Eugenio d'Ors
DOCUMENTOS
El Almanaque de los Novecentistas.
Brindis de Xenius
en el Banquete dado por los colaboradores del Almanaque,
al impresor Horta (1911)

Los Novecentistas, hombres que «no tenemos nada de particular», además de haber publicado una colección, famosa en pocos días, a pesar de «no tener nada de particular», nos reunimos hoy en una fiesta que «tampoco tiene nada de particular».

Algunos nos desaconjesaban la forma del banquete, diciéndonos: «Esto es una cosa tan desacreditada por la frecuencia, por el abuso!»… Nosotros hemos respondido que, por muy desacreditados que fuesen los banquetes, no lo eran tanto como las Exposiciones, los Ateneos, los Juegos Florales, las Universidades o la Burocracia. Pero que nosotros nos creemos en la misión de acercarnos nuevamente a estas formas marchitas y apoderarnos de ellas para redimirlas y darles nueva vida. Pues no hay trabajo que no pueda redimirse, y aun lentamente transformarse, cuando el espíritu entra en él.

En la época de Alejandro Dumas, hijo (que Dios se lo haya perdonado), estuvo muy en boga que los empedernidos mundanos acabasen su accidentada carrera redimiendo a una pecadora de alto rango, «levantándola del fango», como se decía entonces, por instrumento de santa unión; nosotros, si fuese cierto que los banquetes y la burocracia estuvieran por el lodo, del mismo lodo los levantaríamos… No seré yo quien diga que el sistema no esté expuesto a malos negocios tanto en uno como en otro caso; pero, ¿qué tentativa de redención escapa a este peligro? ¿Queréis algo más expuesto a descuentos que acercarse a samaritanas y bendecir bellezas profesionales de Magdala, siguiendo el divino ejemplo?

Amigos, en otro lugar dije ya la profunda significación de esta normalísima reunión. Tal vez habría menos concordia si repitiera aquí mis razones. Cosas que en lo profundo asentimos al verlas escritas, tal vez nos subleven cuando oímos el tono que la voz del hombre adquiere al declamarlas… A una joven campesina, maltrecha por un sátiro silvestre, le preguntaba el Juez: «¿Y no te hizo miedo aquel animal?» — «¡Ay, señor Juez -le contestaba sollozando la muchacha-, ¡no me dió miedo hasta que se puso en piel!»… Lo mismo ocurre con las ideas nuevas: no nos dan miedo hasta que se han levantado del libro, del periódico, del papel en que yacían y las vemos ponerse en pie en un discurso.

Es necesario advertir que al ponerse de pie estas ideas en un discurso, se achican, disminuyendo en flexibilidad y en gracia. En todo discurso, aun en los mismos de Demóstenes, hay siempre algo de basto. Todo discurso exige una voz clara y potente, y, según decía Nietzsche: «que cuando se tiene en la garganta una voz grave y potente es imposible pensar cosas delicadas». Uno de nuestros camaradas, que deploramos no ver aquí, Francisco Pujols, ha escrito alguna vez esta máxima profunda: «el pueblo siempre preferirá a una buena poesía un mal discurso»… Paréceme, que no es avanzar demasiado el pensamiento de los aquí reunidos, decir que entre nosotros, al contrario, siempre antepondremos a una discurso una poesía, aun no siendo tan buena, y que llegaremos a juzgar de todos los productos intelectuales —arte, política, literatura, filosofía y ciencia— favorable o desfavorablemente, según domine en ellos la poesía o la oratoria. Nosotros somos quienes hemos impuesto en la escala actual de valores, que la palabra «poético» tenga un sentido de alabanza, mientras que la palabra «oratoria» tenga un sentido de menosprecio.

Platón, según frecuentemente nos dices desde Tortosa, expulsaba a los poetas de su República. Yo me temo, que en la República de mañana, los que corran más peligro de destierro sean los oradores. Pero he aquí que incurro en lo mismo que quería evitar, lanzando ideas que asusten al verlas de pie y en marcha.

