Eugenio d'Ors
DOCUMENTOS
Las palabras imperiales
(La Cataluña, año II, núm. 20, 15-II-1908, p. 101)
I
Inquieto e inquietador me llaman; y, a decir verdad, he empezado yo mismo en esto… Pero, ¿cómo luchar con este Ramiro de Maeztu, opulentísimo, gran fervoroso ante Dios y gran bullicioso ante el Diablo?… —He aquí que en el último número del Nuevo Mundo, tomando por respuesta a una anterior alusión dos pequeñas glosas mías sobre las personalidades de Kipling y Alfedo Calderón, me alude de nuevo en son de guerra… Y yo me encuentro en la situacion del que, en las fiestas del Carnaval, recibe de alegre agresor una serpentina, y otra, y otra, mientras unos dedos, poco hábiles, empiezan a desarrollar la suya… —Añádase a esto que no de un solo lado se disparan hoy contra mí serpentinas de discusión. Así va adornado de ellas en la cabalgata el carricoche de mi Glosario, como landó de mujer guapa, afable y sola, o como automóvil de Rey joven. Con la diferencia de que no puede sentarme a mí, como a un monarca o a una mujer pagar con sonrisas.
Pero, ¿no sería tal vez una sonrisa lo mejor para contestar a la última serpentina de Maeztu, perfumada de galantería, y que ha dibujado con ligereza en el aire, la pregunta de si se debe presentar como modelo a la juventud el tipo del jugador afortunado?… —Sí, esta arma; y el recordar, huyendo de insistencias, que yo no he hablado del «intelectual que juega y gana» sino en contraposición al «intelectual que juega y pierde», tipo canonizado por los padres de familia, por los pesimistas y por los bohemios; y con referencia a las tan populares aleluyas de El Hijo malo, y a las consecuencias, un poco inmorales, que la lógica de la malicia suele sacar de sus episodios. Sin que, por lo demás, se me haya ocurrido nunca el azar en la composición de mi intelectual arquetípico; puesto que exijo en él —como puede verse en el párrafo que Maeztu copia—, «inteligencia y voluntad», antes que éxito y como explicación de éxito… Y cuando hablo de éxito, tanto digo cruz como rama de laurel, martirio como apoteosis. Éxito llamo, éxito llamamos todos, amigo Maeztu, al hecho de salir una cosa a flor de vida entre los hombres… Que no es su dolor, sino la ineficacia de su dolor mismo lo que me hace desconsiderar espíritus como el de Alfredo Calderón… Pero, he aquí que esto ya nos aleja demasiado de aquella sonrisa…
II
La objeción anterior del brillante, del amigo, del compañero en novecentismo y correligionario en Cataluña Ramiro de Maeztu, era ya más rica en trascendencia ideal; como que en definitiva se agitaba en ella la eterna cuestión de si «en principio era el Verbo», según afirma el Evangelista neoplatónico, o «la Acción», según interpreta la chochez de Fausto… —Luego, creo entender que hay en aquella no sólo una objeción personal, sino nacional… Recordemos el caso —ya que motivos ajenos a la voluntad de este periódico y a la mía, han retrasado la aparición de las presentes líneas, anunciadas demasiado solemnemente… El caso ha sido que, por haber hablado yo hace algunas semanas en La Cataluña, de que nosotros los catalanes empezábamos a balbucear palabras imperiales, aquel fuerte novecentista —antiguo dionisiaco que acaso guardaba dentro el alma de un estoico, o que acaso siente ahora inclinación a tal, por motivos análogos a los que determinaron un poco tarde, la vocación erimítica el señor Diablo; en el viejo decir —ha escrito desde Londres y, por consiguiente, con autoridad, algunas frases sobre tema de imperialismo, incluidas en una elengantísima disertación en que se examina el valor humano de las personalidades de Alfredo Calderón y de Rudyard Kipling, a través de ciertos paralogismos, cuyo fundamento ideal parece ser aquel vano prejuicio intelectualista en que se separan, y aun se consideran como antagonistas, el Derecho y la Fuerza… Reproduzco aquellas frases de Maeztu: «La obra de Kipling ha consistido en adular a sus compatriotas. Con la adulación no se aumenta la energía de los pueblos, antes se les corrompe… Cuando los ingleses hacían el Imperio, no habia nadie que abogase por el Imperio; —¿por qué no medita sobre este punto Eugenio d'Ors, el catalanista que recientemente aseguraba que también ellos, los catalanes catalanistas, empezaban a balbucear palabras imperiales?—; cuando los soldados de la Reina Victoria retuvieron la India, frente a la trágica insurrección de los cipayos en 1857, ningún poeta había cantado aún las hazañas de la desesperada muerte que purificó el Oriente con acero, como dijo el otro día Kipling, al celebrarse ante los supervivientes el jubileo de aquellos heroicos meses… Nadie se había propuesto en Inglaterra contruir el Imperio… Eso de hablar del Imperio es cosa moderna, cosa de Chamberlain, de Rudyard Kipling, del Daily Mail y de otros jingoes que se dedican a abrirse camino adulando al país».
