Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES    
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GENTE CONOCIDA. EUGENIO D'ORS 'XENIUS'
por Fernando Barangó-Solís, La Unión Ilustrada, Málaga, año IX, núm. 391, 8-III-1917, pp. 5-7
 
En el despacho de Prat de la Riba.— El filósofo, complaciente. — Cómo es "Xenius". — Sus viajes. — Lo que opina de la guerra. — Los "Amigos de Europa". — Las obras de "Xenius". — Sus aspiraciones. — El retorno a la pureza del pensamiento socrático.
Estábamos varios periodistas esperando al presidente de la Mancomunidad, señor Prat de la Riba, en su despacho oficial de la Diputación, cuando entró el secretario general del Instituto de Estudios Catalanes, don Eugenio d'Ors.

Le saludamos todos con el respeto que inspiran siempre los hombres de valer, y él, afablemente, correspondió a nuestro saludo iniciando una conversación cuyo tema no hace al caso, tan amena y agradable que se prolongó insensiblemente hasta que el señor Prat de la Riba hubo despachado unas visitas que tenía.

Cuando íbamos a separarnos, me acerqué a él y, con cierto temor porque me habían dicho que Xenius era hombre poco complaciente, le pedí una entrevista para La Unión Ilustrada.

Contra lo que yo esperaba, o por mejor decir, contra lo que yo temía, el ilustre filósofo catalán contestó con exquisita amabilidad:

—Con muchísimo gusto... Estoy a sus órdenes siempre...

Y en el mismo tono, agregó:

—Conocí La Unión Ilustrada en Madrid, en uno de mis viajes... ¿Y cuándo le parece a usted que nos veamos?...

—Cuando le sea menos molesto a usted.

—Para mí no lo es nunca. ¿Le vendría bien el sábado, a las doce y media, en mi casa?... ¿no?...

—Sí, señor.

—Pues así, tendré el gusto de esperarle.

Y después de un cordialísimo apretón de manos, se puso a hablar con el ilustre presidente de la Mancomunidad de Cataluña, en tanto que los periodistas, cumplida ya nuestra misión informativa, nos marchábamos.
* * *
Mientras Xenius, en su despacho sencillo y elegante, hablaba con lentitud prestándose bondadosamente a contestar todas mis preguntas, yo le miraba con atención.

Los que han leído a Eugenio d'Ors, sin conocerle personalmente, no pueden formarse una idea exacta de su físico. Yo, cuando no le conocía más que a través de algunos de sus libros y por su famoso Glosario, de La Veu de Catalunya, me lo figuraba viejo, medio calvo, con una barba blanca hasta el pecho, en una palabra, como son, o como parece que deberían de ser los filósofos que escriben como éste y que, como éste, son una de las más altas mentalidades de su patria.

Y nada más lejos de tal suposición... Xenius es joven, robusto y alto; no tiene barba blanca, sino bigote negro y recortado cuidadosamente; lejos de ser calvo cubre completamente su cabeza privilegiada abundante cabello negro y brillante; sobre las sienes asoman, indiscretos, unos hilillos de plata.

Cuando habla, dando a su voz inflexiones cariñosas, Xenius mira fijamente al que le escucha, como si quisiera penetrar en lo más recóndito de su alma. Su mirada, a través de los párpados entornados, se adueña de nuestro espíritu y nos hace temer que descubra nuestros pensamientos... Tal vez es lo único que, físicamente, tiene de filósofo Eugenio d'Ors.

Moralmente, todo él es filosofía. No son sus libros, ni su labor inmensa diseminada por todo el mundo, lo que solamente nos muestra al hombre pensador; son sus intimidades, sus acciones, su conversación fácil y agradable sobre todo...

En la intimidad es un hombre bueno, casi infantil, pero fuertemente preparado para resistir los embates de la vida. Dueño absoluto de su cerebro y de su conciencia, todas sus acciones, todos sus bellos pensamientos, son los del ser que desea el bien para sus semejantes. Grandemente simpático, aunque haya quien se empeñe en hacer creer lo contrario, es un artista de la conversación; sus palabras, lo mismo hablando el catalán que el castellano, son dulces, sencillas y lo mismo expresan ideas recias, que conceptos sutiles...

