Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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EUGENIO D’ORS Y EL JARDÍN BOTÁNICO. UN ALMA DESTERRADA DEL SIGLO XVI
(por Adolfo Lanús, Caras y Caretas, Buenos Aires, 13 de agosto de 1921)
Tenía la impresión de Eugenio d’Ors a través del hondo y vigoroso pensamiento que él sintetiza en bella forma literaria. Suponía que quien así hablaba debía, necesariamente, ser hombre de gallarda apostura, de varonil y expresivo rostro. Inquieta la inteligencia, habría llegado con la meditación a domeñar sus impulsos, a encauzarlos sabiamente; y pensaba que de tal manera se reflejaría ahora en los ojos tranquilos, de mirada profunda y heraldos de amistad segura y leal.

No ajeno a la influencia del genial Rodó cuando hace el elogio de Leonardo de Vinci, imaginaba que “Xenius”, a semejanza de éste, debía reunir algo de la plástica de Absalón “con un alma generosa como la de un primitivo, refinada como la de un cortesano”… Y llegaba caprichosamente, sirviéndome de lecturas interpretadas u olvidadas según convenía, a establecer cierta analogía de presencia física entre el erudito educador y el personaje que sugiere el título —aisladamente mencionado— de una novela suya: “La bien plantada”.

Estaba seguro que así era él: bien plantado… Y así es Eugenio d’Ors.

Cuando le conocí, en compañía de otros periodistas, en un momento en que desfallecía el interrogatorio, fatigado él por la travesía, en cierto modo cohibidos nosotros, busqué furtivamente en sus ojos y encontré en ellos con íntimo regocijo la luz de amistad leal y segura que yo presentía.

Amistad leal —me dije— porque enseña; segura, porque la da el maestro que extrae su ciencia de la vida.
* * *
Eugenio d’Ors habla bajo y pausadamente. La exposición de ideas y de las impresiones recibidas en sus primeros días de estada en Buenos Aires, que ya le han servido para originales e ingeniosas observaciones —nuevas glosas de mañana— se desarrolla en suave tono de voz. Calidad de sosiego y quietud es ésta que contrasta extrañamente con la agilidad del pensamiento y que ante su rostro tostado, donde las cejas crecieron largas y permanecen rebeldes, hirsutas, sorprende y subyuga. Pero no obstante el cansancio del viaje, el filósofo se vuelve hacia mí, visiblemente interesado, cuando le menciono con orgullo el Jardín Botánico de Buenos Aires.

— No se imagina usted —me dice— cuánto me agradaría visitarlo. Podríamos dedicar a Caras y Caretas una hora de conversación en el Jardín Botánico…

Porque “Xenius”, lector, al aconsejar “a un amigo que va a París” que visite allí el Jardín de Plantas, prescindiendo de la ponderación que otros pueden haberle hecho del Parc Monceau o del Louvre, le dice:

“Pero del Jardín de Plantas de París, como yo no te hable, nadie de los nuestros te hablará. Porque es indispensable, tal vez, para buscar y encontrar todo el encanto del Jardín de Plantas —por encima de las dificultades del barrio excéntrico, de las limitaciones de la entrada, del valor científico olvidado, de la parásita clientela plebeya— ser, literalmente, un alma desterrada del setecientos.

O, si no un alma desterrada del setecientos, una sensibilidad ágil, capaz de improvisarse en ciertas riquezas, que son ciertas nostalgias.

¡Fina nostalgia de los jardines botánicos! Parece fabricada con el oprimido respirar de todas las plantas de cultivo forzado y aclimatación”…

Y por que “Xenius”, en otras glosas, deja constancia a Amós Salvador, a quien debe históricamente esa afición a los jardines botánicos que le ha hecho saborear en Madrid “horas muy delicadas y otras, distintas de matiz, pero concordes en la emoción profunda, en los jardines de París, Ginebra, Amberes y Lisboa”.
Correspondía, pues, que visitase el de Buenos Aires.
* * *
Una mañana húmeda y desapacible visitamos el jardín de plantas. En el trayecto de su alojamiento hasta el Botánico, la rápida sucesión de edificios, plazas y aun barrios distintos, constituye un aspecto urbano que reclama constantemente la atención del docto huésped.

— ¡Tienen ustedes una hermosa ciudad! — exclama.

