Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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LA FIGURA DE GIUSEPPE MOTTA, JUZGADA POR EUGENIO d'ORS.
La civilización latina debe al político helvecio fallecido, importantes servicios.
Influjo habilísimo de Motta en la recuperación de nuestro tesoro artístico.
Laval fue atraído por Motta a la causa de Italia.
El catolicismo suizo, sus figuras y su arte

(Falange, 14-II-1940, p. 8)
El insigne secretario perpetuo del Instituto de España y regidor de las Bellas Artes durante la Cruzada y en la primera fase de la posguerra, Eugenio d’Ors, no nos ha recibido en ningún despacho oficial, ni siquiera académico, sino en su cuarto de un hotel madrileño de nombre romano. La “interviú” ha tratado, como anunciamos, acerca del servicio que tan brillantemente, dentro de su delicada esfera de acción, prestó el consejero helvético Motta, recientemente fallecido, a la simpatía para España, que le debe una amistad cordial, eficaz e inolvidable.
En el decurso del diálogo con el señor d’Ors, verán nuestros lectores facetas de interés en relación con la actualidad internacional y los aspectos intelectuales.
Motta, en una conferencia de d’Ors sobre Angelología.
—¿Cuál fue su primer encuentro con el señor Motta?
Mi primer encuentro con el señor Motta tuvo lugar en Berna, gracias a la amistad de unas personalidades diplomáticas, para la sociedad de Madrid inolvidables, el señor y la señora Máximo de Stoutz, ella a la vez, y con gran talento literario, biógrafa y traductora mía.
En ese tiempo proseguía yo en Suiza dos series de conferencias paralelas, dedicada la una a la profesión de la doctrina del barroco, otra a la de la Angelología. A la reunión de Berna, correspondiente a la segunda serie y en que había de estudiarse “El secreto de la biografía”, acudió en primer lugar el consejero Motta. No olvidaré nunca la conversación con él, subsiguiente a la conferencia…
En esta conversación mostró ya el señor Motta un amor a España y un conocimiento de nuestra situación de entonces que me maravillaban, y que eran, desde luego, excepcionales en el ambiente europeo del momento.
Motta, en las sesiones de la Sociedad de Naciones contra Italia.
—¿Qué juicio le merecía la figura política de Motta?
—Un antecedente. Poco después de lo que antes le decía, tuvo lugar la designación de Giuseppe Motta para la presidencia de la Confederación, jerarquía que, según he sabido, cabe dudar si es en Suiza más relevante o no que la de consejero. El relieve especial que ganó el señor Motta se debió especialmente a su vocación para los asuntos de alcance internacional y a su posición en el interior mismo de la Sociedad de Naciones. En puesto de gran autoridad en la misma, le sorprendió la acometida o conjuración que hace seis años, con ocasión de la guerra de Etiopía, produjo el acuerdo imponiendo sanciones a Italia y concluyó con la salida de la Sociedad de este país.
Mi segundo encuentro con Motta se halla en esta posición, particularmente delicada para él. Tessinés de origen, y, por consiguiente, casi italiano por naturaleza; fiel, sobre todo, a la concepción católico-romana sobre la organización de la Humanidad —quiere decirse al imperio, al cual, cualquiera que hayan podido ser en el transcurso de los siglos las momentáneas y relativas discordias entre la causa “güelfa” y la causa “gibelina”, no puede menos de ser el genuino aliado de la Iglesia—. Motta se veía, sin embargo, muy trabado por su situación interior helvética y por la que tenía en el organismo internacional ginebrino. Soliviantado entonces contra Italia, casi por unanimidad, menos un voto, el de Hungría, fue votado el acuerdo de las sanciones. Motta, sin embargo, con una habilidad consumada y un sentido humano lleno de un tacto que no impedía la grandeza, supo, a la vez que votaba él mismo el acuerdo, esterilizarlo de tal suerte, que después, en ningún momento, logró el acuerdo tener eficacia.
La causa de la Civilización latina no deberá nunca olvidar este servicio de Motta. Y logró otra cosa, además, relacionada con el mismo problema: logró ganar secretamente para la causa de Italia al político francés M. Laval. Cuando, en situaciones de confusión como la guerra presente, el corazón angustiado de los pueblos se pregunta cuál puede ser la salida, hay un dato que conviene tener presente para la esperanza. Y es que en Francia hay, por lo menos, un hombre, y un hombre que es una gran fuerza: el ex presidente Laval, dispuesto a obrar de perfecto acuerdo con Italia para las soluciones que obtengan y aseguren ulteriormente la paz.
El influjo del político helvético en la recuperación de nuestro Tesoro Artístico.
—¿Qué influjo tuvo el estadista suizo en la recuperación del Tesoro Artístico español?
