Christophe (1932)- autor de sólo tres libros: uno es el Glosario, que enfrenta el pensamiento con la diversidad del espíritu y la naturaleza; otro es un sistema de filosofía, en el que descubre el pensamiento su unidad y su ley; el tercero, que podría llamarse Heliomaquia, consiste en una obra de acción que mezcla el pensamiento a la vida.

Pero la triple tarea se reparte, en rigurosa fidelidad a sí misma, a lo largo de una extensa enumeración de títulos, que cubren casi cincuenta años entusiastas y sin vacaciones, porque este catalán de sutiles disciplinas europeas ha hecho siempre compatibles con el goce cotidiano de escribir todas las absorbentes obligaciones de los cargos y de las cátedras, como todas las tentaciones de infatigable viajero y de conversador fascinante en tertulias y reuniones. La primera exploración antológica de su doctrina es esa que por el 1914 hicieron Rucabado y Farrán con el título Filosofía del hombre que trabaja y juega; un título que para Eugenio d'Ors enuncia como ninguno otro su activa dualidad humana.

TRES OBRAS ESENCIALES

Tres obras esenciales son, pues, las suyas, repartidas en muchas obras particulares que dan ejemplo de unidad según maneras distintas del bien hacer. Por eso han de corresponder maneras diferentes en el orden de las preferencias:

—Se prefiere, en primer lugar -dice el maestro-, lo importante, y el más importante de mis libros es El secreto de la filosofía. Luego, hay que preferir lo que se ha escrito sintiéndose bien al hacerlo, y en ese caso está El valle de Josafat, que es un meridiano del pensamiento entre filosófico y figurativo o poético. Y la tercera manera de preferir es la del éxito, que señala a La Bien Plantada y a las Tres horas en el Museo del Prado. Aparte, claro está, del éxito permanente del Glosario, que es un éxito de monstruo.

Entre más de sesenta volúmenes, que van desde el formato pequeñito y delgado de las Historias de enfermos y de viejos (1941) hasta el grande y solemne, con casi 700 páginas, de Epos de los destinos (1943), se destacan esos cuatro. Pero el escritor considera imprescindible una advertencia:

—No somos autores únicos de las obras, sino que en ellas estamos asistidos - afirma gravemente.

¿Asistencia angélica, o de la inspiración pura? ¿Asistencia del público que colabora con sus reacciones en el diálogo que es toda obra cumplida? De lo uno y de lo otro hay, necesariamente, en esta viña. Eugenio d'Ors, tan fecundo narrador de anécdotas, refiere cómo Rodin, contemplando sus propias obras expuestas anualmente en el vestíbulo del Salón de París, solía decir: "Hasta yo mismo tengo que aprender aquí".

—No eran las del gran escultor -agrega el maestro- palabras de vanidad, sino de humildad, porque no se sentía ya autor de la obra entregada, sino colaborador en ella: el Rodin no inspirado que miraba la obra podía ser como un discípulo del Rodin en trance de inspiración que la había hecho y del que tenía que aprender.

AQUELLA GLOSA DE 1904

Así, cada glosa del permanente Glosario ha aprendido, en lección de humildad, de las glosas que le precedieron. Y la primera de todas, escrita en 1904 para la revista estudiantil Universidad Catalana, recibió también la asistencia precisa, en parte propia y ajena en parte, con un mandato de extraordinaria exigencia centrada en un propósito de largo alcance: el que encabeza, según nota de 1903 -cuando d'Ors tenía apenas veintiún años- los lemas primeros de Gnómica (1941) y que señala así la misión dominante de una vida más que de una obra: "Rehacer, contra Voltaire, el Diccionario filosófico portátil, de Voltaire". Ya desde 1914 las publicaciones de la Residencia de Estudiantes, de Madrid (que editaron tres ejemplares conferencias del joven pensador: De la amistad y del diálogo, Aprendizaje y heroísmo, y Grandeza y servidumbre de la inteligencia), anunciaban, aunque no llegara a salir, un libro de Eugenio d'Ors que debería titularse igual que el de Voltaire: Diccionario filosófico portátil.

—Era preciso -insiste d'Ors- hacer lo mismo que Voltaire, pero haciéndolo al contrario que Voltaire lo hizo, o sea usando la amenidad y la ligereza con un propósito de reconstrucción y no de disolución.

