Eugenio d'Ors
DOCUMENTOS
Comienza una nueva era
(edición original no localizada; reproducido en La Voz del Interior -Córdoba, Argentina-, 11-VIII-1921, p. 5)
En que nos encontramos a principio de una Era nueva, no todos quieren convenir. Pero a los que dudan, a los que, ciegos y sordos, se obstinan en negar<lo>, hubiera querido yo verles anteayer, en mi compañía, por los vestíbulos y corredores de la cárcel nueva de Barcelona. Sin necesidad de especiales conocimientos arqueológicos, sin necesidad de dar la vuelta por ninguna erudita reconstitución de historia antigua, un recuerdo se imponía allí inmediatamente en la memoria; era una amonestación para el juicio. Aquellos vestíbulos y corredores de la cárcel barcelonesa inevitablemente traían la imagen de lo que debier<on> ser los corredores y cuevas del Circo Romano, repletos de mártires en la hora de las grandes persecuciones contra el cristianismo. Y no quiero, amigos míos, que esto sea una asociación ideológica, no quiero que parezca responder a un juicio de valor. Comparo imagen con imagen, sensación experimentada con sensación soñada… Aquí están los cuerpos magnos, partidos entre la estupefacción y la iluminación; aquí está, porque es hora de visita a los obreros presos, la doliente multitud de los deudos y de los amigos, hirviente en un tumulto, gritando, a través de las dobles rejas, los consuelos que, por gritarse, pierden ya el poder de consolación; aquí está, sobre todo, la turba confusa y llorosa de las mujeres, esposas, madres, hijas, amigas, con el triple aullido del alma herida, de las entrañas hambrientas y viudas. Y aquí está —aquí, como allí, en el Circo— lo pavoroso, lo decisivo: el número. Porque es claro que, jurídicamente y moralmente, la injusticia es la misma si se comete contra uno como si se comete contra mil; es claro que la clasificación ética del hecho no varía por su multiplicación. Pero la capital razón de semejanza entre aquel momento cristiano y el momento de hoy viene de esto, del número. Viene de esto, principalmente, la casi tangible seguridad del comienzo de una Era nueva: porque si la injusticia contra uno es un problema biológico, la misma injusticia, repetida contra mil, se vuelve un problema universal. Y si puede acontecer que la injusticia contra uno tenga únicamente su sanción en las conciencias, la injusticia contra mil tiene fatalmente su sanción en la Historia.
La fraternidad en la persecución.—
Bien. Y cuando la Historia sanciona una gran injusticia, cuando comienza una Era nueva, ¿qué debe hacer el hombre de ideales, el hombre consagrado a las tareas del espíritu? Por si él dudase todavía en la elección, el mundo viejo, la sociedad que se derrumba, se ha apresurado ya a contestarle. Ensanchemos mentalmente los límites de la cárcel nueva de Barcelona. Ahora las paredes han caído. Ahora la cárcel es el mundo. Oíd los nombres de otros presos nuevos: la sociedad caduca los ha condenado como a sus hermanos —a sus hermanos, quiéranlo o no unos y otros— los trabajadores manuales; les ha hecho víctimas de la misma persecución: una huelga de hambre, de hambre de espíritu, de hambre de verdad, ha estallado entre ellos, y todo esto por la misma razón… Sí, a despecho de cualquier apariencia, por la misma razón.