Y ante mi asentimiento silencioso, agrega:

— No sé… Buenos Aires tiene una gracia especial, casi diría “felina”, que no puede ser sino de Buenos Aires. Esos altos y bajos en la edificación…

Mientras habla, acciona como queriendo dar idea de algo ondulante, fugitivo, que se esfuma airosamente…

— No es —continúa— como esas ciudades de Europa central que parecen una obra de arte presentada en una bandeja. No. Buenos Aires es muy distinta… Hay un poema de Verhaeren —añade en seguida— escrito después de la guerra, en que en un desfile de visiones ante las grandes ciudades, dice el poeta, con un concepto de universalidad: les Hamburgos, les Buenos Ayres…

Por los senderos mojados del jardín “Xenius” pasea sin rumbo. Va de un punto a otro; todo le interesa; todo “está bien”… menos una estatua de la fuente de las “victorias-regias” que ya sabíamos nosotros que era mala…

Y cuando ha recorrido el parque en diversas direcciones, con voz pausada, quedamente, ante el requerimiento mío, expone pensamientos que, con más cuidada y elegante forma, valdrían lo que nuevas glosas. Y dice:

— “Un jardín botánico suscita siempre impresiones sentimentales y sensuales muy gratas. Pero sus sugestiones ideológicas no lo son menos. Estrechamente ligados estos jardines al espíritu de curiosidad, que fue el nervio del vivir científico en la Europa del Renacimiento, está encerrado en sus fastos y detalles mucho de la historia del culto a la naturaleza, de la posición ideológica del naturalismo. Para mí siempre habrá una gran riqueza de contenido en el recordar que uno de los directores del “Jardín du Roy”, uno de los sucesores de Buffón fue, y con muy justo título, un hombre de letras, Bernardino de Saint-Pierre, el autor de “Pablo y Virginia”.

La mitad del sentido de la pre-revolución, de la agitación sentimental del XVIII está encerrada en hechos como éste. Al pie de los ejemplares exóticos del jardín, repitió Bernardino de Saint-Pierre el ensueño de aquella naturaleza muelle y tropical con que había de ganar a la ternura y al romanticismo los corazones cansados por el Enciclopedismo y por el abuso de la inteligencia…

Y Eugenio d’Ors evoca después, con entusiasmo de hijo cariñoso y reconocido, el jardín de Barcelona, de “su ciudad de Barcelona”. En la sombra de sus árboles añejos meditó él muchas lecciones, sintiendo que cada árbol era una lección viva de historia natural.

— “Yo debo —me dice entonces, nostalgioso— una parte de mis honduras espirituales al Parque de mi ciudad de Barcelona, que para mí, niño ciudadano, sustituyó por mucho tiempo cualquier contacto campesino. La tentación del mundo grande y de la aventura geográfica diéronmela allí las jaulas de animales exóticos, los invernaderos de plantas tropicales y grasas… Tal vez, en lo íntimo e indemostrable, si hoy me encuentro aquí, en lo que fue para mí lejana América, se debe al fermento dejado en mi interior por las tardes del Parque de Barcelona… Afortunadamente para mi salud mental, en el mismo Parque de mi ciudad había por entonces un Museo de reproducciones de las estatuas antiguas. Cuando las turbias tentaciones del exotismo tiraban demasiado de mi corazón, podía volver a rezar mis oraciones al culto de la Razón central y eterna en aquel Museo que tenía algo de templo.

En las devociones de la Razón, del arte equilibrado y clásico me inscribí, en ellas comulgo cada día…

Pero —concluye— conviene ser un poco hereje consigo mismo, y yo he dejado y aun he cultivado en mí un poco del veneno por el culto al exotismo”…

“Xenius” es un hombre de actividad admirable y estimulante. Múltiples cuestiones suscitan su preocupación de todas las horas: desde la honesta, saludable restauración de los oficios manuales de arte, hasta las invitaciones más simples y corrientes. Por eso, bien a pesar mío, me despido. Y me alejo pensando que cuando se vaya, siquiera sea momentáneamente, a Córdoba para dictar sus cátedras sobre la nueva doctrina filosófica, en que hablará de belleza y verdad, podremos, con limitación del recuerdo a su trato amistoso, decir de él lo que él dijo de Teixeira de Pascoaes:
“Nos dejaba una flor y era la simpatía”.

 

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Última actualización: 5 de junio de 2006