Voltaire por lo general y Rierola por lo particular. No por enormes dejaban de ser significativas las diferencias: frente a la peligrosa grandeza de Voltaire estaba la pequeñez puritana y triste de Francisco Rierola y Masferrer, un escritor casi nada conocido fuera del círculo de sus amistades de Vich, que dejó un Dietari típico del vuelo corto finisecular; una especie de Amiel de soledad menos pura y más prosaica. Cuando en 1920 apareció en castellano la primera selección de Glosas d'orsianas -la célebre traducción de Alfonso Maseras que Calleja editó-, precedióles con muy buen tino, aunque cronológicamente no fuera ese su justo lugar, la larga glosa Amiel en Vich, que equivale a todo un programa de rectificación de la insociabilidad y la estrechez de criterio que no era exclusiva del pobre Rierola, sino de la vida catalana de su tiempo, "salvadas algunas excepciones viriles poco conocidas entonces", según anota el decidido contradictor.

JOAN DE DEU POLITEU
Como estudiante que era, Eugenio d'Ors destinó sus glosas iniciales, firmadas como Joan de Deu Politeu -apellido que recuerda al voluntario vigía homérico-, a Universidad Catalana, publicación estudiantil. Esta etapa duró menos de dos años y sirvió para preparar el destino de la sección diaria que a partir del 1º de enero de 1906, y por espacio de catorce años, aparecería en La Veu de Catalunya, de Barcelona, para pasar luego a Las Noticias, que dirigía a la sazón el salmantino Juan Barco; se continuaría después la labor, en castellano, en ABC, en El Debate, en Arriba.

—He tenido libertad de hablar de todo -comenta d'Ors- sin ninguna obligación de hablar de nada. Lo cual significa que he podido hacer lo que pocas veces pueden hacer los escritores.

Una lectura, un paisaje, una sensación viajera o amical, el encuentro con un hombre o con una cosa, la síntesis de un estado de ánimo o a veces el deseo de una emoción difícil, fueron sustancia para las glosas, que ni se ajustaron nunca a tema ni a extensión: unas son tan largas como un largo artículo, aunque sin posible confusión con la técnica del artículo de los demás; otras son tan breves que no sobrepasan la media docena de líneas. Algunos motivos, por su amplitud, exigen la serie; y también la serie es buscada deliberadamente, desde hace mucho tiempo, en las temporadas veraniegas. El verano, sea donde sea el lugar elegido para su disfrute, parece imponer en la tarea de Eugenio d'Ors el sentido unitario; así salieron, en glosas-capítulos, que tomarían sin tardanza la forma definitiva del volumen impreso, algunos de los libros fundamentales del gran escritor: entre ellos, dos de los preferidos, que son La Bien Plantada y Tres horas en el Museo del Prado, y algunos otros, como Oceanografía del tedio, y Aldeamediana, y Gualba, la de mil veus, y Tina i la guerra gran, que no saldrá en castellano hasta formar parte del extenso tomo en preparación Las Oceánidas, cuyo nombre alude a la misión de compañía del eterno femenino en la soledad aherrojada de Prometeo.


LA BEN PLANTADA

La Ben Plantada
nació allá por el 1911 en Argentona, cerca de Mataró y uno de los lugares veraniegos más frecuentados de la provincia de Barcelona. No es accesorio que en la cumbre de uno de los montes que rodean el valle en que está Argentona se alcen las ruinas del castillo de Burriac, que significó mucho en la historia de Cataluña durante varios siglos, a partir del XIII; no iba a ser la tarea estival de d'Ors aquel año reverencia histórica, pero sí exaltación de lo íntimo y permanente de su pueblo, en concepción tan sólida y ejemplar como las piedras venerables que veía en sus paseos. Teresa, la Bien Plantada, es una objetivación intemporal del alma catalana; lo mismo la mujer protagonista que el paisaje de fondo -y de amistad- a sus acciones fueron fruto de una mezcla deliberada de elementos distintos, igual que sintetizaría, veinte años después, en el pueblo y las gentes de Aldeamediana, muchos pueblos y muchas gentes del mapa francés.

—Es sorprendente -observa d'Ors- hasta qué punto inquietó a incontables personas el pretendido misterio de la identidad de mi Teresa, con trazos terribles como el de la pobre Lidia, la pescadora de Cadaqués, llegada a la demencia por creerse ella misma verdadera y única Bien Plantada.