Y he aquí lo que, en su despacho sencillo y elegante, me dijo Xenius aquella mañana clara y luminosa, en que el sol, filtrándose por los visillos del balcón, añadía un nuevo atractivo al cuarto de trabajo del gran pensador.
..
* * *
—Efectivamente, he viajado mucho. A los veintiún años, terminada la carrera, me marché a Madrid y luego a Francia, donde he pasado los años de formación intelectual. Vine a Barcelona a casarme, pero me volví a marchar en seguida. He estado también en Holanda, Alemania e Italia, temporadas cortas... En Marruecos estuve en la época de la conferencia de Algeciras... Cuando la fundación del Instituto de Estudios Catalanes, hube de trasladarme a Barcelona, pero he tenido casa en París hasta hace dos o tres años; puede decirse que hasta el comienzo de la guerra...

La ocasión era propicia. Procuré que la conversación recayera sobre la contienda Europea.

Xenius no la rehuyó, como yo temía. Después de unos instantes de meditación, repuso con lentitud.

—Indudablemente una de las consecuencias de la guerra está en que ha apresurado la evolución social y civilizadora. En dos años se ha recorrido un camino que hubiera necesitado cincuenta años. Yo no creo que el socialismo internacionalista esté muerto. Creo que ha de renacer, en una forma mejor. Desde luego se dibuja ya una aspiración universal por una Sociedad, por una Federación de Naciones, en Europa al menos, que restaure más ampliamente aún, el "Universale Collegium" del filósofo Leibniz, a que ya en el siglo XIII había aspirado nuestro Ramón Lull, al soñar en una unión de los pueblos cristianos distinta del Pontificado y del Imperio, únicas formas de superación sobrenacional que se conocían entonces. Esta misma aspiración reverdece ahora en nuestros "Amigos de Europa", a los cuales he tenido la fortuna de inspirar. Nuestro pensamiento, situado entre las ansias de la gran contienda que ensangrienta el mundo, no ha sido precisamente el de un utópico pacifismo, aunque con algunos núcleos pacifistas de Europa y América hayamos entablado amistad; sino el de una "localización" del incendio de la guerra, salvando de él tantas naciones como resulte posible, tantos dominios del espíritu como quepa salvar...

Hubo una pausa breve. Después pregunté:

—¿Ha publicado usted muchos libros?

—Muchos, aunque yo siempre digo que he publicado tres: uno que se refiere al pensamiento reducido a filosofía, otro relativo al pensamiento acerca de la diversidad del mundo y de la vida, y otro que tiene más de vivido que de escrito, por lo que le llamo libro de la acción. Dentro de estas tres clasificaciones están todas mis obras. La primera, o sea la relativa al pensamiento reducido a filosofía, que llamo "Sistema de la Filosofía del Seny", comprende tres partes: una dedicada a la Dialéctica, otra a la Física y la tercera a la Psicología. Cada una de ellas se compone de tres libros, de modo que, bajo esa clasificación, serán nueve los libros publicados... El año próximo saldrán los dedicados a la Dialéctica...

—¿Y los que se refieren al pensamiento acerca de la diversidad del mundo y de la vida?

—Esta parte está formada por el Glosario que desde hace diez años vengo publicando sin interrupción en La Veu de Catalunya. Recopilados se publicaban en volúmenes, pero el editor quebró -no por culpa del Glosario, ¿eh?- y estoy esperando que se dilucide el pleito entablado sobre la cuestión de derecho, para reanudar la publicación de la obra. Habían aparecido cuatro volúmenes y todavía faltaban seis para completar la serie... Del Glosario he separado las glosas que tenían forma novelesca para hacer La bien plantada, que se ha vendido mucho, y Gualba, la de mil veus, que está traduciendo al castellano Díez Canedo, y las más filosóficas, que se han publicado en diversos volúmenes; uno de ellos es una antología de mis glosas y de artículos míos hecha por Farrán y Rucabado con el título de Filosofía del Hombre que trabaja y que juega. Hay otra parte del Glosario, que no ha aparecido en La Veu y que es como una novela formada por conversaciones con un personaje imaginario, al que doy el nombre de Octavio de Romeu. Por cierto que, en uno de mis viajes, encontré en Segovia un señor que se llamaba así...

—Y el libro que usted llama de acción, ¿cuál es?

