Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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Luís Alejandro, Tenerife y sus visitantes
Eugenio d’Ors, filósofo y dialoguista magnífico
(La Prensa -Tenerife-, 16-IX-1934, pp. 1-2)
Explicación
Después de varios meses de inactividad periodística, reanudo mis interviús con esta de hoy, y me satisface plenamente que sea Eugenio d’Ors el puente de enlace entre el cercano ayer y el momento presente.
Porque, aparte su mentalidad y su cultura caudales, inadecuadas aun para iniciar su elogio en una charla, Eugenio d’Ors es el interviubable cien por cien, el hombre siempre dispuesto a concedernos el maravilloso regalo de su diálogo incomparable, con una cordialidad y una bonachonería inusitadas en figuras de su alcurnia intelectual.
Por eso estoy plenamente satisfecho. Porque en esto de las interviús, mi tema periodístico favorito, he tenido que suplir muchas veces con mi afán entusiasta la falta de entusiasmo de los demás. Y en esta ocasión siento como nunca, hallándome, como siempre, pletórico de entusiasmo, y hoy más fervoroso, no poder transcribir fielmente lo que Eugenio d’Ors, filántropo de la palabra, me ha dicho tan sabiamente.
En fin, voy a probar.
Recuerdo y conocimiento
En cualquier ángulo de la conversación surge la línea preñada de sugestiones para iniciar la charla. Basta puntear ágilmente en la línea para que brote el chorro potente de conceptos precisos y preciosos.
Se habla del posible regreso a Tenerife del ilustre filósofo. Tal ha sido su encantamiento de las cosas isleñas. Y el cerebro dicta y la palabra deja oír su vibración.
—Seguramente volveré. Una buena obra musical no me gusta oírla una sola vez. Prefiero recordar a conocer.
Rápido, enhebro:
—¿En todos los órdenes?
—No hay lugar para excepción. Todo tiene su ligazón y su contenido. Ritmo y maneras diversas pueden congraciarse.
Enarbolo un refrán.
—“Más vale malo conocido…” ¿Es posible esto en usted? ¿Prefiere lo ya hecho, lo ya realizado a lo por hacer, a lo nuevo?
—Es que aun lo más nuevo contiene filamentos adheridos a lo anterior. No hay creación actual sin apoyo precedente. Ni podrá existir obra futura que prescinda totalmente de lo pasa­do. Historia y Biología, Psicología y Lógica otorgan normas eternas constantemente renova­das, pero fundidas entre sí. En Arte y en Política, en juego y en afán. Todo tiene concatenación con todo.
Refuto:
—¿Aún lo más dispar?
—Disparidad es demostración de que antes hubo coincidencia. Removiendo hechos y co­sas, anhelos y fervores, se hallará siempre un punto de contacto.
Prefiero no refutar más.
En plena filosofía
Audazmente, voy hacia su terreno:
—¿Puede establecerse parangón entre algún filósofo contemporáneo y los antiguos?
—Bergson es mi maestro y mi enemigo.
Hago como que me sorprendo, pero en realidad lo admito. Maestro y discípulos, cuando éstos posee talento, generalmente se enemistan.
—Precisamente ahora —don Eugenio se reconcentra—, hace unos meses, se recordaba en “Colosseum”, una revista inglesa que se publica en Suiza, una anécdota de mi juventud estu­diantil. Publiqué entonces un artículo —el primero— en que defendía una teoría completa­mente opuesta a la de Bergson. Este me llamó y me dijo: “He leído su trabajo, y tengo que de­cirle que mis ideas las creo verdaderas, pues de otra forma no las sustentaría. Pero reconozco que las de usted son más racionales, y que será el vencedor”.
—¿Ve usted, entre la juventud española, algún pensador o filósofo?
—No hay que confundir al filósofo con el profesor de filosofía. A los probables filósofos españoles los mata, los destruye la Universidad. Pasan la juventud caminando hacia la cáte­dra, que les da para vivir. Y después publican libros de profesor de filosofía, no de filósofos. ¿Cuánto más lógico sería que la publicación de varios libros sobre filosofía, la creación de algunas obras filosóficas les otorgase la cátedra?
—¿Qué piensa usted de Teófilo Ortega?
—No puedo juzgar. Desconozco su labor.
—“La voz del paisaje”, “Nuestra luz en torno”, estudios sobre Santa Teresa…
—No sé, no sé…
—¿Cómo sitúa usted a Keyserling?