Éste es Eugenio Debs, apóstol nobilísimo del socialismo americano, dos veces candidato a la presidencia de la República. Habló en un discurso contra el egoísmo de los capitalistas de Chicago; se le hizo un proceso. Se defendió con palabras de admirable elevación moral; con palabras dignas de Sócrates. Veinte años de cárcel. Éste es Bertrand Russell: hoy la gloria más pura de la Universidad de Cambridge, gran matemático, gran filósofo, a quien los matemáticos del mundo dieron en 1913 la medalla de oro de Boston. Tres años después, la Universidad le expulsaba, los tribunales le imponían ocho meses de cárcel y 1.000 libras esterlinas de multa. La ruina para un pobre peculio de profesor. ¿Delito? Haber abominado la guerra; haber pretendido que las gestiones de la diplomacia, de que depende<n> a veces torrentes de sangre, millones de vidas, se sujetasen a la publicidad bienhechora, al control popular; ser uno de los propagandistas de la "Unión of Democratic Control"… Adelante. Éste es Nicolai: profesor ilustre, honor de la Fisiología contemporánea. El deber militar le horrorizó. Consintió todavía en emplearse como médico en las ambulancias. Forzado a hacer fuego, prefirió desertar; huyó en avión de Alemania. Terminada la guerra, la República le indulta, tal vez engañosamente; pero la Universidad le echa fuera: héle aquí de nuevo desterrado, proscripto… A su lado, más alto que él por poder del genio, uno de los mayores que ha conocido el mundo, éste es Einstein, el sabio que ha corregido a Newton, y que es más grande tal vez que Newton; éste existe en la Universidad todavía; pero una cáfila de hijos de burgueses alemanes se da el gusto de silbar, de patear tumultuosamente cada día su lección —¡la lección de Einstein, de que saldría tal vez verdades eternas!— y de acosarle a voces de «perro judío». Otro: éste es Jorge Eckont, gran nombre literario de Bélgica; ha pensado libremente; ha hablado con respeto de Alemania. El profesorado belga, servil al militarimo belga, la arroja de su seno…

Pasemos a la República Argentina…

¡Buenas están las Repúblicas del día en la defensa de la libertad! He aquí al juez Capdevila. Ha querido jugar al juego de la clemencia, que en días mejores hizo célebre en Francia el nombre del presidente Magnaud. Pero el poder público ha abierto una investigación. En medio año, el juez Capdevila sólo ha dictado escasísismas sentencias condenatorias; ha abundado, en cambio, en sobreseimientos.

¡Fuera de la magistratura!… El fiscal Orgaz ha tomado parte en una reunión pública. Ha hablado contra la llamada "Liga patriótica argentina". No ha encontrado bien la "Colecta nacional" iniciada por los obispos. ¡Fuera de la magistratura también!

Volvamos a los Estados Unidos. Ocho años de cárcel a éste pastor que ha hablado en favor de los pobres, como el Evangelio; cinco a este otro que ha examinado en el púlpito los fundamentos del derecho de propiedad…

La idea federal.—

Layret os ha hablado de la colaboración justiciera que los trabajadores de otros países podían prestar a nuestros trabajadores si se demorara la obra de poner aquí en libertad a los presos sin causa. Y os he hablado, amigos, de la colaboración universal de la cultura. Internacionalistas los dos, hemos coincidido, sin embargo, en hablaros en catalán… Esto, sin embargo, huelga: mejor, debería decirse: por consiguiente. Debería decirse: "Internacionalistas los dos, hemos coincidido, por consiguiente, en hablaros en catalán.

Hemos hecho la apología de las grandes fuerzas unitarias. Pero la unidad sin la libertad sería la muerte. Y la supresión del antagonismo entre la unidad y la libertad sólo puede llamarse Federación.

Lo dije hace pocas semanas a los dependientes de comercio de Barcelona.: "La idea federal es la fórmula del mundo nuevo. Sin creer en ella, sin haberme hecho paladín de la restauración de ella, jamás me hubiera atrevido a acercarme a esta casa venerable, por lo antigua y lo inquebrantable, a la vez que por haber hoy tomado una posición social valiente; ha sabido unir, en una síntesis verdaderamente digna y propia de la dialéctica federativa, tradición con revolución; jamás me hubiera atrevido a subir a esta tribuna, que fue la tribuna de Pi y Margall.

Adiós.


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Última actualización: 10 de septiembre de 2007