Recordemos, solamente, de esta fiesta, cuanto haya en ella de homenaje al trabajo manual tres veces santo. Unidos en el trabajo y unidos también en el placer con nuestros camaradas los impresores, hemos sentido la utilidad de esta cooperación para ambas partes y nos hemos juntado fraternalmente en el amor al oficio y en la alegría. Al saber, poco ha, que uno de los operarios del Almanaque había obtenido un premio en un baile popular, nos hemos sonreído, pero al mismo tiempo hemos respirado mejor. El daño más grave que produjo el siglo de los discursos que nos tocó en herencia, los cien años de Primarismo y de Maquinismo, fue secar la fuente viva del gozo en el alma de los trabajadores. Pero hoy sentimos que las aguas de esta fuente corren de nuevo. Entre el trabajador que gana un premio en un baile popular, y un pedantuelo tristón de un casino instructivo, miembro de un «Integralismo Dinámico Cultural» cualquiera, nosotros nos entenderemos más fácilmente con el primero. Porque el primero volverá al día siguiente al trabajo con gusto y hará cosas tan perfectas como los grabados de nuestro Almanaque, en tanto que el segundo siempre aborrecerá su propio trabajo y no tendrá otra ilusión que ser diputado, periodista o mártir. Carreras poco favorables a la cuidadosa ejecución de los grabados al zinc, y en absoluto perjudiciales al grabado al boj.

Es evidente que con esta integración al espíritu que nos agita de nuevos mundos sociales, nuestra fuerza juvenil crece muchísimo. Mas no es bueno precipitar los acontecimientos. La victoria es segura para el día de mañana.

Algo que pueda aumentar nuestra cohesión son los ataques que se nos dirigen en conjunto. La publicación del «Almanach dels Noucentistes», la constitución y apertura del Salón de las Artes y de los Artistas, el proyecto de glorificar la memoria de nuestro compañero Isidro Nonell y otros varios acontecimientos de orden análogo, casi simultáneos, han provocado el desbordamiento de las iras, de las cuales antes solamente uno o dos recibíamos los golpes. Esto nos es extraordinariamente útil. La psicología nos enseña que es a fuerza de golpes como el niño adquiere la idea distinta del «yo» y del «no yo» —de la personalidad por consiguiente—. Pero repitamos que no conviene precipitarse. Los golpes han de venir poco a poco. Buscarlos adrede, fuera aún romanticismo.

No tratamos, pues, que de esta cena salga el «bloque novecentista». Tenemos entendido que esta mañana se ha afirmado un bloque. Dos bloques en un mismo día fueran demasiados bloques, aun para una ciudad de 800 mil habitantes.

Y esto suponiendo que los «bloques» no sean contrarios a las «almas», pues ¡temo lo sean! Y este temor me lleva a hablar de algunos espíritus en particular que merecen especial mención, y así terminar, cesando ya de hablaros de nuestro espíritu colectivo.
En primer lugar un recuerdo para nuestro gran desaparecido, para el admirado Isidro Nonell. Tengamos una oración ideal para él. Su silla está vacía; delante de ella hemos colocado la rama de roble que en nombre de todos ha mandado desde Gerona, Rafael Massó.

Recordemos después del muerto, al mártir. Después de la oración a Nonell, tengamos una blasfemia civil, la más enérgica que nuestra educación permita, para protestar de la afrenta recibida por otro compañero nuestro, Joaquíon Torres-García, que hoy padece hambre y sed de justicia bajo el poder de Calibán.

Una salutación al ilustre camarada forastero, que hubiésemos querido tener entre nosotros, Ramiro de Maeztu. Otra salutación al compañero que vuelve después de unos años de aprendizaje en el extranjero; para Manuel de Montoliú, a quien la enfermedad de un niño retiene lejos de aquí esta noche.

Una añoranza para los ausentes, muy especialmente para los bravos estudiantes que en legión andan por estas Universidades del mundo y que mañana vendrán a sumarse en nuestras empresas.

Y para vos, Joaquín Horta, héroe de esta fiesta, nuestro más completo agradecimiento.

Vos hacéis honor a vuestro arte.
Vos hacéis honor a vuestra generación.
Vos merecéis de todos las mayores alabanzas.

Por lo mucho que os quiero no voy a dirijiros otras. Antes bien, para que veáis cuan severo soy para con los amigos, voy a haceros una restricción. Los novecentistas os hemos proclamado hombre moderno. Pero debe entenderse para vos —como para todos nosotros— que este bello título es condicional. Exige perseverancia, sucesión en el esfuerzo. Yo alabé, con motivo del Almanaque, las Realizaciones por encima de los Pensamientos. Es necesario que hoy alabe las Continuaciones por encima de las Realizaciones. Vos habéis sido por esta vez el hombre de las Realizaciones. Sed también el hombre de la Continuación… Camaradas, al levantar mi copa en honor de Joaquín Horta, brindo por el segundo volumen del «ALMANACH DELS NOUCENTISTES».


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Última actualización: 28 de noviembre de 2006