Discusiones en torno al enigma, y campañas de curiosidad, y ardoroso juego de hipótesis, y anónimos insultantes en defensa de la desvelada intimidad de cada presunto modelo. Y, sin embargo, Teresa fue surgiendo, hasta su entera definición, del nacimiento a la muerte, día tras día en las jornadas veraniegas de Eugenio d'Ors en 1911, sin que ninguna mujer posara para el retrato, sin que el perfil de cada jornada fuera la víspera previsto. "Adorar la viviente imagen de una mujer arquetípica es cosa de un verano único", escribía el autor en las líneas finales de su obra. Y Rafael Marquina, traductor al castellano de La Bien Plantada, señalaba certeramente que "en Teresa ha querido moldear Xenius una figura simbólica y real a la vez", con perfecto consorcio de romanticismo y de clasicismo, con una fórmula de tradicionalismo llena de trascendencia social y nacional.

TRES ARTÍCULOS DE UNAMUNO
A fines de 1911 salió La Ben Plantada por vez primera en forma de libro, patrocinada su edición por un grupo de personalidades de la intelectualidad catalana; el tomo llegó en muy poco tiempo a ser inhallable y las ediciones se sucedieron con frecuencia nada usual en publicaciones de su lengua vernácula. En la primavera de 1912, con tres amplios artículos de "Los Lunes de El Imparcial", don Miguel de Unamuno descubría a toda España la grandeza y la ejemplaridad categóricas de La Bien Plantada.

Hubo un incidente pintoresco cuando José Segalá -el traductor de Homero- presentó la primera edición del libro para el premio "Fastenrath" de literatura catalana que había de concederse en los Juegos Florales de Barcelona; por su parte, Mateu presentaba la novela de Narciso Oller Pilar Prim. Iba a ser mantenedor de los Juegos el hispanista alemán Eberhard Vogel, el mismo que en su artículo de la Allgemeine Rundschau, había llamado a d'Ors "el Sócrates de la moderna España". Y considerando que el premio habría de recaer sin duda en La Ben Plantada, Vogel preparó su discurso en elogio a esta obra, pero en la votación resultó triunfante la novela de Oller y el mantenedor hubo de rehacer en una noche el texto de su oración, para comentar con mucho menos entusiasmo la narración victoriosa; en seguida accedió de muy buen grado a que los amigos del escritor vencido en la contienda publicasen las cuartillas de los dos discursos, el que de veras le hubiera gustado pronunciar y el que hubo de hacer por obligación de su cargo.

UN AÑO PARA EL VALLE DE JOSAFAT
Si la vida de Teresa la Bien Plantada fue fruto de dos meses, los últimos de un verano, en cambio, a El Valle de Josafat le fue dedicado un año entero, el de 1918; tres después quedarían reunidas estas glosas en un tomo de la editorial Atenea; en 1944 cuidaría el autor una nueva edición, con salida de algunos nombres y entrada de otros, para la Colección Austral. El Valle de Josafat es un vasto repertorio de figuras eminentes de todos los tiempos y muchos países como confrontación con el personal sentir d'orsiano.

—La intención -consigna el autor- era delimitar el propio contorno en todos sus puntos de tangencia con la realidad circundante; la realidad de la cultura, sobre todo; la que sus figuras señeras simbolizan.

"No es demasiado corriente que liguen bien autoridad y revisión", señala en la glosa que perfila el apunte de Víctor Hugo. Pero las cotidianas revisiones que llenan el libro traen toda la autoridad apetecible. No hay biografia íntima de El Valle de Josafat, porque una vez concebido el propósito, fue fácil y agradable desarrollarlo, eligiendo cada día una figura singular y mirándola, no objetivamente, sino con la buena lupa de la subjetividad que precisara mejor analogías y diferencias, simpatías y antipatías. Tal vez ninguna de las obras de Eugenio d'Ors sea tan valiosa y eficaz como ésta para conocer del todo a Eugenio d'Ors, si sometemos su lectura a una atenta consideración de todo lo que es afín y, más todavía, de todo lo excluyente.

En cambio, sí que tiene biografía Tres horas en el Museo del Prado, el libro más popular de su autor, el que anda ya al menos por la undécima edición española, sin contar las traducciones a otras lenguas. Salió en 1923, de las prensas del editor Caro Raggio -cuñado de Pío Baroja-, que venía publicando los volúmenes del Nuevo Glosario, detenido al llegar al séptimo (Los diálogos de la pasión meditabunda), que recoge el primer trimestre de 1922; habría una continuación, a partir de El molino de viento (verano de 1923), en la Editorial Sempere, de Valencia; otros editores proseguirían después la reunión del Glosario, hasta llegar a los gruesos tomos en papel biblia.

