Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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LA PÁGINA BLANCA DEL PASADO POLÍTICO DE EUGENIO d'ORS
ENTREVISTA CON D. LUCIANO DE TAXONERA

en Luciano de Taxonera, ¿A dónde llevan a España? El pensamiento político español en el momento actual,
Librería de San Martín, Madrid, 1933, pp. 155-163.

La luz gris, en la tarde lluviosa, parece caer con melancolía sobre los libros que llenan el despacho de Eugenio d’Ors, que llevan en sí una voz que dice retraimiento, estudio, meditación; luz melancólica, que ilumina difusamente un interior bien ordenado, en el que todo indica poseer un encanto definido, purificador. Al entrar en la estancia, amable, acogedora, vienen a mi los recuerdos en nube, y tiene una resonancia sentimental el nombre de d’Ors, unido al de una Cataluña de la que ya no queda sino lejana fosforescencia. Entonces se vivía la renovada ilusión de hacer un bloque inteligente, el generoso ensueño de construir una historia espiritual. En la Escuela, en el Instituto, en la Universidad, allí donde la cultura podía llevar un juicio profundo o una revelación directa, se cumplía el deber que imponía la causa común. ¡Pero sólo la causa común! Hoy no existe unidad; todo está desecho; los sentimientos sinceros se sienten vejados; las líneas de la moral y de la razón se quiebran. De aquella Cataluña, es cierto, ya no queda sino lejana fosforescencia. Sólo el nombre de d’Ors tiene con ella una resonancia sentimental, que se hace aún más melancólica envuelta en la luz gris de la tarde lluviosa.

—… Pertenece a la anécdota biográfica el que me coloque personalmente, de manera que viva varias situaciones geográficas y varias intervenciones cronológicas. Yo creo que la profesión de filósofo deben tener algo de viajero, debe existir a hurto de tiempo y espacio. Nada de quietismo, nada de anclarse. Este afán de pisar otras tierras y de llevar la mirada a otros horizontes tiene en mí antecedentes de valor inalterable: Raimundo Lulio fue un filósofo errabundo; vagabundeó por diferentes Cortes europeas; sometió planes al Papa; explicó en la Sorbona… En mis desplazamientos, sin embargo, guardo cierta continencia en la aventura. En un libro publicado en francés, y aún sin edición española, llevo a su final, en aquella parte que se titula «Diálogo del paseo de la escollera», una frase: «Hay que volar a todos los vientos de todos los mares; pero procrear en un nido».

—Es cierto, maestro d’Ors. Hace tiempo que en España no aparecen libros de usted. Su relación con nuestro público queda reducida a su labor de periódico.

—En España han fracasado los órganos editoriales. Efectivamente, en los últimos tiempos sólo he publicado libros en el Extranjero. Son ya seis los aparecidos en francés, sin que exista edición española, y de algunos de ellos, de la Vida de Goya, se ha perdido el original. Yo llamo a este libro «la fundición de un busto a cera perdida».

—Algunas revistas francesas anuncian un nuevo libro de usted. Creo recordar que se titula «El católico errante».

—Sí, está en prensa. Lleva ese título significativo. Hará contraste con «El judío errante». El católico tiene una Roma, y todos los caminos llevan a Roma, en tanto que el judío vagabundea sin norte ideal, porque su única esperanza es mesiánica y está situada en el futuro.

—A su nombre, a su actividad, a su noble esfuerzo, debe la cultura española ser conocida en el Extranjero.

—Hoy precisamente he aceptado las invitaciones que se me han hecho para explicar cursos en Ginebra y Zurich. También iré a Bruselas. El P. N. C. Belga solicita incluir mi nombre en un plan de conferencias. Por fortuna, la actividad provincial española vela por la cultura. A Valencia fui el año pasado, e iré otra vez, próximamente, a la cátedra Luís Vives. Es cierto: poseo una ubicuidad geográfica. Soy tal vez el único español que paga impuestos en Inglaterra por lo que le rinden sus trabajos.

—¿Un impuesto sobre la labor de los escritores?

—Sí. Un quince por ciento de la monta total de los beneficios, que pagan los escritores extranjeros y los ingleses que lleven más de nueve meses ausentes de Inglaterra. Verá usted: yo tenía que cobrar del editor inglés varios plazos por una venta de derechos. Al cobrar el primero, se redujo la suma a percibir en ese quince por ciento. Llegó el tiempo del segundo vencimiento, y nada se me descontó. Pregunté a qué obedecía, y me dijeron que como los conservadores iban a subir al Poder, esa ley sería abolida. Pero no sucedió así. Fueron los socialistas los que formaron Gobierno, y al cobrar el tercer plazo se me redujo lo que dejé de pagar al cobrar el segundo y lo que correspondía al tercero. Es decir, los socialistas tienen más el conservadurismo en la sangre que los conservadores.

—Es curioso… Su continuo viajar, asomarse a otras tierras y contemplar otros cielos, ¿ha oblicuado su mirada de Cataluña?

