Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
CON D. EUGENIO d'ORS A SU REGRESO DE ROMA.
LA LABOR DEL INSTITUTO ESPAÑOL DE LENGUA Y LITERATURA

(J. F. Vila San-Juan, La Vanguardia, 6-VII-1949, p. 7)

El ilustre pensador ha vuelto de Roma. Ayer marchó para Madrid. Tras unos días de estancia en la capital, se reincorporará a la ermita de San Cristobal, en Villanueva, santuario de sus pensamientos, fábrica de sus ideas y remanso de sus ocios.

Debido a la significación del viaje, he querido departir unos momentos con él, que tan por encima se halla ya de la inquietud periodística de la entrevista. Sin un motivo esencial, como lo había esta vez, pedir a don Eugenio d'Ors unas palabras para el diario sería absurdo. Pero esta misión cultural que le ha llevado a Roma, es cosa distinta.

La opinión de un pensador sobre una nación es siempre interesante, y al requerirla, se abre el fuego de las preguntas.

—No sabría —me dice— en qué términos ponderar la impresión de esperanza en un renacimiento de Europa, recibida por mí en este viaje a Italia. Ni siquiera en Suiza, desconocedora de las últimas guerras en carne propia, hallé hace unos meses, cuando las «rencontres internationales», un vivir tan impregnado en las esencias de una continuación, como el que hoy empieza a respirarse en Italia.

—¿Se ha curado Italia de los relentes de nacionalismo, que la quedaron a través de los años y vicisitudes como rémora de su etapa unificadora garibaldina?
—Esa es la impresión general. Como en el hecho psicológico de la comprensión siempre intervienen elementos oscuros de voluntad, yo brindo a cualquier viajero de hoy la experiencia de encontrarme otro país en que las dificultades lingüísticas produzcan menos obstáculos a la comunicación intelectual o práctica. Esto revela una disposición que en los momentos de interior decadencia tiene aspectos disolventes (así la humillación ante el turismo, la obsequiosidad interesada, etc.), pero que en las etapas constructivas sirve como nada a la eficacia del colectivo esfuerzo.
—Esa reconstrucción espiritual y física, ¿puede apreciarse sensiblemente por los no estudiosos?
—Está al alcance de cualquiera. En Milán, por ejemplo, cuando mi última visita en torno del «Duomo», todo eran ruinas; ahora todo es parque ciudadano y arquitectura de la más clásica estirpe. Esto, naturalmente, es sólo un ejemplo entre los cientos de ellos a citar.
—Su misión en Roma, ¿fue acrecentar las relaciones culturales?
—No se trataba de relaciones culturales como se dice corrientemente en una fórmula oficial; detrás de la cual o bien no hay nada o bien hay un mundo riquísimo de ideas y de sentimientos. Se trataba de la relación de una verdadera unidad de espíritu, en el sentido católico o universal de la palabra.
—En dicha comunión espiritual, ¿qué papel juega el Instituto Español de Lengua y Literatura?
—Dicho Instituto creado en Roma recientemente por iniciativa de nuestras autoridades diplomáticas del Ministerio de Asuntos Exteriores con su Junta de Relaciones Culturales, de un grupo de profesores reunidos en la nueva casa al cobijo del Panteón y también de los ya numerosos profesores de español que en Italia están realizando una labor meritísima, tiene un carácter ejemplar. Al frente del mismo está un joven erudito, el profesor Álvarez Miranda, que antes de ir a Roma ya había traducido y editado entre nosotros un texto pulquérrimo del «Fedón», de Platón. Nada mejor que un humanista helenizante para poner en relieve el carácter unitario de lo que pudo considerarse como relación. En el caso de Álvarez Miranda, la ejemplaridad es doble, porque su esposa. helenista también, es alguien para lustre de España, que, tras haber empezado corrigiendo las pruebas del texto griego de Platón, acabó por acompañar a su docto condiscípulo en las otras pruebas que le reservase la vida. Conviene mencionar también al grupo de los corresponsales de periódicos de Barcelona y Madrid, residentes en Roma, que son verdaderos escritores; hombres que pueden cumplir bien su oficio, precisamente porque su preparación va más allá que los menesteres del oficio.
—¿Cuál fue el tema de la conferencia por usted pronunciada en el Instituto?
—«La Filosofía española escrita y no escrita».
—¿Se conoce en Italia la filosofía española?
—La lectura de la producción literaria española alcanza por regla general a poetas, novelistas y dramaturgos. El centenario de Suárez ha pasado sin apenas mención. La vocación no alcanza la literatura de pensamiento. Mi deber era suplir esa falta de información filosófica, por lo que me convertí en historiador cuando siempre he preferido inventar que referir.
—¿En qué diferencia usted la filosofía escrita de la no escrita?
—Debe entenderse en el sentido de ley y costumbre; y aun dentro de la no escrita no me refiero sólo a la no publicada, si<no> que también a la no publicada como [a] tal. La escrita es muy escasa; hay que hablar de otra filosofía; todos los tratados del mundo mencionan a Sócrates que no escribió nada, por tanto no hay razón para que en la Filosofía española no se mencione a Gracián, sutil pedagogo de la discreción, o a Donoso Cortés, fogoso parlamentario de la creencia.
—¿Versó sobre estos extremos su conferencia?
—Compendió la reseña del pensamiento en las siguientes fuentes: entre la Filosofía española no escrita, el lenguaje (citando entre otras las expresiones «tener ángel» y «querer» empleado por «amar»); las obras poéticas (como «La vida es sueño», «Don Juan Tenorio», de Zorrilla, y «Coplas», de Jorge Manrique, amén de los géneros místico y picaresco); los ensayistas, moralistas y periodistas (Vives, Gracián, Clavijo y Fajardo y Larra) y los libros de los hombres de ciencia, teólogos e historiadores (Menéndez Pelayo, Ramón y Cajal, Prisciliano, Molina, Molinos, Fr. Luis de Granada, el padre Avintero, etc.). Y entre la escrita pueden hacerse dos distinciones: la sistemática y la no sistemática; esta última comprende entre otros a Unamuno y Santayana; la primera, la de sistemas, la subdividí en tres escuelas: el lulismo, Suárez y la doctrina de la inteligencia, no prodigándome mucho sobre esta última por tratarse de mí.

Nos hemos extendido demasiado porque hablando con don Eugenio d'Ors el tiempo pasa sin que uno se dé cuenta. Su charla, que tiene la virtud de revestir lo profundo de una amenidad que sólo tienen los hombres que además de haber pensado mucho han vivido mucho también, sustrae al interlocutor de la realidad y de su misión informativa. Antes de despedirnos, felicito al filósofo por su estado de salud.

—Ya salí para este viaje —me contesta— en trabajosa convalecencia y estas tres semanas italianas me han recuperado totalmente.
—Poderosa medicina es el piropo colectivo, el éxito.
—Su único inconveniente es que si uno se envicia hay continuamente que exagerar las dosis.


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Última actualización: 27 de febrero de 2007