Mucho me engaño si no se contiene en las líneas transcrtas una admonición doble. La ejemplaridad de la historia inglesa se aduce aquí, sin duda, aún más para lección del pequeño pueblo que se atreve a balbucear palabras imperiales que para corrección al cronista que ha tomado nota de tal atrevimiento. El meditar propuesto explícitamente a Eugenio d'Ors, debe entenderse tácitamente propuesto a Cataluña… Así ha consignado al principio que no recogía tan sólo una alusión personal, sino una alusión nacional. Creo que el íntimo sentido de la misma podría formularse así —con alguna crudeza: «Tú, Cataluña, estás en peligro de tomar ciertas ilusiones de tu meridionalismo, agravadas por ciertas retóricas de mediterranismo, por la reproducción en tí de un proceso histórico, ya experimentado por los grandes pueblos… Yo, conocedor, quiero advertirte de que en los grandes pueblos han pesado y pesan las cosas de muy otra manera… Medita lo que te digo»…
III
Aún antes de meditar, una fortísima tendencia, hija de lo más íntimo, de lo más intenso, que haya en el fondo de la raza —tendencia que produjo un día, en lo filosófico, aquella asombrosa teoría de la fe activa, de Raimundo Llull, monumento de la Metafísica de la Acción, único en altura desde Protágoras hasta el pragmatismo moderno—, les había llevado a tomar como órgano rector de su vida política, el evangélico: «En un principio esra el Verbo»… —Y para el Verbo, para que todos los Verbos se hagan carne en ella, Cataluña viene entregándose desde hace cincuenta años a una sagrada embriaguez de Nominación. En Nominación, Nominación en poesía o Nominación en utopía, se iniciaron las mejores cosas de que hoy disfrutamos. Un nombre empezó por ser entre nosotros, eso de la Nación; y ahora ya sentimos una Nación viva entre nuestros dedos y próxima a marchar. Un nombre solo fue al principio ese de Lengua catalana, para designar lo que, de hecho, como un técnico entre nosotros, Pompeyo Fabra, denunció como dialecto, nada más; pero ya el dialecto del rector de Vallfogona vuelve a ser lengua y lengua de civilización, bajo la pluma de los literatos, en la boca rotunda de los oradores. Nombres, nombres, nombres; nombres lanzados en un juego a legislador, casi pueril, fueron un día las Bases de Manresa; y hoy el alma de las bases de Manresa, apensa decaída, ha transmigrado a un cuerpo legal, a un proyecto de ley de administración, dictada por un Presidente de Consejo de minisros… Nuestro alzamiento, en frente de la España casticista pretendió siempre justificarse en el nombre del espíritu europeo; y al fin nos hemos visto en la necesidad de arbitrar los medios e instrumentos culturales para que el espíritu europeo, llegue a habitar entre nosotros… —Porque en este constante nombrar nuestro, colocamos fe, fe activa, y calentamos aquellas Nominaciones con nuestra sangre… Maeztu conoce demasiado, por noción y por experiencia personal, las que se llaman Ideas fuerzas, para que yo me entretenga aquí en explicar este concepto y en justificar algo que no es sino un proceso constante en biología social. Yo no quiero subrayar aquí sino el hecho de que las palabras imperiales son entre nosotros las últimas consecuencias de este juego mitogénico nacional, en que se cifra la excelsitud de nuestra vida.
(se anuncia que «concluirá», pero no se conoce continuación)

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Última actualización: 16 de octubre de 2008