Una respuesta densa y poblada de agudos razonamientos, que no es de interviú. Lamentable, pero es así. El lector inteligente se dará cuenta de que estoy esquematizando el diálogo. Desparramar en el periódico las contestaciones de Eugenio d’Ors sería tanto como dar un cursillo de ocho días sobre múltiples aspectos vitales. Y los cursillos tienen también contacto con la crematística, porque los conferenciantes son hombres que han de vivir. Sobre que todos los lectores de La Prensa acaso no tengan madera de estudiantes. Es muy posible que alguno de ellos se crea profesor.
Un cóctel mal intencionado
—Vamos a hacer un pequeño mosaico. ¿Qué piensa usted de tres figuras universales:  Gandhi, Hitler y Mussolini?
—Gandhi me parece el último baluarte de los alejados de la inteligencia. Es la derrota de la falta de interés por lo intelectual.
—¿Hitler?
—Si yo estampase la respuesta espontánea, categórica, que da Eugenio d’Ors, es casi seguro que no pronunciaba más conferencias. Se lo hago notar y rectifica, ratificándose:
—Puede usted cambiarla. Pongamos que es un pagano. De “pago”, campo en latín. Aquí, en Tenerife, también usan esa palabra.
Quedamos, pues, en que Hitler es un pagano.
—¿Y Mussolini?
—Un gran hombre. Gravita todavía sobre su estómago la conquista de Roma. Tiene un sentido magnífico del romanismo, no del italinismo. La atracción del imperio es sintésis de su vida. Está cubierto y empapado de la ¿?? genial de Dante: “No habrá paz en el mundo mien­tras no renazca el imperio romano”.
—¿Y no es peligroso para la paz del mundo ese sentido imperialista de Mussolini?
—¿Y qué importa que sea peligroso? ¿No ha oído usted que hasta que no renazca el imperio romano no habrá paz?
—Entonces, ¿usted ve próxima la guerra?
—Si el imperio romano no resurge, exactamente.
A quemarropa.
—¿Por qué escribe usted en “El Debate”?
—Porque soy romano.
Descifre el lector el romanismo reseñado anteriormente.
Un rato a cosas isleñas
—Usted, tan sagaz, ¿qué característica dominante ha percibido en esta su rápida visita a Tenerife?
—Su sentido de unidad a la patria, de atracción hacia la periferia, acaso por su misma separación. Ser comensal en el gran banquete, mejor que aislado anfitrión.
—¿Y en otro orden de cosas?
—Diga usted que estoy emocionado, sinceramente emocionado, por la atención manifiesta que el público prestó a mis palabras en el teatro Leal. Y hondamente conmovido por la genti­leza de estos amigos que se desviven por mí.
—¿Es cierto que piensa volver a Tenerife?
—Es muy posible. Estos amigos del Ateneo y otros de la Universidad quieren que desarro­lle un cursillo de conferencias. Por mí, encantado.
—¿En qué fecha probable?
—No puedo fijarla. En enero próximo, tal vez.
—He sabido que ha estado usted de compras, como los turistas. Y que le han interesado mucho las cosas típicas. En los Realejos compró usted unos manteles tejidos y bordados a estilo isleño.
—Es cierto, pero no lo diga usted, porque pueden enterarse los carabineros.
—¿Y qué pueden los carabineros contra un filósofo?
***
Queda en el aire la pregunta y queda terminada la interviú, porque un periódico no es un tratado, ni siquiera un manual de filosofía.
El buen lector, como el buen comensal, pide una carta variada, y hay que servírsela. Que cada cocinero prepare su plato favorito. Yo ya he servido el mío. ¿Agradable al paladar? ¡Eso depende de tantas cosas!…
Insisto en que lamento muy de veras la imposibilidad de transcribir exactamente el maravilloso diálogo que me ha ofrendado Eugenio d’Ors.
Pero entonces la interviú se transformaría en un monólogo d’orsiano. Y nunca está de más mezclar con la plata unas monedas de calderilla. Puede presentarse un mendigo simmpático y se aprovecha la ocasión para hacer una limosna.
¿Hay algún lector que quiera quedarse con mi calderilla?
Observación final: ni don Eugenio ni yo hemos nombrado a don José Ortega y Gasset. Es un detalle para redondear la interviú.
Nada más.
Luís Alejandro

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Última actualización: 20 de marzo de 2012