Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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ENTREVISTA CON EUGENIO d'ORS
(Journal de Gèneve, 18 -XI- 1946; reproducida en Arriba)
(El diario Journal de Gèneve (18-XI-46) ha publicado recientemente el siguiente trabajo relacionado con la estancia de don Eugenio d'Ors en Ginebra)

El gran filósofo y humanista español Eugenio d'Ors acaba de pasar unas horas en Ginebra.

—Estoy verdaderamente encantado de encontrarme aquí de nuevo, después de cuatro años de ausencia. Ginebra me ha parecido siempre algo así como un bastión de defensa contra todos los elementos que tratan de destruir la inteligencia. Me gusta Ginebra por ser un lugar donde se toman en serio las ideas, incluso aunque no siempre se las entienda.

—Desearía, maestro, que le fuera posible sembrar algunas de las suyas antes de su salida para Roma, donde va usted a asistir a un Congreso...

—Un Congreso Internacional de filósofos, que agrupará a los de diversas naciones, figurando entre ellos varios de sus eminentes compatriotas. Este Congreso tratará de tres temas: el materialismo histórico, el existencialismo y los principios de la ciencia y el análisis del lenguaje.

—¿Ha dedicado usted su atención de manera especial al existencialismo?

—El existencialismo interesa grandemente a los pensadores españoles. Especialmente a los religiosos. Y en el Congreso de Roma habrá, desde luego, existencialistas y religiosos. Esto le asombra, ¿verdad?

—Ciertamente.

—Es porque usted piensa en el existencialismo tal como se le considera en Francia, nación donde se acomoda a los libertinos y no a los eclesiásticos.

—¿Cómo definiría usted el existencialismo?

—Le voy a dar una definición un poco caricaturesca. El existencialismo es un método para escribir sin amenidad y sin precisión lo que el poeta escribe con amenidad y sin precisión, y el hombre de ciencia con precisión, pero sin amenidad.

—¿Qué tema tratará usted especialmente en el Congreso de Roma?

—Diré lo que pienso sobre la metafísica del ser y de la del germen. A primera vista esto puede parecer algo complicado; pero creo que con algunas frases podré aclararle, quizás, lo esencial de mi pensamiento. "Ser" es un infinitivo, y como tal infinitivo, no actúa; "comer", en infinitivo, es no tener nada que llevarse a la boca; "amar", en infinitivo, es carecer de objeto para el amor. Creo, por lo tanto, que las especulaciones que tienen por base la noción de ser están condenadas a una fatalidad de inmanencia que les impide concebir una trascendencia a la realidad. No es posible, por ejemplo, sacar alimento alguno de la fórmula química de un manjar. Es como pretender que nazca un ser de la definición que el diccionario pueda dar del amor. Si, por el contrario, tomamos la noción de germen como punto de partida de una especulación metafísica, tendremos, por lo menos, algo que, aun siendo objeto de un conocimiento claro, lleno de posibilidades, se convertirá mañana en un objeto distinto. ¿Un ejemplo? Sabemos que una palabra determinada, en un léxico, representa una definición que corresponde a un pensamiento. El diccionario puede, en todo momento, indicar las diversas acepciones que se refieren a la palabra elegida, acepciones que pueden ser de una riqueza infinita y que aumentan en número cada vez que un poeta toma por su cuenta la palabra en cuestión. El mismo pueblo recrea sin cesar el idioma, modificando el sentido de las palabras. De este modo, a cada palabra corresponde a la vez una significación que tiende a una definición; una cantidad de acepciones forman en su conjunto lo que yo llamo "el sentido". La palabra "carbón" tiene una definición y un sentido. De ahí que las palabras son gérmenes, simientes, de las que dependen todos los órganos de desarrollo.

Creo que una metafísica que tomase como elemento básico, no la noción del ser, sino la del germen, se vería recompensada con una aproximación a lo real, que en vano esperaríamos de las especulaciones sobre las esencias... Este es, muy en resumen, el fondo de la idea que pienso exponer en Roma en los próximos días.

Eugenio d'Ors reflexiona durante algunos minutos.

Desde Schopenhauer -continúa diciendo- todo el mundo hace una separación entre el filósofo y el profesor de Filosofía. De esto se deriva el que los resultados del pensamiento filosófico sean con más frecuencia fruto de la actividad de los filósofos que de la de los profesores de Filosofía, ya que estos últimos están, por principio y razón de oficio, devorados por el "historicismo". Por lo tanto, es sólo a título de libre investigador por lo que voy a Roma, a fin de marcar la existencia de un pensamiento frente a esta sorda y vasta conspiración contra la inteligencia que viene produciéndose desde finales del siglo pasado, y que bajo la etiqueta de un estrecho maquinismo o determinismo, hace que sea tan pobre la vida intelectual.

El filósofo consulta su reloj.

—Es ya hora de separarnos -dice-. El tiempo es algo muy importante. Siempre me acuerdo de lo que el hijo de Darwin decía hablando de su padre: que era el único hombre capaz de distinguir la diferencia que existe entre diez minutos y un cuarto de hora. Hasta la vista, pues.

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Última actualización: 3 de abril de 2006