GLOSAS VERANIEGAS

También Tres horas en el Museo del Prado, como La Bien Plantada, tuvo forma original y unitaria de glosas veraniegas. Pero su origen era muy anterior: remontábase a los tiempos estudiantiles de Eugenio d'Ors, cuando en Madrid preparaba su doctorado en Filosofía y Letras, a principios de 1905. Un grupo de sus camaradas universitarios, en parte por el placer de la extensión literaria y también en parte como tentativa profesoral, había organizado una serie de conferencias culturales para auditorios de muy variadas profesiones, formados en su mayoría por obreros y aprendices. Un día le correspondió a d'Ors disertar ante un grupo de jóvenes pertenecientes al gremio de la pastelería; y como ya por entonces empezaba a compartir los afanes filosóficos y las tentaciones artísticas, le fue asignado tratar de algún tema estético.

—Me pareció -explica- que lo mejor sería llevarles al Museo del Prado y señalarles los lienzos más característicos con unas sucintas explicaciones. El experimento fue muy agradable y tanto ellos como yo salimos contentísimos; a mí, especialmente, me satisfizo de veras observar en mis pasteleros acompañantes una marcada y fina aptitud para ver, cosa menos frecuente de lo que se cree.

Más de tres lustros después, puesto a elegir tema unitario para una temporada veraniega de glosas, Eugenio d'Ors acordóse de aquella visita al Museo del Prado y decidió utilizarla como índice para una exploración literaria, y crítica, aunque no le gusta demasiado al maestro que se le califique de crítico de arte. Al fin y al cabo, enfrentarse con el impresionante panorama de nuestra maravillosa pinacoteca era, para tan selecto gustador de pintura, un placer a poquísimos comparable. Hubo quienes recortaron las glosas de aquella serie para servirse de ellas como guía y orientación de apreciaciones estéticas; cuando el libro salió, convirtióse en el mejor compañero del visitante y en el recordatorio valiosísimo para todo aficionado. Veinte años después, y con el título de Tres horas -esta vez para mí- en el Museo del Prado, escribió el maestro un nuevo ensayo admirable, aparecido en la revista Escorial, y que, como Otra visita al Museo del Prado, se incluye en el tomo El arte de Goya, quinto de la serie "Index sum", de textos d'orsianos sobre Arte e Historia de la Cultura. Y en el otoño de 1941 había dado sus Tres lecciones en el Museo del Prado, de introducción a la crítica de arte, tan sabrosas como útiles.

PRIMERO, LA FICCIÓN

En este itinerario de las obras preferidas encontramos primero la ficción, después la confrontación consigo mismo, luego la quintaesencia del regusto estético. Y, por último, la vuelta a los orígenes con El secreto de la filosofía (1947), obra culminante a la que deberán seguir, en el mismo orden concebidas y compuestas, El secreto de la cultura y El secreto de los ángeles.

¿Retorno? Mejor se diría permanencia. La preocupación filosófica es la más antigua en las inquietudes de Eugenio d'Ors. Su tesis doctoral, que todavía no se ha impreso, versa sobre un tema tan difícil cual es Las aporías de Zenón de Elea y la noción moderna de espacio-tiempo. Y en este trabajo, que data de 1905, hay ya una novedad importante: la que apunta la idea de la posibilidad de que el mundo se componga de un número finito de elementos. En el admirable librito Gnómica hay anotadas muchas cosas de esas que, como la anticipación en la tesis doctoral, califica el autor de temerarias; de algunas ha encontrado ya la razón ni siquiera entrevista cuando se lanzó a señalarlas; de las demás espera descubrirlas también.

—Cuando empezaba a escribir -recuerda- el alejandrino francés era una forma de la que abominaban todos. Yo sentí el valor poético del alejandrino y le defendí, no porque supiera la razón de esa defensa, sino porque sentía la necesidad invencible de defenderlo. Y veinte años después encontré, al comprobar que el alejandrino francés es una derivación de la métrica del canto llano, las razones de esa defensa precoz. Lo cual prueba que mis razones, no sabidas por mí, las sabía el otro, el que me inspiraba: el Ángel.

EL ÁNGEL

Un ángel, el que talló en nogal el escultor Marés, preside la estancia en que Eugenio d'Ors prefiere recogerse para la elaboración filosófica, centrada en su doctrina de la inteligencia; hay también allí un ángel de Belén napolitano, y los ángeles de Zabaleta en un cuadro de la Asunción. Recuerda el maestro que el insigne jesuíta Padre Fabro, en su Memorial que escribió en latín y él mismo tradujo al español y al francés, decía deber sus grandes éxitos como predicador a que saludar al ángel del lugar era su primer cuidado cuando llegaba a cualquier sitio.

