Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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’XENIUS’ CUENTA A NUESTRO COMPAÑERO JOSÉ PLÁ SU VIAJE A AMÉRICA DEL SUR

(La Publicidad, 25-XII-1921)

Eugenio d’Ors nos recibe amablemente en su estudio de la Diagonal, este estudio famoso, que ha visto nacer toda la Obra de Diversidad y toda la Obra de Unidad y delinearse en un plano ideal la obra de acción, o sea las Fundaciones del Glosador. Nos sentamos en un sofá del rincón. Estamos rodeados de libros. En la pared de enfrente un retrato de Bergson, fino, lineal casi. Encima de una mesa está el «dosier» —enorme— que el viaje de Xenius ha provocado. Por la pequeña ventana que da a la calle entra una luz cruda, amoratada, de diciembre.

—Estos viajes culturales a la América española —dice el Glosador— tienen una triple importancia. Desde luego, son importantes desde el punto de vista español. Como usted no ignora, la América latina llegó a perder la noción de lo que era España. Hace veinte años se sentía aún en las jóvenes Repúblicas el resquemor que les dejó la guerra de independencia y liberación de la metrópoli. La América española aspiró a ser exclusivamente una colonia intelectual de París. La tarea de los misioneros científicos que han ido de España ha comenzado a modificar semejante estado de cosas. Ellos han creado, al margen, claro está, del pintoresco y vacío hispano-americanismo, una corriente ya francamente amiga y seguidora de los mejores valores españoles. Pueden distinguirse en esta tarea tres etapas sucesivas. En el primer momento es el profesor español o su Universidad los que tienen la iniciativa del viaje. Es el momento de Altamira y de Posada. Luego, con la constitución en Buenos Aires de la «Institución Cultural Española» se entra en un nuevo periodo: la iniciativa y la invitación vienen ahora de América;  pero de los núcleos de la colonia española allí residentes. Ésta pide anualmente un profesor, y la Junta de Ampliación de Estudios de Madrid lo designa. Así han hecho el viaje una serie de profesores ilustres, desde Menéndez Pidal hasta Blas Cabrera. Por último, un tercer período empieza ahora. En él son ya directa y espontáneamente las Universidades americanas las que escogen e invitan al profesor español paralelamente a otros profesores extranjeros. Esto ha comenzado en la Universidad de Córdoba, que desde el año pasado me concedió el honor de la invitación para profesar en ella la Filosofía, paralelamente a la invitación que para profesar en ella la Fisiología hacíase al profesor Nicoli, de Berlín.

—¿No ha invitado a usted también la «Institución Cultural Española»?
—Sí, a punto ya de dar principio al curso de Córdoba recibí la invitación de aquella entidad que atendí muy gustoso, ocupando una cátedra en Buenos Aires para profesar el curso sobre el Probabilismo y el encadenamiento de las ideas fundamentales en las ciencias.
—¿Se dio este curso en la Facultad de Filosofía?

Para hacer compatible la invitación recibida de la Cultural Española con las que procedían de los Decanatos y de los estudiantes de diversas Facultades, se pensó en una distribución, a que se prestaba, por otra parte, la materia del curso, que sucesivamente iba examinando críticamente las ideas fundamentales en las ciencias distintas. Dióse cada día una de las lecciones fundamentales del curso en cada una de las Facultades que componen la Universidad bonaerense. Así, en la Facultad de Ingeniería se estudiaron las ideas fundamentales en las ciencias físicas, como las de fuerza, energía, movimiento, etcétera; en la Facultad de Medicina, las ideas biológicas, y así en las demás. Aparte de la razón circunstancial que le indicaba, esta distribución tenía la ventaja de subrayar, cosa allí muy necesaria, el concepto de unidad del saber en la vida universitaria. Además, una filosofía idealista como la que yo iba exponiendo paralelamente en Córdoba, necesita siempre, a mi entender, poner de relieve su armonía con las ciencias, por lo mismo que se afirma radicalmente distinta de ellas. Al comenzar mi lección en la Facultad de Ingeniería, hube de decirlo, incluso para salir al paso de algunas escaramuzas adversas, que habían salido del viejo núcleo positivista, que en Argentina, como en otras partes, no es ya más que una manifestación de la vulgaridad organizada. El filósofo idealista se entenderá siempre bien con el verdadero hombre de ciencia, con el que, de veras, investiga en matemáticas, física, biología; con quien corre riesgo de entenderse mal es con el simulador y propagandista de la ciencia; con el que propaga que «hay que hacer ciencia, física o biología» y vive de eso; por la misma razón que si yo tengo un pleito, siempre conservaré la esperanza de entenderme, con un cuarto de hora de conversación, con la parte contraria; con quien estaré seguro de no entenderme nunca es con su procurador.