—Yo soy como un hombre de varias generaciones a la vez. A propósito, decía de mí Pujols que me desengañase, que en Cataluña ya nada tenía que hacer, que era como un clásico inmemorial. El autor de La bien plantada, el «Xenius» del «Glosario», el fundador del «Instituto», en fin, pertenecía a una generación muy vieja. Pero en Madrid no es así: soy un hombre que está en la brecha. En París me considero un principiante, un principiante que publica sus primeros libros, que le llegan los primeros elogios. Vivo a la vez muchos lugares, me muevo en diferentes medios literarios. Esto le va bien a mi profesión filosófica, que hace ver las cosas en lo eterno, no en lo temporal, y lejos de la localización de los problemas. Acaso sólo en esto he modificado mis puntos de vista. Como a Unamuno, se me ha achacado inconsecuencia. Unamuno hace de ello orgullo por tesis cultural. Mi espíritu clásico, no romántico, se encuentra logrado en lo antiguo. He dado a mi vida un máximo tono de unidad. Todo lo de un cuarto de siglo de «Glosario», en donde he recogido la agitación diaria, lo volvería a reproducir y a firmar. Mis opiniones de hoy se armonizan y son, fundamentalmente, las mismas. Desdeñaría, claro es, ciertos juicios benévolos sobre escritores jóvenes que luego no los han justificado, perdiéndose en la oscuridad.

—Estos son sus ideales literarios; pero, ¿los políticos?

—Viví en la milicia activa literaria; viví también en una total abstención de enrolarme a lo que fuera acción de partido político. No he querido banderías. Nunca he sido elegido ni elector. Tengo una página blanca de pasado político y una página llena de pasado ideológico. En distintas ocasiones, al impulso de las circunstancias, una necesidad ética de reacción me llevó a insistir más en lo que iba contra la corriente. ¡Tristes días de guerra europea, de partidismos! Deber de magistratura espiritual, de mutualidad ciudadana, era trabajar por una unidad europea, una especie de Estados Unidos de Europa, debiendo ser la cultura la fuerza unitaria… Hoy, por este levantamiento impío antirreligioso, que mata todos los gérmenes de cultura, vuelve a tener mi labor un sentido de insistencia. Lo que está pasando en España no es sólo una crisis religiosa, sino crisis de las más hondas esencias espirituales.

—Deseo saber, maestro d’Ors, qué inclina aún su ánimo hacia Cataluña, donde usted lo fue todo en la admiración de los grupos selectos e intelectuales, que hoy han olvidado su selección y su intelectualismo.

—En cuanto respecta a Cataluña he sentido un gran dolor. Lo confieso. Porque he sentido lo que fue ideal común abandonado por los compañeros, por los colaboradores. Un grupo elegido de hombres salió a la vida pública con una vocación de europeísmo y de modernidad; de otra parte de antidemocracia, de selección, de critica, con desdén de parlamento, de órganos vulgares, de la ramplonería ochocentista. Esto produjo una lucha constante por imponer una cultura ideal, y esto motivó una espera larga. Muchos se cansaron. El caso es que he visto a los más amigos abandonar estos ideales e inscribirse gregariamente en las listas de todo aquello contra lo cual habíamos reaccionado. No les ha servido de gran cosa. Algunos, sí, han conseguido ventajas personales. Hoy son muchos ya los que se manifiestan descontentos y desengañados. Pero han hecho un daño a la labor común que me parece irremediable. Otros, al llegar al poder, han traicionado ese ideal de reforma moral, y todo se ha reducido a una inscripción de nuevas fuerzas avanzadas en los viejos cuadros democráticos. Hay que decir, por honor de ellos, que lo más selecto del grupo inicial vuelve al monarquismo, al catolicismo, porque en eso ven una nueva reforma moral que aún no ha sido alcanzada.

—¿En verdad existe en Cataluña un grupo de hombres inteligentes, monárquico, católico?

—Si no existe, que creo que sí, espero que se formará. ¿Razones? Muchas. El catalanismo de hoy ha sido infiel al universalismo y a otras tradiciones aún más estrechas, como la del ideal helvético que predicaba Pedro Aldavert. Este catalanismo practica la corrupción política, con sus negocios a la americana, con todo un desbarajuste económico, que se ha de clavar en el alma a los mejores ciudadanos catalanes…

Sólo han transcurrido unos días desde la tarde que conversamos, recluídos en su despacho, envueltos en la luz gris de la tarde lluviosa, Eugenio d’Ors y yo. ¡Y cuántas cosas han pasado allá, en la Cataluña de sus amores y de mis recuerdos! A una crisis sin explicación ha sucedido otra menos explicable aún. El Parlamento no funciona; el Ayuntamiento tiene quebrado su ritmo; las funciones de que se ha hecho cargo el novísimo Gobierno regional se debilitan y se emperezan. Y mientras tanto, el comercio de Barcelona está en colapso y la industria catalana, empujada por rencores y odios va cuesta abajo, hacia el derrumbamiento.

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Última actualización: 2 de septiembre de 2009