Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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VOCACIONES
Eugenio d'Ors contesta a preguntas nuestras
(El Sol, 16-VII-1933, p. 8)

ENUNCIACIÓN DEL TEMA
Asistimos en España a un enfriamiento de las vocaciones científicas. El entusiasmo puro por saber; el entusiasmo, que es el don irresistible tanto como el don irrenunciable, no es frecuente entre nosotros.
La juventud se retrae del laboratorio, de las salas de investigación, del archivo. Hasta los escritores eluden el culto voraz, que decía Menéndez y Pelayo, de las letras, como eluden el esfuerzo por la perfección del estilo. ¿Es que la política nos absorbe a todos demasiado? ¿Es más bien la dureza de la vida la que mata el fervor? Lo ignoramos; pero lo que inquirimos no es el porqué de esta crisis de vocaciones. Queremos que nos digan qué se puede hacer por contenerla o conjurarla, y nos lo digan aquellos a quienes asisten la autoridad y la fama.
DICE EUGENIO d'ORS
Habría que tener en cuenta, ante todo, el problema teórico de saber en qué consiste eso que se llama la vocación. Le confesaré, acerca de este punto, haber durante mucho tiempo profesado la opinión de que, en el fondo, la "vocación" era una entelequia ilusoria, y que llamábamos tal, no a una determinación impuesta con anterioridad, y desde fuera, a nuestros actos, sino a la determinación creada por los actos mismos, dentro de nosotros mismos. Quizá en esta negativa mía de existencia real en lo que se llama "vocación" influía lo aprendido en ciertos filósofos y pedagogos italianos recientes, como Croce, Gentile, Lombarde-Radice… No sé. Pero lo que sé es que hoy he variado fundamentalmente de punto de vista. En esta cuestión, como en la del feminismo (según le decía, hace pocas semanas, al auditorio del Ateneo de San Sebastián) y en poquísimas más (pues me precio, al contrario de muchos contemporáneos míos, de haber logrado unidad, coherencia y consecuencia casi absolutas en la obra), no pienso hoy como ayer. Veo ahora en la "vocación", no sólo algo sustantivo, sino una verdadera sustancia: el secreto metafísico de la personalidad. Así he de atribuir, por lo menos potencialmente, una "vocación" (un ángel) a cada hombre. Y no puedo creer, en términos literales, en una "crisis de las vocaciones", sino acaso en una crisis de las circunstancias que les permiten desarrollo. Como en el campo, cuando en primavera el granizo o las heladas o la sequía destruyen las cosechas, no hay una crisis en las semillas, sino una crisis en el ambiente.
¿Se tomará a ultranza el que diga que en eso que llamamos impropiamente "la crisis de las vocaciones" la culpa es del socialismo? Advierta que yo mismo atribuyo a la fórmula un significado, de puro sintético, caricatural. Advierta también que la palabra "socialismo" está aquí tomada en sentido tan amplio y difuso, que se incluyen en él manifestaciones sociales y políticas, como la del comunismo, fascismo, etc., y en general cuanto representa ajustamiento coercitivo de las existencias individuales a un tipo o patrón único. Ponga usted, si mejor le place, en vez de "socialismo", "estandardización" general del vivir. Parece indudable que si hoy se vuelven tan raras las manifestaciones de una adecuación personal exclusiva o extremadamente predilecta al oficio de historiador, a la artesanía de zapatero, ello se debe en gran parte a la imposición práctica de la erudición municionada o del calzado de confección. La monotonía en los productos trasciende a la monotonía de las aptitudes. Las vocaciones independientes de guerrero hubieran fatalmente de disminuir cuando en las naciones modernas se formaron los grandes ejércitos regulares; cuando los "guerreros" fueron sustituidos por "soldados". ¿Cómo esperar que muchas vocaciones profesionales resistan a las influencias derivadas de la constitución de estos "servicios obligatorios de trabajo" como los que actualmente se plantean en Alemania? No pocos "ángeles" morirán en flor o quedarán tullidos de por vida ante la dureza de semejante clima social.
También la llamada escuela única influirá en este resultado... Al revés, una intervención colectiva en contrario sentido podría traducirse en una floración (no por artificial menos eficaz) de determinadas vocaciones. Y eso casi improvisadamente, en términos de rapidez asombrosos. Me acuerdo a este propósito de algunos episodios que pudieron observarse directamente cuando el desarrollo en Cataluña de una etapa activa de política cultural. Por ejemplo, en un momento dado, se advirtió allí la miseria extrema del arte de la caricatura. Un solo humorista infeliz, en un periódico humorístico más infeliz aun, ejercía entonces tales funciones. Pero bastó la aparición de otro periódico del género, de grandes vuelos éste, para que apareciera como por ensalmo una brillante pléyade de caricaturistas, admirables muchos de ellos. Y lo mismo filólogos o matemáticos. Es incalculable el número de vocaciones políticas despertadas al calor de los últimos acontecimientos de España. Aun descontando del conjunto los casos de relatividad o los de simulación, siempre quedará en el balance un resultado de ganancia capaz de justificar la verdad de lo que le digo.
