Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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NUESTRAS ENCUESTAS. ¿QUÉ HACEN LAS IZQUIERDAS?... HABLA EUGENIO D'ORS
(La Libertad, Madrid, 17-VI-1920, pp. 1-2)
En esta encuesta de LA LIBERTAD no nos hemos reducido a traer a nuestras columnas el eco de lo que podría alguien llamar "la opinión madrileña" exclusivamente. Han hablado, y seguirán hablando, también las provincias, por el órgano autorizado de hombres esclarecidos en la política y en la labor social y cultural de las izquierdas.
Mirando a Cataluña, no había de faltar la voz de Eugenio d'Ors, de tan alta y singular personalidad en el movimiento ideológico catalán. Filósofo, escritor, orador, pedagogo eminente, en derredor de su nombre, desde que fue inicuamente atropellado por los mangoneadores de la "Lliga", hase producido una intensa corriente de las juventudes y de los intelectuales de Cataluña.
Hemos hablado con Xenius, a la vuelta de su viaje de conferencias -algo así como una predicación exquisita de apóstol académico-, y d'Ors nos ha dicho:

—Para resolver éticamente la cuestión que LA LIBERTAD me plantea, y para sacar de la solución teórica de la misma orientación práctica y firme, es necesario realizar un previo esfuerzo por la claridad. Conviene ver las cosas como son, en su desnudez concreta, y a la vez en su complejidad inevitable. Hoy, el término "izquierdas" es equívoco. Bajo la misma designación pueden incluirse dos ideales, dos grupos de fuerzas. Izquierda son las fuerzas liberales de aspiración democrática, amantes del progreso, pero aún no reñidas con la política social de la "no intervención". Y son también izquierda las fuerzas que pugnan por la transformación social, por la instauración de un orden de autoridad nuevo, no retrocediendo por amor a él ni ante la exigencia de un período de dictadura societaria.

Veo muy acusada la separación entre estas fuerzas y aun su recíproca oposición. Muchas veces he insistido sobre el asunto en mis escritos. Pero veo también la necesidad absoluta de una colaboración de buena fe entre aquéllas en dos momentos y para dos órdenes de tareas: Uno, ahora, para gobernar, y enseguida; otro, más tarde, una vez asegurada ya la victoria de las nuevas ideas sociales, y para atribuir al principio de la libertad y a la imposición de la justicia los dos dominios que respectivamente les corresponden: al primero, la primacía en orden al pensamiento; a la segunda, la primacía en orden a la conducta pública y en su austera regularidad.

Por esto me parece perfecto el sentido sintético de la encuesta de LA LIBERTAD al reunir, representados por una gama múltiple de opiniones, desde el liberalismo monárquico hasta el socialismo sindicalista. Mis amigos de Barcelona saben con cuánto ahinco les he aconsejado tareas de síntesis semejantes.

—Pero, ¿y la posibilidad de una colaboración "extremista" en una obra de gobierno? -le hemos preguntado.

—La necesidad de aquella colaboración -nos dice- para una inmediata obra de gobierno la impone el deseo de eliminar rápidamente, y tan radicalmente como se pueda, la ilegalidad y el desorden en la tarea de la transformación social. Digo "la ilegalidad", no "la violencia", porque, a mi entender, cabe violencia dentro de las leyes y esta violencia es santa y útil; tal vez conoce usted un lema ya antiguo en mí: "Las leyes son normas pero también son armas". Precisamente la táctica clásica del sindicalismo francés consistió en actuar siempre dentro de las leyes y obligar, en cambio, a los Gobiernos a salirse de ellas... Ahora bien, la separación entre las fuerzas liberales y las societarias entregará siempre el Poder al derechismo. Y como la obra de transformación social no consiente grandes aplazamientos, el derechismo significa hoy todo lo contrario que pacífica evolución: significa lanzamiento a las inquietudes antijurídicas. Que lo piensen bien todos: sin una avenencia de aquel orden, y sin que esta avenencia se encargue de gobernar, no saldremos de convulsiones y de sangre.

—¿Y la forma de aquella colaboración?

—Se lo diré, para entendernos pronto, en una fórmula pintoresca. Lo que yo querría en el Gobierno de España para el 1 de enero de 1921, es lo siguiente: los ministros, liberales; los diputados, socialistas; los Municipios, sindicales.

—Pero -añadimos- esa obra está llena de dificultades y no se ve claro el procedimiento para lograrla.

—Tan claro como el imperioso deber de una colaboración entre liberalismo jurídico y societarismo transformador, se me aparecen las dificultades que a ello resisten actualmente. La principal es que una alianza así necesita, hasta cierto punto, de un cambio psicológico en los dos grupos. Para realizar esto las fuerzas operarias han de renunciar a la ilegalidad; las fuerzas liberales han de corregirse de la cobardía.

