Eugenio d'Ors
DOCUMENTOS
Recuerdos de Eugenio d'Ors
Manuel Lora Tamayo («Ya», 4-X-1989, p. 14)
En mi juventud leía con fruición los artículos de Xenius (Eugenio d'Ors), derivación catalanizada de su nombre de pila, y más tarde fui lector de sus ensayos y novelas; pero no había tenido ocasión de oírle personalmente hasta aquella tarde de abril de 1938 en que ingresaba en la Real Academia de la Lengua, con toda la nobleza del lugar, nada menos que la gran sala del museo de pintura de Sevilla, a la vista de murillos y zurbaranes. Esta extraña circunstancia reclama una explicación.

Para el 5 de enero de 1938 fueron convocados en la Universidad de Salamanca los miembros de todas las reales academias nacionales a fin de constituir el Instituto de España, que había sido creado por decreto, de unos días antes, del ministro de Educación Nacional, Pedro Sainz Rodríguez. Incomunicados con Madrid, donde había de establecerse el instituto, su primera presentación en sesión académica corporativa tuvo lugar en Sevilla durante los días 28, 29, y 30 de abril del mismo año. En ellos se celebraron la recepción en la Academia de la Historia de don Pío Zabala, que fue rector de la Universidad de Madrid desde 1939; en la de Bellas Artes, la del arquitecto don Pedro Muguruza, y en la de la Lengua, la de don Eugenio d'Ors. El propio ministro presidió la clausura de estas sesiones, en ausencia de Manuel de Falla, que había sido nombrado presidente efectivo.

El discurso de Zabala no se imprimió después ni se ha localizado el original, que posiblemente no llegó a entregar. Recordaba de él el brillante elogio de su antecesor el duque de T'Serclaes, gran amigo del libro, con la evocación de su tertulia, y algo de lo que fue su contenido, «Testimonios de la dinámica provincialista en los últimos años del siglo XVIII y principios del XIX». Versó el discurso de Muguruza sobre los servicios del País Vasco a la arquitectura nacional, demostrando que —en el cauce de una actividad cualquiera de aquélla— podía hallarse una limpia trayectoria clara y concluyente, marcada por elementos vascos a lo largo del territorio nacional.

El discurso de d'Ors, sobre «Humanidades y la literatura comparada» analizó estos dos conceptos que procuraba diferenciar:

«Quisiera hablar hoy de la catolicidad indiscutible, de la impertérrita constancia de las Humanidades, en contraste con el devaneo versátil y superficial que una moda quiere imponer en intentos como el que ha recibido el nombre de literatura comparada. Lo mismo que el imperio en lo social, en lo intelectual, las humanidades y, por su parte, la literatura comparada, corresponden en este último dominio el vano intento que en el primero significa el internacionalismo». Concepto unitario el de Humanidades, lo entiende no en un sentido meramente filosófico, sino en su categoría cultural, superadora del espacio y del tiempo.

Contestó José María Pemán, y en su respuesta definió bien el acto en relación con la personalidad del recipiendario, al glosar que «se celebraba en el marco plural del Instituto de España, porque Eugenio d'Ors traspasa las fronteras, así geográficas como didácticas, y por eso precisó que esta recepción tuviera liturgia de unidad y de enciclopedia, y que su ritual discurso fuera oído por un concurso unificado de literatos, poetas, matemáticos e historiadores en homenaje a la unidad de que está transida toda su obra». Fue ésta la primera vez que saludé a Eugenio d'Ors en un encuentro de presentación y cumplimientos, y pienso que este día fue motivo para él de doble satisfacción porque a la solemnidad de su recepción se unió la de vivir el nacimiento del nuevo Instituto de España, agrupación de todas las reales academias nacionales, cuya paternidad era claramente de concepción orsiana, sobre el modelo del Institut y College de France que él conocía bien por su intensa relación con el medio intelectual francés.

Sorprende no poco que en la dramática situación de España pudieran celebrarse reuniones académicas, pero no fueron éstas las únicas, porque en agosto del mismo año la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias celebró en Santander su XV Congreso con nutrida asistencia y número de comunicaciones. Existía, sin duda, una viva apetencia de ensanchar el espíritu, atormentado por la tragedia, y la relativa tranquilidad de que se disfrutaba en Sevilla —colmada de refugiados de la otra parte— favorecía la celebración en ella de este acontecimiento. Catedrático yo de la Universidad hispalense y muy vinculado al acontecer cultural de Sevilla —, asistí a aquellas sesiones, que ahora evoco haberlas vivido, con placer por su significación y dolor por la tristeza de sentir la falta de los que, por una u otra causa, estaban ausentes.

No es ocioso decir que la constitución del Instituto fue acogida con frialdad al reanudarse la vida académica después de la guerra civil, y pude conocer el sordo rumor que propalaba un malestar por haberse reunido precisamente en tiempo de guerra y con desprecio de los académicos que no habían llegado aún a poder reencontrarse. Felizmente, el indiferentismo inicial fue superado y la brillante labor del Instituto de España en años posteriores ha hecho olvidar anteriores torpezas. No tuve desde entonces otra relación con d'Ors que la de ser lector suyo, pero en los años 50 fui invitado a una cena íntima en su homenaje. La organizó un gran amigo prematuramente fallecido, Enrique Durán —farmacéutico prestigioso y hombre muy inteligente— vocacionalmente llamado a la filosofía que cultivaba en sus lecturas y relaciones. Era seguidor de Ortega, asiduo del Instituto de Humanidades y cultivaba también a otros humanistas de distinto signo que, por su atracción personal, colaboraban en Farmacia Nueva, revista creada y sostenida por él sin ánimo de lucro.

Era Eugenio d'Ors uno de los colaboradores y Durán decidió que la revista la nombrara «boticario de honor». Nos reunimos, convocados por éste, para celebrarlo en el desaparecido restaurante Chipén y disfrutamos de unas deliciosas y chispeantes anécdotas contadas por el homenajeado. Al término de la cena contestó donosamente con su silbante dicción, agradeciendo la concesión del título, «porque le facilitaría mucho, cuando hubiere de dar nombre y profesión, la sustitución de académico de la Real Academia de la Lengua por boticario, mucho más breve y más sonoro». Junto a la recordada solemnidad de la recepción académica, quede aquí la volatilidad de la anécdota.

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Última actualización: 28 de febrero de 2008