—¿Cómo se explica la persistencia del cientismo en América?
—El lector argentino, que, gracias a sus espléndidos cotidianos, es acaso el mejor informado del mundo sobre los últimos acontecimientos, no recibe, por la escasez de sus revistas, la misma información respecto del movimiento de las ideas. Además, todo un sistema pedagógico y aún político, está organizado en torno de ciertas nociones positivistas. Ese estado de cosas recibió la primera sacudida en 1916, con la exposición del neo-kantianismo alemán; espero que ahora, con la de las tesis sobre la ironía y otras que usted conoce, habrá recibido el golpe de gracia. Toda la juventud intelectual es ya adicta al idealismo, y esta juventud, cuya fuerza hube de cantar en el brindis de la fiesta con que me obsequió en el restaurante Güemes, ganará pronto la batalla.
—¿Podría usted hablarme de sus cursos?…
—Hablemos de mis cursos. Usted, que ha frecuentado nuestro Seminario de Filosofía, que fundé, sabe que llamo a mi sistema total «Doctrina de la Inteligencia», tomando «Inteligencia» como traducción del vocablo catalán «Seny», es decir, una fuerza intelectual que, distinta de la razón estricta, no es, sin embargo, el instinto ni la intuición ni el sentimiento, etc., de los filósofos llamados románticos, y en nuestros días bergsonianos. La «Doctrina de la Inteligencia» comprende tres partes: una general, «Dialéctica», que comprende: Introducción metodológica, Introducción psicológica, Teoría de las ideas, de los principios, del saber; y dos partes esenciales: «Psicología», estudio del espíritu y «Física», estudio de la Naturaleza.

En la Universidad de Córdoba desarrollé en 25 lecciones la primera parte de mi «Doctrina de la Inteligencia», o sea toda la Dialéctica.

El curso de Buenos Aires versó sobre «El Probabilismo», según le dije antes, con referencia y exposición sistemática de las tesis de Cournot, el grande y casi ignorado filósofo francés del XIX.

En la Universidad de Montevideo —continúa «Xenius»— he dado un curso en cinco lecciones de «Anticipaciones de psicología». Mi «Psicología» que yo prefiero llamar «Poética», de la misma manera que gusto de llamar a mi «Física», «Patética», porque empleo aquí el tecnicismo aristotélico de llamar «nous poieticós» al espíritu creador, y «nous patheticós» al espíritu pasi­vo, mi Psicología —decía— está a medio componer. Y de la Física tengo algunos capítulos como la Memoria titulada «Los fenómenos irreversibles y la concepción entrópica del universo».

Estas cinco lecciones versaron, las dos primeras, sobre problemas de metodología. Traté en ellas de «El espíritu como máquina, el espíritu como vida, el espíritu como creación», y de «La psicología, como mecánica, como biología y como ascesis». La tercera y cuarta lección enfocaron una «Clasificación genética de los elementos psíquicos». La última versó sobre «Psicología de la muerte»
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En la Universidad del Litoral, que tiene dos Facultades, una establecida en Rosario y otra en Santa Fé, de Ciencias Económicas y de Ciencias Jurídicas, respectivamente, di un curso sobre la «Fijación del concepto de Naturaleza en los pueblos de occidente», estudiando el problema desde Hipócrates a San Francisco de Asís. Y, finalmente, en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata, desarrollé una «Teoría de la Cultura».

El conjunto formó una serie de más de sesenta lecciones, que en realidad sólo terminó o, mejor dicho, se interrumpió, por la llegada de los grandes calores y el término del curso académico. No cuenta, es claro, en aquel número, algunas conferencias sueltas, como una de despido en la Wagneriana de Buenos Aires, sobre estética, el día anterior al de mi embarque, y las innumerables improvisaciones en recepciones, brindis, fiestas, etc.

—¿Una impresión general del viaje?
—Guardo recuerdos imperecederos de las atenciones recibidas de los americanos. También los núcleos de la colonia española, los centros catalanes, etc., me han obsequiado magníficamente. Quiero hacer especial mención de mis jornadas del Uruguay. Aquello es un gran país, a pesar de sus dimensiones reducidas, palpitante de una vida intelectual y política muy importante. Me propongo consagrar un especial estudio a la obra de renovación política y de justicia social en el Uruguay. Probablemente éste es hoy el pueblo del mundo que más se parece a Atenas.
—¿Y sus planes actuales?
—Tengo el mismo plan de siempre: estudiar, escribir, trabajar. Voy a consagrarme inmediatamente a la edición de mis cursos en América. Además, el volumen tercero de «El nuevo Glosario» que se titula «Hambre y sed de verdad», está próximo a salir.


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Última actualización: 4 de septiembre de 2006