Eugenio d'Ors
DOCUMENTOS
Apóstrofe al caudillo
 
«… Caudillo, Dios te suscitaba. Pruébanlo mil contestes señales, que no pueden mentir. Con el grave júbilo de la redimida gente hispana, lo dice más de un hijo de extraña nación, tal vez gemebunda por irredenta. Dícenlo quienes entre nosotros nacen hoy a la acción, como aquellos que de ella se despiden, en el otoño y el invierno de la vida. Clámanlo estos jefes que a ciegas te siguen; estos soldados que se te inmolan, testimonio como ninguno, porque es testimonio de mártir. Y estas madres que, al rezar por ellos, rezan por tí y estos mozos que sobre las delirantes multitudes rujen tres veces tu nombre. Y, en el púlpito, el sacerdote; en la escuela, el maestro; el artesano, en su taller; el hombre de la calle, en la calle; la humilde viejecita, en los corros del mercado; el niño, entre los gritos del juego; el viajero, al ritmo de los trenes; el marino, al fragor del mar. Y, más recogidamente, el sabio, al secreto de su meditación; el labriego, al oído de la tierra que ara. Y la misma tierra también, rocas y arenas, arcillas y grumos de toda nuestra tierra española, tan empapados de sangre hoy, que ya parecen transubstanciarse en carne de hombre y poder hablar. ¿No lo revelan sin querer, no dan a su modo fe de tu misión nuestros mismos enemigos, cuando retroceden en el campo, o en el rencor vituperan, o en la confusión mienten?… Yo, pues, testigo entre testigos me presento aquí, enarbolando, como signo y blasón en estandarte, una de tus obras. Y levantando tres veces el estandarte, al dejarlo en este Paraninfo, por mi cuenta personal, si para ello me das licencia, quiero añadir: treinta años ha, una débil voz de España, voz clamante en el desierto, venía predicando a los españoles la santidad de lo uno contra la ruindad de lo disperso; de Roma, contra la Babel; del Ecúmeno, contra el Exótero; del Imperio, contra la pululación contingente de las naciones; del heroico aprendizaje, contra la impiedad de la incompetencia; del arduo estudio, contra la facilidad improvisadora; del Sindicato, contra la Anarquía; de la Tradición, contra el Plagio; de la Cultura, contra la barbarie. Ahora se verá, hecho por tí realidad viva, lo que tanto tiempo se quedó en profética furia. Ha llegado ya el que la voz reclamaba. Entre nosotros tenemos ya aquel de quien no soy digno de desatar las correas de la sandalia. De Sotero y Paracleto te bautizo, de Salvador y Consolador. Y, aunque la tarea de prenuncio haya concluído, mi vocación me murmura «Et nunc dimitis»…; porque su mandato es que se imponga cada cual un «Et nunc laboremus»…; la nueva etapa del trabajo comienza en su nombre y en el del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Del Espíritu Santo, en la cúspide triunfal, porque Él es inteligencia, paz y alegría.
(Palabras pronunciadas en el acto inaugural del «Instituto de España», publicadas en Mío Cid, 28-II-1939)

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Última actualización: 27 de junio de 2007