—Lo que voy a decirles ocurrió hace exactamente un año, al día siguiente de la toma de Barcelona por nuestras tropas. Los cuadros del Museo del Prado y mil tesoros más, procedentes de las iglesias y las colecciones particulares, salieron entonces, como todos recuerdan, de España, en una escandalosa sustracción internacional, bautizada de salvación. Llegaron a Ginebra, y la principal dificultad que allí se oponía a su recuperación era la situación de todo ello en el recinto de la Sociedad de Naciones; es decir, fuera de la legalidad de cualquier Estado que hubiese reconocido ya al Gobierno de Burgos, o fuese a reconocerle.
La representación del Gobierno español se vio entonces obligada a tomar como plataforma la invocación, no de cualquier norma de Derecho internacional público, sino de las de Derecho privado, alegando que las obras pertenecían a las iglesias, a los particulares, a los Patronatos de los Museos, dotados, según ley española, de autonomía y de capacidad para adquirir.
A esto cabía oponer, por parte de los rojos y de los servidores de su causa, el hecho de las medidas socializantes que en España habían convertido la propiedad privada en pública. Un debate jurídico sobre el tema hubiera opuesto aquí, según la jurisprudencia de casos anteriores, la norma inglesa, que no admite expropiación socializante sin indemnización. Sin embargo, a tal debate jurídico no hubo que llegar, porque pronto la victoria de Franco lo decidió y lo hizo fácil todo. Pero se pasaron momentos muy duros, y en esta ocasión la representación de Burgos —que se titulaba solamente representación de los intereses de los Museos, iglesias, etc.— encontró el apoyo del consejero Motta, el cual, una vez más, con un tacto y una generosidad exquisitos, sirvió a su conciencia y a su amor por España, sin perjuicio de los compromisos que implicaba la posición a que debía su autoridad.
No vaya a creerse que cualquiera, en igual posición, hubiera hecho lo mismo. Otra de las más notables figuras del Catolicismo helvético, el profesor Gonzage de Reynold, amigo de la nueva España también y hasta calificado en su país de fascista, autor de libros y discursos de apasionada propaganda sobre el Portugal de hoy, nos falló en una ocasión anterior y parecida, si no tan grave. Cuando meses antes yo había estado allí con ¿?? de ver si podía encontrarse alguna norma jurídica internacional que impidiera la venta de las grandes obras de Arte, realizadas en el extranjero por algún Gobierno al servicio de la barbarie, no me queda más remedio que decir que De Reynold manifestó bastante tibieza y opuso al intento —que era, no lo desconozco, demasiado atrevido— la inercia y la confusión de la burocracia del Quai Wilson, la cual, como todas las que proceden así, había, según nadie ignora, de conducir a la agonía al famoso organismo internacional.
El catolicismo suizo y sus figuras.
—Nos interesaría conocer su concepto sobre el catolicismo helvético y sus principales figuras.
—Ya les he dado mi impresión de unas. Además de ellas, cuenta la causa del catolicismo en el país helvético con la acción admirable de una figura muy señera, la del Arzobispo de Lausanne, monseñor Besson.
Aparte de una intervención extensa e intensa en el terreno social, el Arzobispo de Lausanne ha conducido personalmente una obra muy útil: la de la renovación de las Artes plásticas al servicio del culto católico y de lo que se llame allí su “primavera litúrgica”. En este capítulo, con un brillante equipo de artistas a su servicio, reunidos muchas veces en los titulados “Círculos de San Lucas” de la Suiza romana, ha conseguido un pocos años poblar los campos y las ciudades de nuevas y originalísimas iglesias, cuya simplicidad y modernidad llevan a veces la impresión estética, que reciben el fiel y el contemplador, al terreno de la delicia. Dos o tres revistas de gran valor espiritual y documentario se publican con esta inspiración.
Y entre aquellos artistas, hay que señalar como ejemplar la acción de un pintor insigne, polaco de nacimiento, pero helvético de adopción, Alejandro Cingria, que preside el grupo de Ginebra. Artista múltiple, a la vez que la decoración de iglesias y muchas vidrieras para las mismas, se debe a Cingria la presentación de obras teatrales al aire libre y el decorado y los trajes de una representación en Ginebra de la obra de Calderón, “La Devoción de la Cruz”, con cuyo estreno tuvo la gentileza su traductor, el escritor René Louis Pianchaud, de saludar hace un año mi llegada a la ciudad a los fines de la recuperación de nuestro Tesoro.
Todo este grupo trajo también una colaboración eficaz y una concurrencia nutrida a nuestra Exposición de Arte Sacro de Vitoria, en la cual Suiza hizo un brillante papel, gracias al apoyo que recibimos del ministro de la Confederación en España, Mr. Eugene Broye; al que fue después, y es hoy, nuestro representante en Suiza, don Domingo de las Bárcenas, y al grupo de comisarios constituidos allí por Cingria: el pintor Guberti, el arquitecto Sartoris y la animadora de todos, Mme. M. Dunant, a los cuales el Comisariado general de la Exposición manifestó ya su gratitud en tiempo oportuno.

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Última actualización: 30 de octubre de 2009