Cuando hablo de ilegalidad, no me refiero precisamente a los tantas veces comentados delitos de sangre. Creo sinceramente que llamar a estos delitos "crímenes sindicalistas" es algo como si llamásemos "atentados franciscanos" a los casos de zoofilia deshonesta que registra a menudo la crónica escandalosa rural... No; lo que hoy significa un real obstáculo a la obra indispensable es otra cosa más amplia y más cercana a la misma raíz de la actual ideología proletaria: es la tendencia a la abstención; es el pesimismo político; no pesimismo activo, que lucha y mejora, sino pesimismo pasivo, que abandona el campo sin resistir. Por ahí hay mucho que enmendar.

Pero más hay que enmendar en el conservadurismo sordo, hijo de una tristísima cobardía, que parece enseñoreado hoy de muchos de los que se llaman liberales. Los intelectuales, sobre todo, dan en esto un ejemplo casi repugnante. Pero hay cosas más fuertes que ellos; y si, en todo el mundo, los intelectuales no se deciden, se va a hundir, simplemente, la civilización.

—¿Luego usted no cree en la eficacia de una labor exclusiva del que podríamos llamar liberalismo histórico?

—No. Porque el puro liberalismo, sin la colaboración de las fuerzas de transformación social, conduce simplemente a la plutocracia; y la esterilidad de la plutocracia para la cultura la hemos visto durante un siglo; la vemos, más crudamente que nunca, en la postguerra... Por otro lado, si el movimiento operario no recibe colaboración del idealismo, de la libertad y de la cultura, sólo puede conducir a la barbarie, a un achatamiento del espíritu, tan triste como el de la plutocracia.

—Es original lo que oímos; pero aún parece más problemática su posible armonía con la estructura de las organizaciones políticas de España.

—Ya le he hablado de la estructura exterior y circunstancial de las fuerzas izquierdistas, de lo que yo desearía para el 1 de enero de 1921. La estructura íntima y duradera sólo puede darla, estoy firmemente persuadido de ello, el principio federal. Sólo en el federalismo se conciliarán mañana la libertad con la autoridad, que no por corresponder a un orden social nuevo dejará de ser autoridad, es decir, fuerza activa. He pronunciado ya el "¡Volvamos a Pi y Margall!", en Cataluña; ahora, después de una agitada comunión con fuerzas vivas del interior de España realizada estos últimos días, después de haber exaltado, en el Teatro Calderón, de Valladolid(1), la permanencia de las grandes realidades unitarias y en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca(2) (la ciudad y la Universidad federales por tradición, aquélla en que se juntaron pactadamente hasta siete "naturas" o "naciones" de pobladores y de estudiantes), me confirmo más que nunca en que aquí está la solución del problema español, a la vez que el camino a la del social y al de las grandes organizaciones internacionales para la paz del mundo, que hoy nos importan más que nada. España no es regionalista, como una interesada propaganda, casi estéril por otra parte -si no es en frutos de caciquismo-, quiso darlo a entender hace algún tiempo. Pero España es profunda y radicalmente federal. Y dos magníficas lecciones para el repaso de esto han sido ahora para mí seguir la ruta de los comuneros y seguir la ruta de Portugal.
—El nombre de Pi -replicamos- que usted evoca, lo ha sido también estos días en LA LIBERTAD, frente a los que cuidan de presentar como enemigos de Cataluña a quienes no creen en la "Lliga" ni en sus hombres.

Xenius sonríe y calla. Luego añade:

—Claro que importa acomodar Pi y Margall a los tiempos nuevos. Aquí, como en el caso de la revisión de Hegel por Croce, hay que saber "lo que está vivo y lo que está muerto en Pi y Margall". Pero lo vivo, créame usted, es más de lo que pueda parecer a primera vista. Basta recordar cómo, en lo social, la ideología de Pi y Margall es fundamentalmente la de Proudhon, como lo es también, en el fondo, la ideología sindical de hoy.

—En suma, usted es partidario del bloque de las izquierdas...

—En suma -repito-, bloque de izquierdas para gobernar mañana mismo y dar cauce jurídico a la transformación social; federalismo, para programa de mañana.

—Luego el federalismo, ¿es para usted el tratamiento político que España demanda en esta hora crítica?

—Sí; creo más: creo que el federalismo ha de salvar la civilización. Así lo creo -aún nos repite.
 
(1)"En Valladolid. Una conferencia de Eugenio d'Ors" (La cultura militante. El problema de la unidad de la patria), noticia en La Libertad (miércoles 2-VI-1920).
(2)"Una conferencia de Eugenio d'Ors" (En el Ateneo Universitario de Salamanca), noticia en La Libertad (martes 15-VI-1920).

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Última actualización: 1 de febrero de 2006