El secreto de la filosofía tuvo muy larga gestación; puede decirse que no se interrumpió nunca desde 1905 hasta 1947, en glosas y apuntes. Algunos de éstos sirvieron para el curso profesado en la Universidad de Córdoba (Argentina), en 1921, del que se publicaron parciales extractos; por extenso salió en 1926 Una primera lección de filosofía. Otra inicial embestida de especiales resonancias fue el estudio Religio est libertas, escrito en francés en 1908 -y por cierto que en el campo de batalla de Waterloo, convertido en apacible merendero-, y no publicado en español hasta 1925. La filosofía de Eugenio d'Ors ha sido agudamente analizada en un entero y admirable volumen, que ese mismo título lleva, de José Luis Aranguren; es una doctrina, la doctrina de la inteligencia, de muy sorprendente novedad, que bastaría para la calificación de su autor en el pensamiento europeo contemporáneo.

Como tarea destinada originalmente a nutrir las páginas de un libro, sin tránsito por las hojas periodísticas, fue El secreto de la filosofía, obra en la que puso el maestro muy particular delectación.

—Un libro, cuando es de veras un libro -dice- es trabajado por mí como la escultura por el escultor. Primero tengo la visión de conjunto, luego viene el análisis de las partes, una por una, tratando siempre de ir lo más adentro posible. Y al final resulta que la construcción es más arquitectónica que escultórica: por eso mis libros se dividen en tres o en cinco partes.

El libro suele estar sometido a constantes correcciones y rectificaciones que dilatan la hora de entregar el original a la imprenta. No así el trabajo de las glosas de cada día, que del pensamiento a la palabra hacen el tránsito sin complicaciones, con una gran facilidad en la forma de ser habitualmente dictadas y no escritas por su autor, que se limitará luego a repasar las cuartillas para cambiar alguna palabra o afinar la armonía de alguna frase.

LAS HORAS DE d'ORS

Desde las ocho de la mañana hasta la hora del almuerzo transcurre normalmente el tiempo que d'Ors dedica a la labor literaria.

—La mañana es mejor para trabajar -explica-, pues por la tarde están las lecciones, la correspondencia, las academias, la vida social... Y también la lectura, a la que dedico cuantas horas puedo, pero temeroso siempre de sus perturbaciones para la labor normal, pues inmediatamente surge en mí la necesidad de apoyar o de contradecir lo leído. Y, sin embargo, tanto me gusta leer que consiento en que me quite de escribir.

Hay preferencias, naturalmente, pero cualquier sitio es bueno para el quehacer. En verano está la ermita de San Cristóbal, de Villanueva y Geltrú; en invierno, la amplia mansión madrileña de la calle del Sacramento, con una estancia para la filosofía, otra para las glosas, otra para los temas de arte. A tan asiduo viajero no puede perturbarle la novedad del cuarto del hotel; las glosas del último trimestre de 1923, por ejemplo, fueron escritas en seis diferentes ciudades: Innsbruck, Milán, Marsella, Barcelona, Madrid y Sevilla. No podía el ambiente, pues, influir en la creación personal. Ni el horario, que en épocas agitadas varía, según las circunstancias que hagan más favorable la noche o la tarde, en vez de la mañana; como las circunstancias también aconsejan dictar unas veces y escribir otras con la propia estilográfica.

Una vez publicado el texto, sufre pocos cambios al pasar a nuevas ediciones. Excepcionalmente hubo de someter a ordenación casi enteramente nueva y a muchas rectificaciones su libro sobre Cézanne, que apareció en 1921, sirviéndose de un original no definitivo y que el autor, a la sazón por tierras americanas, no pudo ni revisar en pruebas. A las Tres horas en el Museo del Prado le suprimió, a partir de la segunda edición, y para hacerlo más duradero, las indicaciones topográficas; después alteraría el orden de algunas obras, para acomodarlo a las nuevas instalaciones de la colección. En cuanto a las ediciones del Glosario, no suele haber correcciones, pero sí supresiones, y no sólo de aquellas series unitarias que pasaron a integrar otros libros, sino de las glosas puramente circunstanciales y que a juicio de su autor pierden todo interés al perder la fecha en que fueron escritas.

(No se habla aquí de Octavio de Roméu, seudónimo usado por d'Ors para firmar dibujos en el periódico catalán Auba, y elevado después a categoría de interlocutor suyo a partir de las Conversaciones con O. de R., que publicó en El Día Gráfico, de Barcelona, y luego en las Raisons de la Peinture, aparecidas en Le Figaro, de París. Octavio de Romeu es una invención autobiográfica; Xenius no es una atribución de genialidad, sino simplemente una derivación familiar y cariñosa del nombre de pila).


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Última actualización: 4 de abril de 2006