Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS  
CRÓNICA DE LAS IDEAS EN 1949 (1)
 
¿Será indicio de una fertilidad ideológica creciente, cerca nuestro, en nosotros mismos? La crónica anual de las ideas, tan propia de la alta categoría intelectual de este periódico, empezó en su día con referencias, casi exclusivas, a lo extranjero. Pero, ya en su última ocasión, la cita de iniciativas españolas pasaba al primer lugar. Sin duda, la actividad del pensamiento dibuja en España una curva ascendente, la altura de cuyos logros podrá medirse cumplidamente algún día.

Para principiar por algo que nos toca de cerca, recordemos la revisión de los temas de Ciencia de la Cultura, en tres lecciones del Ateneo Barcelonés, al promediar el último enero. Poco antes, se había abierto el de Madrid, con definiciones de la que pudo llamarse "Política de Misión", que venían a inaugurar en la casa una época nueva. Lo de Barcelona entroncaba estas definiciones políticas con la "Doctrina de la Inteligencia", en su generalidad. La Ciencia de la Cultura no es un saber filosófico propiamente dicho: constituye, sí, una ciencia filosófica. Del mismo orden que la moral: una disciplina teórica, por consiguiente, en que se habrá transformado lo que, hasta ahora, se había limitado a una estimativa, a un sentimiento de valores. El mismo esfuerzo intelectualizador que un día realizaran sobre la Moral Sócrates y los pensadores estoicos, se repite hoy respecto de la Cultura: lo que fue estimado como un bien empieza a verse estudiado como un problema.

La muerte de Maurice Blondel invita a un movimiento de revisión de la tentativa por él realizada, en lo que pudiéramos llamar "su medio siglo"; el lapso de tiempo señalado entre la publicación de L'Action, que hubo de retirar, en obligación de buen católico, y una segunda edición, que sólo ha podido realizarse en la cuarta década del Novecientos. ¡Oh maravilla! Ha resultado que la lucha que él, Blondel, contemporáneo del modernismo religioso, se vio en el caso de emprender para que su activismo no se entendiese como negación de la trascendencia, comparecía ahora a defender una causa ya triunfante, en el momento de salir la edición segunda de su libro. Hoy sabemos hasta qué punto la consideración del sujeto entra en la realidad del objeto. Lo saben los filósofos, que advierten, hasta donde la presencia de una idea forma parte de cualquier percepción. Lo saben los físicos, que hablan de los casos en que es necesario, para que la onda acompañe al corpúsculo, que un físico observador se dé cuenta. Lo saben los médicos, que hacen entrar en el diagnóstico el concepto que se ha formado el doliente de su propia enfermedad. Lo saben hasta los constructores de juguetes, vendidos en el Rastro, y cuya explicación tanto puede facilitar el conocimiento de "el secreto de la Filosofía".

Hasta los periódicos cotidianos españoles ha llegado, en 1949, el registro de esta novedad de la Física. Hasta las revistas publicadas como reclamo de especialidades farmacéuticas, la noticia de esta médica innovación. Paralelamente, en la gran publicidad -fecunda, sobre todo, para el porvenir- de nuestras Residencias de Estudiantes y de nuestros Cursos de Verano, entraba, en Valladolid y en Segovia principalmente, la noción de "Colegio Mayor"; era modelada trascendentalmente por la visión que el residente mismo se formaba de su misión propia; y el escolar, de la función parauniversitaria, que le tocaba representar. Idéntica verdad de una superación funcional de la diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo se mostró, además, en Segovia, al considerar un particular problema, el del lenguaje. Por primera vez, se ha oído en Segovia proclamar científicamente que el lenguaje humano no podía ser una evolución del fonema bestial; que tampoco se podía asegurar que las lenguas primitivas tuviesen forzosamente que ser lenguas elementales; que la revelación, de que el lenguaje procede, podía no tener un origen divino, sino angélico, resucitando la opinión de Orígenes; que las traducciones no habían de ser, forzosamente, traiciones; y que la noción de "lenguas naturales" era radicalmente errónea.

Un día, en Milán -hemos llegado, en nuestro recuento, al mes de junio-, las modernas adquisiciones sobre lo angélico lograron nueva aplicación en el Angelicum, institución franciscana ejemplar, donde lo angélico, a título de sobreconciencia, es enarbolado. Mientras tanto, en Roma, un protestante, convertido al catolicismo, antiguo enemigo de Harnack, difunde su Libro de los Ángeles, destinado a un rico futuro y cuyos ecos hemos encontrado en el Monasterio de Montserrat, estos últimos días. Una aplicación de tales ideas a la biografía se hizo en Barcelona y en la sesión inaugural del "Conferencia-Club", durante el reciente otoño.

Antes, la filosofía española había adquirido conciencia de su propio secular trayecto; aprovechando la ocasión para incluir en el mismo a la figura prócer de Jorge Santayana; del cual -y ahora la contrición nos llega- nos sentíamos apartados por la ignorancia. Ciertas ideas de Santayana vienen actualmente a ayudarnos; sobre todo algunas de las contenidas en La idea de Cristo en los Evangelios, que últimamente comentaba con calor, en Madrid, la revista Arbor. Por cierto que la misma y, sobre todo, su hermana mayor Escorial, y, más altamente aún, los Cuadernos hispanoamericanos, significan una bella novedad entre nosotros, cuya mención no puede escapar a una crónica de las ideas. Como también sería pecado el omitir el recuerdo de la inquietud producida por la atrevida proclamación, en Santander, de que no hay tal Prehistoria, hecha como consecuencia de la revisión de conceptos -y de pseudo-conceptos-, tarea de la bisoña institución denominada "Escuela de Altamira"; la decadencia de la moda existencialista, aún en sus más noveleros secuaces; el anuncio de un retorno a los Padres de la Iglesia griega, hecho, gallardamente, en ocasión de un curso de antropología filosófica, por el sonado "Instituto de Humanidades", en Madrid, y el reflorecer de los estudios teológicos, en la Universidad Pontificia, de Salamanca; cuya labor puede, inclusive el lector profano, apreciar, en la magnífica "Biblioteca de Autores Cristianos"; a la cual deben un gran incremento en la difusión las páginas de San Buenaventura y de Raimundo Lulio.

Los frutos de tal remoción de ideas son incalculables. A su efecto inmediato, cabe añadir, a veces incógnitos por el momento, los más recientes. Un día del último verano, el azar nos llevaba a un pueblecillo oscuro del Panadés. Joven y humilde, junto a su iglesia destruida, encontramos a un párroco. Al preguntarle sobre su labor, nos contestó que estaba preparando una tesis, sobre "Los géneros literarios en la Sagrada Escritura". Un trabajo así hubiera parecido, entre nosotros, inconcebible, hace veinte años. En ese medio, se hacía entonces, en el mejor de los casos, o bien arqueología curiosa, o bien sociología regional; vueltas, las dos, de espaldas, a cualquier comercio con las ideas.

(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 1-I-1950

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Última actualización: 11 de octubre de 2005