Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS   
CRÓNICA DE LAS IDEAS EN 1948 (1)
 
Pido licencia, por una vez, para medir con el compás de algunas experiencias personales, el camino de las ideas a lo largo de 1948. Y también, para darles, como constante teatro, España. Acontecimientos ha habido muchos más, y si se quiere, históricamente memorables. Pero, que se me diga cuántas novedades sobrepasan en trascendencia, dentro del terreno teórico, a las tres que vamos a reseñar, y cuya anécdota se ha localizado, respectiva y sucesivamente, en el Pirineo catalán, en la Montaña cántabrica y en Madrid. Es muy posible que las mismas ideas hayan tenido, en otros lugares, simultánea epifanía. En ninguna, ésta ha alcanzado, para nosotros, mejor claridad.

La primera de las aludidas novedades es de orden científico. La segunda, pertenece al orden filosófico-religioso. La tercera, al político. Halló aquélla, dígase ocasión, dígase pretexto, en unos bisoños cursos de vacaciones de Puigcerdá, cuyo común denominador de elementalidad y de rutina metodológica parece no haber podido acoger su aparición más que con una especie de acatamiento consternado. El lanzamiento de la segunda novedad encrespó ya, en cambio, a su entorno, alguna lucha; y frente a sí, cuando la nitidez de su formulación, algunas supervivencias de lo que se llamaba, a principios de la centuria, "modernismo", con el consabido equívoco de una recíproca inmanencia, entre los dos mundos de la Razón y de la Fe; equívoco ahora reproducido en medios y formas donde menos se presumiera el encontrarlo. Por último, la idea de una "Política de misión" ha aparecido en Madrid, a la hora de abrirse el curso en el Ateneo. Como que se manifestaba en un acto oratorio, los aplausos con que éste haya sido recibido no deben ilusionarnos sobre su verdadero éxito. En política, obras son amores. Y la única demostración del acierto, la eficacia.

Tanta tuvo el positivismo, hacia la segunda mitad del siglo XIX, que bien cupo entender, en un momento dado, que criterio positivista y rigor científico constituían términos sinónimos. Agnosticismo sobre primeras causas y fines últimos; inexcusable determinación en los fenómenos; nominalismo sobre el conocimiento de las esencias; de esta máquina y ortopedia de postulados, armado estaba el Positivismo. De su aprieto, las ciencias fueron, sin embargo, liberándose poco a poco. Las físicas, por paradójico que ello parezca, antes que las morales. Era curioso encontrar al pobre M. Langevin, en los últimos tiempos, aceptando, en mecánica, la indeterminación, y negando, en ética, el libre albedrío. En las ciencias morales el positivismo se llamó historicismo. No había más en Filología, hasta la hora presente, que el recurso a la Historia. El mismo título -idealismo- ó ¡y cuidado si de nosotros partieron primeras vislumbres y cálidas oleadas, en favor de los Croce y los Vossler! ó hay que reconocer que no realizaba más que una revolución a medias. Al someter la historia de las formas a la historia del espíritu, dejaba siempre a la historia la substancia suprema. Pero, lo que en Puigcerdá se ha puesto hogaño en claro no es sólo que el lenguaje no está mecánicamente sometido a una determinación, sino que tampoco históricamente está sometido a una determinación. En otros términos, que las palabras no son cosas, sino gérmenes. O, viniendo a lo práctico, que cuando el "prote" de la tipografía de Estrasburgo venga y le diga a usted, con el amarillo sonreir de su des-dentada suficiencia: "Ce n'est pas du française", uno tiene derecho a replicarle: "Pero, lo será, si yo en ello me empeño y usted no lo estorba".

Ya tenemos, pues, a un creacionismo, sustituyendo al evolucionismo en la Ciencia del Lenguaje. La instauración de una Doctrina de la Inteligencia, para reemplazo del viejo racionalismo en el pensamiento general, necesitaba nuevos esfuerzos, ni siquiera facilitados por una comunicación cualquiera entre los cursos de verano de Puigcerdá y la Universidad Internacional de Santander. Un "modernismo", a estilo del incurable en Maritain, a falta de suficiente acogida en el programa de sus cursos, se había agazapado entre su libre clientela. La finalidad estaba en cerrar el paso al gran aire que trae la Doctrina, cuando, no sólo admite la posibilidad de otros órganos de conocimiento, al lado de la razón -la legitimidad de la intuición de la hipótesis figurativa, del diálogo, de la mística experiencia, de lo que, en constante invocación carmelitana, se llama "la espiritualidad"-, sino que aspira a colocar juntos a la una y a los otros, dentro de la categoría general del Orden. Alguno, entre los neomodernistas de Santander, vivía una fe auténtica; no tengo motivo para dudarlo. Tal cual, poseía, a la vez, un respeto sincerísimo hacia las certidumbres de la ciencia. Pero, cuando Aranguren les preguntaba -demasiado retador, por ventura-: "¿Sois capaces de vivir todo esto junto solamente; o, también, de pensarlo?", la respuesta, o bien era la callada confusión o bien el asomo de una morosa complacencia, a estilo del existencialismo, en los estados de ruptura, angustia, de agonía interior. Así como hay quien no sabe salir del enchufe sin caer en la bohemia, hay quien no hace las paces de ayunos de Lovaina sino con empachos de Unamuno.
La cordura, empero, está en sazonar panes de razón con aceites de suavidad y sales de gracia. En la tarea del saber como en la del gobernar. La "Política de Misión", tercera de las grandes ideas que hemos visto avanzar por los caminos del 1948, cabría definirla como la traducción a otro terreno, pero punto por punto, de la Doctrina de la Inteligencia. Aceptamos la contradicción, mientras sea jerárquica, nos dice el espíritu de ironía. Aceptamos el disentimiento, mientras sea constructivo, nos dice el espíritu de libertad. Y, a lo primero, la ley de la Inteligencia añade: "También la antítesis forma parte de nuestra verdad, curva de dos centros, como la elipse de Euler". Y a lo segundo, la Misión añade: "Mi santidad consiste en ganarme al pagano". En el cielo de la noche del 48, antes que la primera luz del 49, vemos resplandecer tres ángeles -el de la Palabra creadora, el de la Inteligencia creadora, el de la Misión creadora- como diz que los vieron aparecer los ejércitos belgas hace poco más de treinta años, después de la batalla de M?????.

(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 2-I-1949

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Última actualización: 11 de octubre de 2005