Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
"MANO A MANO "
(por Del Arco, La Vanguardia española, 11-III-1953)

Porque le conozco y sé como es, empecé así:
—Don Eugenio, ¿me deja llevar las riendas de este diálogo?
—Esta vez no, por mil razones, a reserva de que otra vez lo hagamos como usted quiera. Había una vez —va dictando—, don Víctor Balaguer, hombre pacífico, aunque romántico, el cual un día, en un birloche, estaba con Santiago Rusiñol, el cual llevaba las riendas; don Víctor, que era un hombre muy bien educado, aunque romántico, tenía un poco de susto por la rapidez con que el coche rodaba y de cuando en cuando, interpelando a Rusiñol, le decía: «Rusiñol, usted tiene prisa, yo no»; en el fondo de mi conciencia yo repito un ruego parecido al de Víctor Balaguer.
—¿Usted no tiene prisa?
— Una vez, otra historia, una revista de Madrid estaba practicando una encuesta sobre cuál era la principal ventaja y el principal inconveniente de la vida moderna; yo le contesté que la principal ventaja era la celeridad y el principal inconveniente la prisa. Ahora, puedo decir esta vez, en el viaje que acabo de cumplir, la prisa ha sido principalmente acuciante; he salido de Madrid el 18 de febrero; para el 20 estaba anunciada la conferencia de «las conferencias católicas» de Bruselas, que tendrían lugar en un teatro; para este mismo día, un almuerzo en la Embajada española reunía a los elementos de la ciudad interesados en el viaje y un sector doble de la sociedad belga y española de allí; después, esta misma tarde tenía lugar una recepción en el Pen Club, en la cual debía, por lo menos, dar las gracias; luego la conferencia grande, luego una recepción en la casa del presidente de la entidad, luego una comida de los escritores católicos de lengua francesa, también con su carga oratoria correspondiente; para el día siguiente se había anunciado una conferencia en Lieja con su ágape forzado; el 23, una conferencia en la casa de madame Lilar, que tenía que amenizar al día siguiente el carillón de Amberes y que no amenizó por culpa de que el alcalde de la ciudad, un socialista, no hizo tocar las campanas precisamente porque lo pedía el señor Lilar, antiguo ministro de Hacienda.
—¿Qué ha explicado usted en Bruselas? — puedo preguntar.
—El título era «El Greco y Pascal».
—¿Y en París no trató sobre periodismo?
—Sí, en la Biblioteca española, que es una fundación muy importante, del «Gay saber»; este «gay saber», generalmente entendido como cosa de trovadores, de poesía, pretende que hay también una manera de conocimiento que admite este nombre. Esta manera de conocimiento ha tenido en la historia tres sucesivas manifestaciones: una, la del Renacimiento, que se llama humanismo; otra, la del siglo XVIII, que se llama enciclopedismo; otra, las más moderna, que ha tenido y debe conservar el nombre de periodismo. Me repugnan y considero hipócritas las expresiones que intentan paliar el efecto vulgar de este título, como el ensayismo, que viene de una moda inglesa y encierra un prejuicio impresionista; el periodismo es una institución que encierra un contenido religioso extremo; el humanismo tuvo por culto la Antigüedad, ponga Antigüedad con mayúscula; el enciclopedismo fue el devoto del progreso, del futuro; el periodismo, por encima de la Antigüedad y del futuro, tiene por actitud religiosa el culto a la actualidad, es decir, a la historia que se está haciendo.
—¿Usted se considera periodista? — puedo preguntar otra vez.
—No, porque no tengo culto a la actualidad, sino a la eternidad.
—¿Cómo ve usted la vida a la altura de su fama y de sus años?
—Le responderé con los versos del poeta griego Jean Moreas: «No digáis: la vida es un gozoso festín —o esto es de un espítiru bobo, o de un alma demasiado baja. —No digáis tampoco es una desdicha sin fin — Es de una cobardía que se cansa pronto. —Reíd cuando la primavera agita los ramajes —llorad cuando el otoño lanza el cierzo en la  ??? —gustad todos los placeres y sufrid todos los males —y decid: es mucho y es la sombra de un sueño».
—¿Volvería a vivir la sombra de su sueño?
—Querría corregirla, pero tal vez hay alguna razón en Freud cuando da la razón por la cual el que se ha dado un golpe en la rodilla vuelve a darse otro golpe en la misma rodilla.

—¡Ojo!, don Eugenio; y a cuidarse…


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Última actualización: 5 de julio de 2007