Examinando la cuestión de cerca, y dado que ya sabemos cómo las circunstancias exteriores influyen en el estímulo o agostamiento de las actitudes anticipadamente especializadas, hay también que tener en cuenta que las "palpitaciones de los tiempos", las tendencias generales de la época y ciertas predilecciones, no ya personales, sino colectivas, producen la aparición y la desaparición de grandes corrientes vocacionales, que se sustituyen las unas a las otras. El fenómeno de la penuria en historiadores, que no es únicamente español, sino universal, viene hoy compensado, verbigracia, por la resurrección que se advierte en muchas Universidades y centros de estudios de una afición a la geometría como quizá Europa no la había conocido desde el siglo XVII. También se observa un movimiento en favor de la arquitectura, que sustituye y compensa la penuria de auténticas vocaciones musicales, actualmente en decadencia, sobre todo si evocamos el recuerdo de lo que representó la música para el ochocientos. En ciertas generacioneso promociones no "se da" el político; otras, en cambio, se constelan de políticos en el vacío de hombres de ciencia. Hace veinticinco años nuestra juventud se desganó de cualquier forma de intervención en la cosa pública; cuando más tarde algunos de los entonces muchachos han querido improvisarse parlamentarios o gobernantes, el resultado ha sido muy triste. Otros más jóvenes han venido, sin embargo, a ocupar los puestos que la ineptitud de aquéllos dejaba vacantes; entre estos últimos, en desquite, no parece haber quien sea capaz de escribir un artículo con medula ideológica suficiente. También los poetas líricos o los actores aparecen por rachas… En lo que le decía antes, respecto a la posibilidad de fomentar de oficio movimientos vocacionales hay que tener muy en cuenta la locura que representa siempre el resistir al imperativo de las horas y dar coces contra el aguijón. Si los vientos soplan hacia el teatro o hacia el sacerdocio, será inútil y contraproducente empeñarse en sacar filósofos o futbolistas. La pedagogía de misión, la política de cultura tienen también su táctica y su estrategia, que obligan a aprovechar para el fin deseado los "accidentes del terreno".
Una gran novedad, de que por ventura no se ha percatado suficientemente todo el mundo, es entre nosotros la aparición de juventudes dotadas de una extraordinaria vocación por la vida primitiva, por la existencia del hombre salvaje. Un amigo mío quincuagenario, que vive en París, me confiaba estos días su sorpresa ante la conducta de un hijo suyo, quien, tras de haber sido educado en Inglaterra, le gastó al padre al vivir una fortuna en la más desordenada, ociosa e idiota disipación. Un día se le marchó, se casó de mala manera, rompió con la familia, y cuando tras de pasar mucho tiempo y grandes disgustos quiso aquél saber qué diablo hacían hijo y nuera en San Tropez, de donde no se movían, sospechando el peor desenfreno, vino en averiguarle convertido, no diré en un eremita, pero sí en un adamita, sin ver gentes, sin beber, sin comer apenas, sin leer ni escribir desde luego, levantado a la aurora, tomando interminables baños de sol, pescando, asándose el pescado, durmiendo en una tienda de campaña, bailando unas horas cada noche, eso sí, pero en un bar al aire libre y casi siempre con la propia, tocando el acordeón a todo pasto y pasando, en suma, con unos quince francos por día. Sin camisa, naturalmente, como el hombre feliz. Esta dimisión de la civilización no es ciertamente cosa nueva. El pintor Gauguin, y más cerca de nosotros, el pintor Anglada, la han tenido cada cual a su modo. Pero en el caso que digo, la juventud del héroe, su soledad, la ausencia de cualquier promiscuidad moral, estética o religiosa, en el fenómeno, le dan especial sabor. Y gran interés el hecho de conocerse a centenares los casos análogos.
En resumen, las vocaciones existen siempre. Su posibilidad de cuajar está inevitable y generalmente disminuida hoy por la estandardización del vivir. Su dirección está en parte decidida por la dialéctica de la Historia. Su promoción puede siempre intentarse, a condición de tomar a esta última en cuenta.
Nos han enviado respuestas, que iremos publicando, D. Blas Cabrera, D. Gregorio Marañón, D. Adolfo Posada y D. Ángel Ossorio y Gallardo, y nos prometen enviarlas asimismo otros españoles eminentes.

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Última actualización: 2 de marzo de 2010