—Verá usted; yo registro en una especie de diario todo el esfuerzo que realizo. No hablo de mis intimidades, sino de mi labor, de mi esfuerzo; es como una crónica de trabajo, pero con unas gotas de espíritu. Quiero hacer un libro semejante al Cicerone de Burckhardt, que no siendo más que una simple guía de Italia, como el Baedecker, se diferencia de éste porque Burckhardt ha aromatizado sus descripciones minuciosas con la esencia de unas notas de pasión. Así quiero yo registrar mi labor, poniendo mi espíritu en esa crónica de acción, que constituirá mi vida de trabajo.

—Usted que ha viajado tanto y que tanto observa la vida, podrá contar muchas anécdotas, ¿verdad?

¿Quiere usted contarme alguna? — pregunté.

—Le diré a usted... Mi profesión consiste en transformar en glosas todas las anécdotas que vivo. Yo, como glosador, tomo la Anécdota y la transformo en Categoría, así las grandes anécdotas colectivas como las personales. De modo que mi función, mi profesión es digerir anécdotas y no me acuerdo de ninguna, como no me acuerdo de los bistés que he comido en mi vida.

—¿Cree usted en el renacimiento literario español?

—Sin duda alguna...

—Y su autor predilecto, ¿cuál es?

—Esto es grave... -dijo sonriente Xenius- Pero, ¿hablemos de Rubén Darío, muerto, y, por lo tanto, glorificado? Es una criatura divina... Recuerdo que en una dedicatoria le dije una vez: "Eres un trompo de música en las manos del Señor y cuando sientas la cuerda del dolor enroscarse a tu cuello, no llores. Es el Señor que te da cuerda"... ¿Eh?

—En la intimidad, ¿cuál es su característica?

—Me interesa la organización de mi trabajo, de tal manera que he conseguido, para ganar tiempo, poder escribir inmediatamente después del almuerzo, aplazando la digestión y haciéndola coincidir con el rato en que no tengo nada que hacer... Y ya ve usted, tengo una salud envidiable...

—Permita usted una última pregunta. En su labor filosófica, ¿cuál es, actualmente, su mayor aspiración?

Xenius permaneció un momento callado. Luego, en voz baja y reposada, dijo:

—El esfuerzo que intento, mejor dicho, el esfuerzo que intentamos, porque somos ya algunos amigos los que en torno a la que llamaríamos "Filosofía del Seny", denominada en otros términos, como le he dicho antes, "del hombre que trabaja y que juega", hemos constituído un núcleo o escuela de meditación y de estudio y revisión de problemas, se cifra en una especie de retorno a la pureza primera del pensamiento socrático, pero enriqueciendo éste con las aportaciones de veinticuatro siglos de progreso en las ciencias particulares. Un Sócrates que venga detrás de Henri Poincaré o del biólogo Weisman ya no puede hablar el mismo despreocupado lenguaje que el inmortal maestro de la ironía. Pero puede, sí, "de vuelta de la ciencia" y después de haber obstinadamente pasado por ella y por sus repliegues más íntimos, elevarse de nuevo a un punto de vista superador en que las conclusiones de las ciencias, aún aceptándolas íntegramente, aparezcan reducidas a los justos límites de una realidad. Nuestra filosofía es un idealismo y se sitúa más allá que el principio de razón eficiente y que el principio de contradicción. Pero al mismo tiempo, aunque deseche el mecanicismo rígido y la eficacia de la pura abstracción, pretendo continuar, renovándolas, las tradiciones del intelectualismo, nervio de la civilización occidental...

Calló un instante como reconcentrando sus ideas. Después prosiguió:

—No es posible desconocer ciertas soluciones definitivas que las filosofías de la intuición, pragmatismo o evolucionismo bergsoniano, han traído a la crítica del ingenuo intelectualismo de ayer. El positivismo y el cientismo grosero han muerto, sin ninguna duda. Pero sería peligroso abandonar por eso los fueros de la razón. Los hombres mejores de Europa deben aprestarse a defenderlos, aunque sea a costa de elevar la "razón" rígida a la flexible "inteligencia", es decir, lo que nosotros llamamos con una palabra catalana, llena de sutil música, "Seny".

Y el exquisito filósofo iba bajando la voz, como si hablase consigo mismo.


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Última actualización: 1 de febrero de 2006